lunes, 19 de septiembre de 2011

Fresco, impersonal, íntimo

SHARON OLDS

(San Francisco, EE.UU., 1942)

DESIERTO

Cuando me acosté, para pasar la noche, en el desierto,
boca arriba, y dormité, y mis ojos se abrieron,
mi mirada voló hacia arriba, como si cayera en el cielo,
y vi el ojo abierto de la noche, completamente
cándido, todo iris de un gris estrella,
salpicado por racimos de pupilas brillantes.
Miré, y dormité, y cuando mis párpados se abrían
me desplomaba en lo alto fuera de la atmósfera,
en picada y jadeando como si hubiera dado un paso en falso
en una escalera. Me dormía y volvía en mí, y me dormía,
y cada vez que abría los ojos
caía hacia arriba en la profundidad del universo.
Se veía atestado, hueco, intrincado, elástico,
no sentí que realmente podía verlo
porque no sabía qué era
lo que estaba viendo. Cuando mis párpados se alzaban,
allí estaba lo real... absoluto,
fresco, impersonal, íntimo,
benigno sin dulzura, yo planeaba en lo alto, mi
velocidad súbitamente aumentada para igualar la suya, estaba
entrando en otra dimensión, y sin embargo
una a la que pertenezco, como si
no sólo la tierra mientras estoy aquí, sino el espacio,
y la muerte, y la existencia sin mí, fueran mi casa.

Traducción: Mirta Rosenberg
***
Su lista
(de La habitación sin barrer)

Ella tiene, al desayuno, una lista de cosas
que pensó durante la noche. Quiere
decir que mató un sapo, una vez ─
lo puso en el radiador,
y se le escapó, y lo volvió a poner
y lo desplegó. Quiere decirme
que no lloró en el entierro de su madre,
me muestra como espió, desde
los cortinados del velatorio, a
los asistentes, sus labios apretados,
los ojos entrecerrados, como una joven hechicera. No estaba
triste cuando se murió su madre, ella y su hermana simplemente
se miraron, se subieron al auto de la hermana, manejaron durante
la mitad de la noche, hablando y haciendo planes. Se inclina
sobre la mesa de desayuno, consulta su lista. Su madre tiró su
ensayo de fin de año por la ventana, a la lluvia.
Su madre vino a la clase de quinto grado y les dijo a todos sus compañeros
que ella era una mentirosa.
Su madre la sentó en el inodoro hasta que se le pegó ─ yo sabía
eso
Su madre le sacó los ruleros mientras dormía ─ yo sabía eso,
Su madre llegó dos horas tarde
a una fiesta en su honor, y no dejó a sus hijos
comer o tomar nada, porque
la fiesta era en su honor,
no en honor a ellos. Los ojos
feroces de mi madre se achican mirándome,
como si estuviera furiosa conmigo ─ cuando se mordía
las uñas, su madre la ató a la cama
y no la dejó ir al baño.
¿Cuántas veces hizo eso?
Una, creo, dice mi madre,
Y yo la miro ella me ató a mi,
una única vez. ¿Sabes cómo le dicen a esto ahora, le
digo, mamá? Fuiste un poco abusada ─
no mucho, pero un poco abusada.
Se ríe sin placer, me mira sin
deleite ni pena, dice, nunca pensé en eso. Y yo
la abrazo, le acaricio el bulto duro en la espalda, su
cabecita con permanente está tan cerca de mi pecho ─
pero si intenta algo, pienso desesperadamente, no sería
difícil romperle la muñeca. Palmeo el bulto cartilaginoso,
era una niña, llegó sin haber lastimado a nadie.
Se había formado en la oscuridad, dentro de su madre, en
el líquido que su madre no había tocado nunca
y con el que su madre tenía poco que ver. Se formó pálidamente,
la forma de lo que serían sus pechos
y su útero nadando, libremente, por su cuerpo,
hacia el lugar de su amarra.

Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio
***
En el subte
(de La celda de oro)

El chico y yo estamos cara a cara.
Sus pies son enormes, dentro de las zapatillas negras
atadas con cordones blancos que forman un entramado complejo como un
conjunto de cicatrices intencionales. Estamos arraigados a
lados opuestos del vagón, una pareja de
moléculas adheridas a una barra de luz
moviéndose rápidamente a través de la oscuridad. Él tiene la
mirada fría y casual de un ratero,
alerta debajo de los párpados entrecerrados. Viste
de rojo, como el interior del cuerpo
expuesto. Yo llevo un abrigo de piel oscura, la
piel entera de un animal tomada y
usada. Miro su cara implacable,
él mira mi abrigo de piel, y no
sé si estoy en su poder ─
él podría quitarme el abrigo con tanta facilidad, el
maletín, la vida ─
o si es él quien está en mi poder, la forma en que estoy
viviendo su vida, comiendo la carne
que él no come, como si le sacara
la comida de la boca. Y él es negro
y yo soy blanca, y sin intención ni
propósito debo aprovecharme de su oscuridad,
de la misma manera en que él absorbe las vigas asesinas del
corazón de la nación, como el algodón negro
absorbe el calor del sol y lo retiene. No hay
manera de saber lo fácil que
me hace la vida esta piel blanca,
esta vida que él podría quitarme con tanta facilidad
quebrándola contra su rodilla como un palo así como
quiebran su espalda, la
vara de su alma que cuando nació era oscura y
líquida y rica como un brote
listo para impulsarse hacia cualquier luz disponible.

Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio
***
Saturno
(de La celda de oro)

Se acostaba en el sillón noche tras noche,
la boca abierta, la oscuridad del cuarto
llenando su boca, y nadie sabía
que mi padre se estaba comiendo a sus hijos. Parecía
descansar tan tranquilo, su cuerpo inmenso
inerte en el sofá, su mano enorme
suelta del vaso.
Qué podía ser más pasivo que un hombre
desmayado cada noche ─ y sin embargo mientras estaba acostado
de espaldas, roncando, nuestras vidas lentamente
desaparecían en el agujero de su vida.
El brazo de mi hermano entraba hasta el hombro
y él lo arrancaba de un mordisco, y chupaba la herida
como uno chupa la pata de una langosta. Tomaba
la cabeza de mi hermano entre los labios
y la arrancaba como a una cereza de su cabo. Hubieras visto
sólo a un hombre grande, atractivo
durmiendo profundamente, inconsciente. Y sin embargo
en algún lugar de su cabeza sus ojos color tierra
estaban abiertos, los círculos blancos brillando
mientras hacía crujir el torso de su hijo entre sus mandíbulas,
aplastaba los huesos como a la suave cáscara de los cangrejos
y las delicias de los genitales
rodaban hacia atrás de su lengua. En los nervios de sus encías y
en sus entrañas él sabía lo que estaba haciendo y no podía
detenerse, como en un orgasmo, los
pies de su hijo crujiendo como pescados crudos
entre sus dientes. Esto es lo que quería,
llevar esa vida a su boca
y mostrar lo que puede hacer un hombre ─ mostrarle a su hijo
lo que es la vida de un hombre.

Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char