FEDERICA ROSENFELD
(Buenos Aires, 1914-1998)
La mariposa
La mariposa es
separar el silencio
del movimiento.
***
El benteveo
el benteveo amarillo después de la lluvia canta
no sé si triste o alegre
pero resuena sonoro
en gracia a lujo distante
contra un aire inerte o tonto.
***
Baudilio el cabrero
Nadie sabe el color
Que diluye sus ojos
Ni por qué
No hacen ruido sus manos
Cuando bate las palmas
Pero se desconfía
Del espacio que toca
Y del signo
De su paso incierto
Sobre la ancha sombra.
Sin embargo
Nunca lleva Baudilio
Cuchillo ni
Pedruzco afilado
Ni conoce otro tacto
Que el de cosas redondas
Como cerros o uvas
Corazón de avestruces
O de cabras.
***
Locomotoras que pinta Lozano
Los hermosos jirones de variados colores
que tu mejor sociabilidad
arranca de sí
dan la aceleración del tiempo.
Tu astucia agrega ruedas cada vez más pequeñas.
Todas las risas buenas viajan.
Los llorones quedamos despidiendo amores,
muchos amores que concibes.
Carboneros ocultos en su profundo sueño
van diciendo el ritmo:
ignoramos sabemos, ignoramos sabemos.
***
La primavera en el desierto
Cruza un ave oscura. El pelo ha brotado en tu barba
Y en tus pestañas como una hierba roja.
Eres bello. Eres el giro de la tarde.
Gritan los aguiluchos al tiempo de partir; pero acrece
El deseo, retamo florecido en la primavera del desierto.
Tu mano fresca como un valle escondido precipita
El anochecer de los pájaros.
De Desde el cerco, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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