miércoles, 2 de marzo de 2011

Sin saludar, con vaga indiferencia, pasa...

Tres poemas de STEPHEN SPENDER
(Londres, Inglaterra, 1909-íd, 1995)



“SUJETO: OBJETO: ORACIÓN”

Un sujeto pensó que por tener un verbo
con múltiples objetos regía una oración.
¿Acaso la gramática no le legó estos sustantivos
de los que tomó posesión en justa herencia?
Sus objetos son “vino”, “mujeres” y “riqueza”
y una oración subordinada: “todo lo que la vida puede dar”.
Se aficionó tanto a poseer lo dicho que, finalmente,
se encontró a sí mismo convertido en ser subjetivado.
“Sujeto”, advertía el diccionario, significa “alguien regido por
una persona o cosa”. ¿No era, pues, esclavo del “tener”?
Para lograr independencia debía transformarse en “objetivo”
lo cual significaba liberación del verbo “haber”.
Buscando autonomía estudió el contexto
que rodeaba a su oración, para observarla en perspectiva:
la parafraseó, realizó un análisis crítico,
volvió a leerla y se sintió más “objetivo”.
Después, con sobresalto, se dio cuenta de que la frase
como “sujeto-objeto” es doblemente traicionera.
Una frase queda condenada a permanecer como fue expuesta
-como una “sentencia de vida”, como una “sentencia de
muerte”, por ejemplo.
***
TOSCO

Mis padres me protegían de niños que eran toscos
que emitían palabras como piedras y llevaban raídas ropas,
mostrando sus muslos a través de harapos. Corrían por la calle,
escalaban riscos y se desnudaban junto a los arroyos del campo.
Temía a sus músculos. de acero más que a tigres,
a sus agitadas manos y a sus rodillas firmes sobre mis brazos.
Temía el grosero señalar con descaro de aquellos niños
que imitaban mi ceceo a mi espalda en la calle.
Eran ágiles y aparecían como perros desde detrás de setos
para ladrar a mi mundo. Lanzaban barro
mientras yo miraba hacia otro lado fingiendo sonreír.
Deseaba perdonarlos ardientemente, pero ellos no sonreían nunca.
***
EL EXPRESO

Tras la declaración primera, fuerte y clara,
y la negra palabra de los émbolos, mudo,
cual reina deslizándose, de la estación se aleja.
Sin saludar, con vaga indiferencia,
pasa junto a las casas que se agolpan, humildes,
y junto a los gasómetros y a la pesada página
impresa por las lápidas, allá, en el cementerio.
Tras la ciudad se extiende la campiña,
donde, yendo más raudo, adquiere el tren misterio,
el luminoso aplomo del buque en el océano.
Y ya a entonar empieza –primero en un susurro,
fuerte después y al fin como un jazz loco-
el canto de su silbo, que es chillido en las curvas,
túneles que ensordecen, frenos, cierres sin cuento.
Y en el metálico paisaje de los rieles,
siempre leve, aérea, por debajo
vapor se hunde en nuevas eras de indómita ventura,
donde en lo raudo surgen extrañas formas, anchas
curvas y paralelos limpios como el acero
de los cañones. Lejos ya de Edimburgo o Roma,
tras la cima del mundo, alcanza, al fin, la noche,
donde sólo una baja línea fluvial, de brillo
fosforescente, es blanca en cerros agitados.
¡Ah! Cual cometa en llamas, va en éxtasis, envuelto
en su música, y nunca ni gorjeos ni ramas
grávidas de capullos de miel la igualarían.

Traducción S/D. Tomados de http://escritosdesdelaoscuridad.blogspot.com/

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char