lunes, 30 de mayo de 2011

Un servicio público

AMARO VILLANUEVA
(Gualeguay, Entre Ríos, Argentina, 1900-1969)

“Para mí, el ejercicio de la palabra escrita, verseada o prosaica implica un servicio público, como el de gobernar, legislar, administrar justicia, cultivar los campos, faenar las reses, conducir ómnibus o aviones, barrer las calles.” A.M.
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"Estando entre gente limpia, no es necesario comenzar por los detalles de higiene referentes al mate, a la bombilla, la yerbera, la pava, etcétera. Todo está que reluce limpieza. La pava empolla su nidada de brasas en el fogón. La yerbera nos reparte por igual yerba y azúcar.
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Si andamos por un amargo, ahí está la galleta, boqueada de cimarrones. Si es por un dulce, nos espera un porito de boca fruncida. Para éste, ya se encuentra lista la bombilla de coco tucumano; para aquélla, la de paletilla. Y, en todo caso, la de paletilla puede servir para los dos.
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De "Lenguaje del mate":

Muy caliente: Yo también estoy ardiendo... de amor por ti.
Frío: Me eres indiferente.
Muy dulce: ¿Qué esperas para hablar con mis padres?
Amargo: Llegas tarde; estoy comprometida.
Tapado: Te expones a un bolsazo.
Lavado: A tomar mate a otra parte.
Espumoso, exquisito, fragante: Te quiero con todas las de la ley.
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Aquella oronda vasija de hierro (…) sugirió al paisano, por su figura foránea, el ridículo símil con la opulenta hembra del pavo. Él la vio así: rechoncha de cuerpo, ennegrecida de hollín y con el largo cuello tubular en forma de S, que le nacía del medio del vientre, por no decir del buche. Y la imaginó echada junto al fogón, empollando las brasas del rescoldo y arrullando cantarina, según la expresión de Lugones, a través de la cual parece oírse el pausado y cambiante silbo con que la vasija va anunciando que su cálido contenido reclama ya la mullida comunidad de la cebadura.

De El mate, el arte de cebar y su lenguaje
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Si el lunfardo no es ni un idioma ni un dialecto, tal vez sería oportuno recurrir a la etimología de la palabra a ver cuánto puede aclararnos. En 1962 el profesor Amaro Villanueva determinó el origen de la voz «lunfardo» a partir de la corrupción de un vocablo del romanesco, es decir, el habla de Roma.

Villanueva encontró en el Vocabulario romanesco de Filippo Chiappini (1945) el término lombardo con el significado de ‘ladrón’, además de un verbo derivado: lombardare, con la acepción de ‘robar’. Según Villanueva explica, la evolución de la palabra, transplantada ya a nuestro país, habría sido: lombardo > lumbardo > lunfardo. Pudo probar esto gracias a la forma intermedia lumbardo, que aparece atestiguada, como una forma local de transición, en el folletín Los amores de Giacumina, publicado en 1886 en forma anónima por quien se descubrió después que era el periodista entrerriano Ramón Romero. En dicha novela puede leerse: “Entre los novios que tenía Giacumina había un lumbardo [...].” Este testimonio del uso de la forma intermedia, aunque con el valor de gentilicio, es decir ‘nativo de Lombardía’, le permite a Villanueva avanzar en su hipótesis, una vez que ha explicado el paso de la o a una u (lombardo > lumbardo), tal como se da en pulenta y en cumparsita, y de ofrecer algunos testimonios de fonética napolitana, lengua en la que se tiende a convertir la b explosiva del toscano en v fricativa, como sucede con el cravone frente a la voz toscana carbone (carbón) o lavurante frente a laborante(obrero).

Según Villanueva, el gentilicio lombardo (‘nacido en Lombardía’) llegó a ser equivalente a ‘ladrón’, a partir de un uso que recién habría llegado a Italia en el siglo XVIII, pero que bajo la forma lombart (y su variante lumbart) corría ya en francés medieval con el significado de ‘prestamista’, ‘usurero’, en virtud de que los primeros que ejercieron en Francia este negocio eran de origen lombardo.

El hecho de que el término lunfardo significara en su origen ‘ladrón’ y con tal significado corriera en Buenos Aires alrededor de 1870, llevó a conclusiones erróneas a los primeros que se acercaron a estudiar el fenómeno, pues se interpretó que se trataba de una jerga ligada al ambiente de la delincuencia. Lamento tener que decir lo que para muchos puede ser un desengaño, pero el lunfardo no es –ni lo fue nunca– un vocabulario delictivo. Por una deformación profesional, sus primeros estudiosos (Benigno Lugones, Luis María Drago, Antonio Dellepiane, Luis Villamayor), todos ellos criminalistas o policías, le adjudicaron erradamente ese pecado original.

En suma, ni idioma, ni dialecto ni jerga profesional. Ya dijimos lo que el lunfardo no es. Falta ahora decir qué es.

Oscar Conde
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Rúas

Florida
Para chimentos, Florida;
jovata, shusheta, rana,
pinturera y alacrana,
de infantería corrida,
con pedrigué de engrupida,
melenas a la macana,
chivitas a la podrida
y gambas a la banana.

Corrientes
Desde que la hicieron ancha,
desde que se empilcha corto,
Corrientes la va de angosta
y pasa abriéndose cancha,
muy bacana, lo más pancha,
como batiéndonos: ¡crosta!

Avenida 9 de Julio
Eva metropolitana,
cuando morfó la manzana
y se agrandó en el mordisco,
le quedó un choclo del fisco
dragoneando de obra pública.
Y en Plaza de la República,
otro choclo: el Obelisco.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char