Hokusai |
(Lincoln, Inglaterra, 1949)
RÉQUIEM ALEMÁN
No es lo que construyeron. Es lo que derribaron.
No son las casas. Son los espacios entre las casas.
No son las calles que existen. Son las calles que ya no existen.
No son tus recuerdos lo que te obsesiona.
No es lo que has escrito.
Es lo que has olvidado, lo que debes olvidar.
Lo que debes seguir olvidando toda tu vida.
Y, si hay suerte, el olvido descubrirá un ritual.
Hallarás que no estás solo en tu empresa.
Ayer el mismo mobiliario parecía censurarte.
Hoy ocupas tu sitio en el Transbordador de Viudas.
El autobús espera en la puerta sur
para llevarte a la ciudad de tus antepasados,
situada allá en la colina, con frontones lucientes,
tan vividos como esta encantadora plaza, tu hogar.
¿Estás cohibida? Pues debieras estarlo. Es casi como una boda,
el modo en que sujetas las flores y das a tu velo un ligero tirón. Oh,
las horrendas damas de honor, es natural que te molesten
un poco, en este primer día.
Pero todo esto pasará, y el cementerio no queda lejos.
Aquí llega el conductor, tirando un palillo al arroyo,
su lengua aún rebuscando entre los dientes.
Fíjate, ni ha reparado en ti. Nadie ha reparado en ti.
Pasará, jovencita, pasará.
Qué confortante resulta, una o dos veces al año,
reunirse y olvidar el ayer.
Como en esos días especiales, señoras y señores,
en los que las pecheras almidonadas se dan cita al lado de la tumba
y una gabardina maliciosa se aproxima a la tribuna de oradores.
Es como un solemne pacto entre quienes sobrevivieron.
El alcalde lo rubrica en nombre de la masonería.
El sacerdote lo sella en nombre de todos los demás.
No hay más que hablar, y es mejor así.
Es mejor para la viuda no vivir con miedo al sobresalto,
es mejor para el joven poder moverse a sus anchas entre los sillones,
es mejor que estos perfiles corcovados que revolotean entre las tumbas
cuidando las mariposas y mudando los crisantemos
no sean almas en pena,
que vuelvan a sus casas.
El autobús espera, mientras que en las gradas superiores
los trabajadores desmantelan las casas de los muertos.
Pero al haber muerto tantos, tantos y tan deprisa,
no había ciudades que esperaran a las víctimas.
Retiraron las placas con los nombres de los portales derruidos
y las llevaron con los féretros.
Así, plazas y parques se llenaron de la elocuencia de cementerios
jóvenes:
olor de tierra fresca, cruces improvisadas
y todos los indicadores imposibles en latón y en esmalte.
"Doctor Gliedschirm, dermatólogo, visitas de dos a cuatro o previa
petición de hora."
Al profesor Sargnagel lo enterraron con cuatro títulos, dos veces
miembro asociado de organismos académicos
e indicaciones para que los tenderos usaran la puerta de servicio.
La tumba de tu tío te informó de que vivía en el tercero izquierda.
Se te pidió por favor que llamaras al timbre y él bajaría en el ascensor
en el que para entrar se necesitaba llave ...
Solía bajar, solía bajar siempre
con una sonrisa aguada, y con muy pocas cosas que decir.
Cómo se encogió con los años.
Cómo tu estatura lo empequeñecía en el estrecho ascensor.
Cómo se encoge ahora ...
Vamos. ¿Ha de tener fin la aflicción? Entonces también la culpa.
Y parece que los recursos de la memoria no conozcan límites.
Para que un hombre pueda decir y pensar:
cuando el mundo estaba en su hora más oscura,
cuando las alas negras sobrevolaban los tejados
(¿y quién puede escrutar Sus propósitos?), incluso entonces
siempre, siempre hubo lumbre en este hogar.
¿Ves este armario? ¡Un escondite de sacerdotes!
Y en ese cuarto trastero generaciones enteras han tenido cobijo y alimento.
¡Oh, si hubiera de empezar, si hubiera de empezar a contarte
la mitad, la cuarta parte, una fracción de lo que padecimos!
Su mujer asiente, y una secreta sonrisa,
como un vientecillo con sólo el vigor para desplazar una hoja seca
sobre dos adoquines, cruza de silla a silla.
Incluso el inquisidor queda hechizado.
Olvida proseguir con sus preguntas.
No es lo que quiere saber.
Es lo que quiere no saber.
No es lo que dicen.
Es lo que no dicen.
Traducción de José Antonio Álvarez Amorós
***
Fuera de peligro
Sé bueno corazón y firma la liberación
Así como los árboles aprueban su pérdida.
Aprende como aprenden las hojas a caer
Fuera de peligro, por amor.
Lo que es de la escarcha y del deshielo
El lóbrego invierno no va a dañar.
Lo que es de la lluvia y del viento
Está fuera del peligro de la tormenta.
La pasión celosa, la necesidad cruel
Traicionan al corazón que las alimenta.
Pero lo que es de la tierra y de la muerte
Está fuera del peligro del sol.
Yo fui cruel, estaba equivocado...
Difícil es decirlo y difícil saber.
Tú no me perteneces. Tú estás fuera de peligro ahora...
Fuera del peligro del viento,
Fuera del peligro de la ola,
Fuera del peligro del corazón
Cayendo, cayéndose el amor.
Versión de Nicolás Suescún
3 comentarios:
me gusta... no lo conocía, así que gracias!!! salud señora.
Gracias, gracias a usted, Irene
"No son las casas. Son los espacios entre las casas." , "Y, si hay suerte, el olvido descubrirá un ritual." Qué bueno es. Gracias.
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