jueves, 30 de julio de 2009
Miscelánea
William Faulkner,
según Gabriel García Márquez
Cuando Jorge Luis Borges me mencionó en su residencia en el Cimetière de Rois, que William Faulkner era un representante del Boom latinoamericano, le pedí explicaciones, pero sólo dejó una tarjeta en mi bolsillo, que encontré luego en Bilbao. Era artesanal, y así decía en letras doradas:
Samuel Snopes,
Hair landscapper
XX Wilkinson St.,
French Quarter,
New Orleans, LA.
Detrás de la tarjeta, Borges había escrito con tinta púrpura: “Faulkner lo espera aquí, JLB”.
Y así, el siguiente viernes me encontraba en el Café Du Monde desayunando un café au lait con unos inspiradores beignets. Recordé un viaje de negocios, hacía unos años, cuando me hospedé en el Hotel St. Charles, y la posterior sesión de jazz en el French Quarter. Llovía, cuando en compañía de mi fiel paraguas, que se negaba a dejarme en algún bar, crucé Jackson Square, saludé a la Catedral de St Louis, y de inmediato me encontré en Wilkinson Street. La barbería de Snopes era tan vieja como la catedral y el dueño me hizo sentar en una silla de hierro, madera, cromo y cuero, y sin más me colocó una toalla caliente sobre la cara. Cuando desperté, mi coche de mulas se acercaba a una mansión “antebellum” rodeada de magnolias y frondosos árboles con tupidos colgantes de Spanish Moss.
Alcancé a leer un letrero en el camino “Rowan” y al lado “Yoknapatawpha County” y advertí que mi ropa había cambiado. ¿Cuándo había ocurrido? Un empleado negro en uniforme y guantes me abrió la puerta y condujo a un salón en el que dos caballeros me recibieron levantando sus vasos. Reconocí a uno como el propio William Faulkner, y al estrechar su mano, me informó que el otro era Raymond Chandler, el novelista de misterios. Me ofrecieron un vaso con whisky y hielo, y Chandler comentó: “Faulkner hizo que mi novela The Big Sleep obtuviera tanto éxito como película”, a lo que Faulkner respondió “el éxito debe atribuirse al libro. Mi premio en esa ocasión fue haber entablado amistad con Humphrey Bogart y Laureen Bacall. Sin embargo, mi mejor guión, de 1945, `The Southerner´ no lleva mi nombre, pero sí el del director Jear Renoir. Todo por cosas de abogados”.
Para este momento les hacía una caricatura en mi libro de notas, y Faulkner me preguntó: “Actualmente ¿qué opinan los críticos sobre mis obras?”. Chandler, que estaba ahogando en el whisky algunos de sus problemas me advirtió: “No tenga miedo, que William no lo baleará como acostumbra hacer a los zorros, porque no tiene puesto su uniforme rojo pretendiendo que anda en Balmoral, ja, ja”. Faulkner lo miró con disgusto y me preguntó: “Entonces, ¿qué dicen sobre mí los críticos?”.
Entendí su interés en saberlo si llevaba tantos años retirado en el cementerio de St. Peter en Oxford, Mississippi, y decidí hablarle con sinceridad.
“Hoy día se ha investigado su vida y milagros con microscopio. Se conoce que Faulkner creó un país llamado Yoknapatawpha y unas familias, y personajes, los Sartoris, y Compson, los Snopes; el tío Buck; George Wilkins; la leyenda del oro enterrado, de perros que eran inseparables del whisky y de la cacería, de Ringo, de la nana que era Purella Harris y Rosa Millard, sobreviviente del antebellum y ahora traficante de caballos y mulas; Old Ben, un oso fiero y cruel orgulloso de la libertad; Boon, un hombre viejo, hijo de una esclava negra y de un rey. Y William Faulkner quedó atrapado en su Yoknapatawpha, prisionero de las actuaciones de sus personajes, que no dejaban de originar otros seres, ya fuera del control de Faulkner. Son muchos cuentos y novelas, resonando The Sound and The Fury de 1929, Sanctuary de 1931, y tantos que le harían ingresar varias veces en un sanatorio para curas de desintoxicación a partir de 1936. Me quedan dos preguntas: ¿Fue usted promotor del boom latinoamericano y obras como Cien Años de soledad?, y ¿Cúal fue su intención al escribir?”.
Raymond Chandler se excusó en ese momento: “Tengo que irme, tantas revelaciones me deprimen, porque yo tengo mis propios problemas, intolerables de confesar”, y desapareció sin decir más, pero sin olvidar su sombrero.
William Faulkner me comentó: “El problema de Chandler es que prefiere mujeres con problemas y discursos intelectuales a mujeres pasionales y sexuales, y a mí me gustan éstas, las que mezclan la chispa con la pasión. ¿A quién se le ocurriría, si no es a Chandler, enredarse con la viuda de George Orwell? Responderé a sus preguntas leyendo un párrafo de un escrito que publiqué en 1932, `Lagartos en el patio de Janmshid´: `La casa era un enorme edificio cuadrado que los descendientes anónimos y sin historia del anónimo fundador hayan ido abatiendo para alimentar la lumbre desde los tiempos de la guerra civil, un edificio enclavado en unos terrenos diseñados cien años antes´… Además, en 1942 publiqué Go Down Moses, una novela en la que se describen más de cien años en la historia de Yoknapatawpha County, y sobre la familia McCaslin, un oso mágico, los sucesivos propietarios, miscegenación e incesto. ¿No le suenan a usted conocidos estos temas? Y referente a su segunda pregunta, lo único que evita que los trabajos de un escritor sean efímeros es que traten sobre el amor, el honor, la compasión y el sacrificio. En mis escritos, la mezquindad y miseria humana se enfrentan diariamente a la grandeza de espíritu. No le doy mayor importancia a la técnica, aunque se me atribuye ser un precursor del flujo de concienciación. Quizás debería remontarme a mi niñez para encontrar cuando todo comenzó. Era niño cuando comencé a encontrar barreras de todo tipo. En sexto grado me aburría en la escuela por no estar de acuerdo con lo que los maestros pretendían obligarme a aprender, información totalmente inútil, cuando mi imaginación estaba en otros mundos, en cuanto a color, olor, ruido y vivencias. Era pequeño físicamente, no podía ser piloto porque mi estatura no llegaba a la medida establecida por algún cretino, y además porque se acabó la guerra que iba a ser la Gran Guerra; la chica de la cual estaba enamorado se casó con otro; me hicieron renunciar de mi trabajo en correos por jugar a las cartas, y me retiraron de líder de una tropa de boy scouts por estar fielmente acompañado de una botella de whisky. Y mis comienzos como poeta y escritor, aunque a veces llamativos, no tuvieron éxito. A través de muchas desilusiones y fracasos aprendí que el artista de artistas debe estar muy seguro en sí mismo, aprender de sus errores, y considerar que nadie es suficientemente bueno para aconsejarle. Recuerdo de una pelea muy chistosa que tuve con Ernest Hemingway, como consecuencia de una conferencia donde opiné que Hemingway era un cobarde en el uso de las palabras. Ernest era muy delicado en el tema de cuestionar su valentía y virilidad en el frente de batalla, y por eso su gran interés por las corridas de toros, y asistencia a tabernas en Pamplona. Tuve que aclarar lo de cobardía, y asegurar que me refería a que Hemingway era poco atrevido en el uso de palabras a no ser que estuvieran en el diccionario, y mucho menos de escribir algún sonoro fracaso. No creo que aceptara mi explicación, y su trágico fin se discute si fue una salida de valentía, o de cobardía. Cada uno puede opinar al respecto.
En la ocasión en que en 1950 recibí el premio Nobel, leí un discurso que dijeron era el mejor efectuado hasta esa fecha en dicha ceremonia. Esa no era mi intención, pero me alegra de que hayan gustado tanto mis reflexiones sobre las fuentes del buen escritor. Sólo merece la pena escribir del corazón humano, en conflicto consigo mismo. Recuerdo cómo en 1951 Howards Hawks me pidió que le hiciera un arreglo de la novela The Left Hand of God de William Barrett. Mi nombre no apareció nunca en los créditos de la película con Humphrey Bogart y Giene Tierney de 1955. Lo interesante es que Howard Hawks pidió que yo efectuara este trabajo, en el que una encrucijada ética se resuelve recordando que el hombre es inmortal, tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrificio New Orleans”.
No recuerdo mucho del viaje en el coche donde las mulas volaban sobre los caminos de tierra, porque dormí casi todo el tiempo. Para cuando desperté estaba en la puerta del 713 Rue Sant Louis de New Orleans. Un sonriente empleado me abrió la puerta “Bienvenido a Antoine´s, Mr. Márquez” y me condujo a una mesa que llevaba mi nombre en un cartelito. Mi menú fue sencillo pero sustancioso, porque tenía mucho que asimilar después del encuentro con William Faulkner. Empezaría con “Oysters Rockefeller”, y seguiría con “Potage alligator au sherry”. De postre, ¿qué mejor cierre que le puddin de pan de noix de pecan?
Mientras disfrutaba del primer plato recordaba algo que me había dicho Faulkner: “Aunque haya sido un promotor del boom latinoamericano, mis sonidos y sentimientos son intraducibles al castellano. El perro Lion no ha podido ser el Perro León, ni el Major de Spain el Alcalde de España, ni es posible traducir el parásito típico de árboles en Lousiana, el “Spanish Moss” como “Musgo español”. Los indios lo llamaban originalmente “Itla-Okla”, por parecerles “pelo de árbol”. A los franceses les recordaba el pelo de las barbas de los españoles y lo llamaron “Barbe Espagnol”, término que los españoles consideraron ofensivo, y revertieron el insulto a “Cabello Francés”. La decisión quedó en manos de los indios, que para ese momento preferían el idioma inglés y lo tradujeron a “Spanish Beard”. Pero el término no tenía mucho sentido y se cambió a Spanish Moss. Claro que si uno prefiere, puede utilizar el término científico Tillandsia usneoides. Y no hay discusión que Yoknapatawpha County no tiene traducción posible. Esto lo planteé en unas reuniones en 1961 en Caracas, Venezuela, lugar con uno de los mayores índices de consumo de whisky escocés por persona”.
Al terminar estas reflexiones y con el café y copa de brandy, el maitre me dijo que la comida había sido una invitación de Monsieur Faulkner, y me entregó la libreta de notas con el dibujo que había hecho de William Faulkner y Raymond Chandler, que aquí acompaño. No logré sin embargo recuperar el paraguas; espero que pueda serle útil a Faulkner en sus paseos por Oxford, Mississippi.
**
Dibujo de Faulkner y Chandler realizado por Gabriel García Márquez.
Tomado de http://www.narrador.es
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
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