viernes, 9 de diciembre de 2011

En mi casa tenía tres sillas

HENRY DAVID THOREAU
(EE.UU., 1817- 1862)

Walden, La Vida en los Bosques
(Fragmentos)


Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, a orillas de la laguna de Walden en Concord (Massachusetts), y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos. En ella viví dos años y dos meses. Ahora soy de nuevo un morador en la vida civilizada.
No habría impuesto tanto mis cosas a la cortesía de mis lectores si no hubiera sido por las muy concretas preguntas que muchos conciudadanos me hicieron con relación a mi modo de vivir. Me han preguntado qué tenía yo como alimento, si no me sentía solo, si no tenía miedo, y cosas parecidas. Pediré perdón a aquellos lectores no particularmente interesados en mí si en este libro me propongo contestar algunas de estas preguntas. En la mayoría de los libros, el yo o primera persona es omitido; en este será conservado; esa es la principal diferencia con respecto al egotismo. Generalmente no recordamos que, después de todo, es siempre la primera persona la que habla. No hablaría tanto sobre mí mismo si hubiera alguien a quien conociera tan bien como a mi persona. Desgraciadamente, estoy 1imitado a este tema por la estrechez de mi experiencia. (...)


He viajado bastante por Concord; y en todas partes, en tiendas, oficinas y campos, los habitantes me han parecido estar haciendo penitencia en mil formas extraordinarias. Los doce trabajos de Hércules eran insignificantes comparados con los que mis vecinos se han empeñado en realizar; porque aquellos eran solamente doce y tenían un fin, pero yo nunca he podido ver que estos hombres hayan matado o capturado algún monstruo o terminado una labor. No tienen un amigo como Yolas que queme la raíz de la cabeza de la hidra con un hierro candente, sino que tan pronto como una cabeza es aplastada, dos más surgen.


Pero los hombres trabajan bajo la influencia de un error. La parte mejor del hombre muy pronto es arada para abono de la tierra. Por un aparente destino comúnmente llamado necesidad, los hombres se dedican, según cuenta un viejo libro, a acumular tesoros que la polilla y la herrumbre echarán a perder y que los ladrones entrarán a robar. Esta es la vida de un tonto, como comprenderán los hombres cuando lleguen al final de ella, si no lo hacen antes.


Hasta en este país relativamente libre, la mayoría de los hombres, por mera ignorancia y error, están tan preocupados con los artificiales cuidados e innecesarios trabajos rudos de la vida, que no pueden cobrar sus mejores frutos. Sus dedos, de tanto trabajar, son demasiado torpes, y tiemblan demasiado. Realmente el jornalero no tiene tiempo libre para vivir con verdadera integridad todos los días; no le es permitido mantener las relaciones más viriles con los hombres, porque su trabajo sería despreciado en el mercado.


No tiene tiempo de ser otra cosa que una máquina. ¿Cómo va a recordar bien su ignorancia —según requiere su crecimiento— quien tiene que usar sus conocimientos tan a menudo? Algunas veces, deberíamos alimentarlo y vestirlo gratuitamente y abastecerlo con nuestros licores antes de juzgarlo. Las mejores cualidades de nuestra naturaleza, al igual que la lozanía de las frutas, solamente pueden ser conservadas por las manipulaciones más delicadas. Sin embargo, ni unos a otros, ni a nosotros mismos, nos tratamos con esa dulzura. (...)


La mayoría de los hombres viven una vida de tranquila desesperación. Lo que llamamos resignación no es más que una confirmación de la desesperación. De la ciudad desesperada pasamos al campo desesperado, y tenemos que consolarnos con la magnificencia de los visones y ratas almizcleras. Hasta detrás de los llamados juegos y diversiones de la humanidad se encuentra una desesperación estereotípica, aunque inconsciente. No hay diversión en ellos, porque esta viene sólo después del trabajo. Pero no hacer cosas desesperadas es una característica de la sabiduría.


Cuando consideramos cuál es la principal finalidad de los hombres —para hacer uso de las palabras del catecismo— y sus principales necesidades y medios de vida, pareciera que hubieran elegido deliberadamente esta forma de vivir porque la prefieren a cualquier otra; sin embargo, ellos piensan honradamente que no es posible elección alguna. Pero las naturalezas activas y saludables recuerdan que el sol ascendió con claridad. Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios. No se puede creer firmemente, sin pruebas, en alguna forma de pensar o de hacer, por antigua que sea. Lo que hoy todo el mundo repite y acepta como verdadero, puede convertirse en mentira mañana, una mera opinión de humo que algunos creyeron fuera nube que daría agua fertilizadora para los campos. Tratad de hacer aquello que la gente antigua afirma ser imposible de realizar, y demostrad que sí podéis. Los hechos antiguos pertenecen a las generaciones antiguas, y los nuevos, a la nueva generación. (...)


Hace unos treinta años que vivo en este planeta y todavía estoy por oír la primera sílaba de los serios o valiosos consejos de mis mayores, pues no me han dicho nada, o quizá no puedan decirme nada, de utilidad. Aquí está la vida, un experimento, la mayor parte del cual no ha sido realizado todavía por mí; pero no me beneficia en absoluto que otros lo hayan realizado. Si poseo alguna experiencia que considero de valor, puedo asegurar que mis mentores no me dijeron una palabra acerca de ella. (...)


Sin duda alguna, el tedio y el fastidio que presumiblemente han agotado la variedad y las alegrías de la vida son tan viejos como Adán. Pero las capacidades del hombre no han sido medidas todavía, y se ha ensayado tan poco, que no podemos juzgarlas por algunos precedentes. (...)


¡Las estrellas son los vértices de maravillosos triángulos! ¡Qué seres tan diferentes y distantes contemplan simultáneamente desde las numerosas mansiones del universo la misma estrella! La naturaleza y la vida humana son tan distintas como nuestras variadas constituciones. ¿Quién dirá cuál es la perspectiva que la vida ofrece a otros? ¿Podría ocurrirnos un milagro mayor que el de que podamos mirar a través de los ojos de otros? Deberíamos vivir por una hora en todas las edades del mundo; no: en todos los mundos de las edades. ¡Historia, Poesía, Mitología! La lectura de las experiencias de otra persona no sería jamás tan asombrosa ni didáctica como esta. (...)


Estamos obligados a vivir concienzuda y sinceramente, reverenciando nuestra vida y negando la posibilidad de un cambio. Decimos que este es el único camino; pero hay tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro. Cualquier cambio es un milagro digno de ser contemplado; pero es también un milagro que ocurre a cada instante. Confucio dijo: Saber que sabemos lo que sabemos y que ignoramos lo que no sabemos es el mejor conocimiento.El hombre no sólo ha inventado casas, sino también ropa y ha cocinado el alimento; y desde el descubrimiento casual del fuego, y su uso consecuente, un lujo al principio, surgió la necesidad actual de sentarse cerca de él.
(...)


Hoy en día tenemos profesores de filosofía, pero no filósofos. Sin embargo, enseñarla es admirable porque en un tiempo también lo fue vivirla. Ser un filósofo no consiste en tener pensamientos sutiles meramente, ni en fundar una escuela, sino en amar la sabiduría tanto como para vivirla de acuerdo con sus dictados, para llevar una vida de simplicidad, independencia, magnanimidad y confianza. Consiste en resolver no sólo teóricamente algunos problemas de la vida, sino también prácticamente. (...)


Si me atreviera a contar de qué manera deseaba pasar mi vida años atrás, sorprendería mucho a los lectores que la ignoran. Sólo voy a indicar algunas de las empresas que he acariciado. En cualquier época y en cualquier hora del día o de la noche, siempre he estado ansioso por mejorar la oportunidad que se me presentara y también por documentarla; por pararme sobre el encuentro de dos eternidades, el pasado y el futuro, que es precisamente el momento presente: por acatar esa regla. Me perdonarán sin duda algunos pasajes no muy claros, porque en mi oficio hay más secretos que en los de la mayoría de los hombres; pero estos secretos no son guardados intencionalmente por mí, sino que son inseparables de su naturaleza. Sería un placer para mí contar todo lo que sé acerca de ellos y no yerme obligado a escribir en mi puerta PROHIBIDA LA ENTRADA.


(...) Viendo que mis conciudadanos no iban a ofrecerme ninguna sala en el juzgado, ni ningún curato o modo de ganarme la vida, sino que tendría que valerme por mí mismo, me volví más exclusivamente que nunca hacia los bosques, donde era mejor conocido. (...)Al dirigirme a la laguna Walden, no era mi intención vivir allí baratamente ni con lujos, sino despachar algunos negocios privados, con el menor número de obstáculos; el verme impedido de llevarlos cabo, por falta de un poco de sentido común, de espíritu emprendedor y de talento comercial, me parecía no sólo triste sino tonto. (...)


Todas las mañanas eran una cariñosa invitación para hacer mi vida con igual sencillez, y puedo decir con igual inocencia, que la misma Naturaleza. He sido un adorador de la aurora, tan sincero como los griegos. Me levantaba temprano y me bañaba en la laguna: era un ejercicio religioso y una de las mejores cosas que hacía. Dicen que en la bañera del rey Tching-Thang estaban esculpidos caracteres que decían: “Renuévate completamente todos los días; hazlo de nuevo y de nuevo y siempre de nuevo”. (...)


La más elevada de las artes consiste en alterar la calidad del día. (...)


Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida; ¡es tan hermoso el vivir!; tampoco quise practicar la resignación, a no ser que fuera absolutamente necesaria. Quise vivir profundamente y extraer toda la médula de la vida, vivir en forma tan dura y espartana como para derrotar todo lo que no fuera vida, cortar una amplia ringlera al ras del suelo, llevar la vida a un rincón y reducirla a sus menores elementos, y si fuera mezquina, obtener toda su genuina mezquindad y dar a conocer su mezquindad al mundo, o si fuera sublime, saberlo por propia experiencia y poder dar un verdadero resumen de ello en mi próxima salida.
(...)


El tiempo sólo es el río en el que voy a pescar. Bebo en él; pero mientras bebo, veo el lecho arenoso y descubro cuán superficial es. Su fina corriente se desliza a lo lejos, pero la eternidad permanece. Yo bebería más profundamente; pescaría en el cielo, cuyo suelo está tachonado de estrellas. No puedo contar una sola. No sé siquiera la primera letra del alfabeto. Siempre he deplorado no ser tan sabio como lo era el día en que nací. La inteligencia es un hendedor; discierne y se abre su camino, en el secreto de las cosas.
(...)


Nunca me he sentido solo, ni tampoco deprimido por forma alguna de soledad, salvo una vez, y esto fue unas pocas semanas después de haber venido a los bosques, cuando por una hora dudé de si la próxima vecindad del hombre no sería esencial para una vida serena y saludable. El estar solo era entonces poco placentero para mí, pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba pasando por una ligera dolencia en mi modo de pensar y parecía prever que había de mejorarme. En medio de una lluvia suave, mientras prevalecían estos pensamientos, noté de pronto la existencia de una sociedad dulce y benéfica en la Naturaleza, en el golpear acompasado de las gotas y en cada sonido y vista alrededor de mi casa; una amistad infinita e indescriptible, como si se tratara de toda una atmósfera que me mantenía, una amistad que convirtió en insignificantes todas las ventajas imaginarias de la vecindad humana; y no he pensado en ella desde entonces. Cada pequeña aguja de los pinos se dilataba, henchida de simpatía, y me ofrecía su amistad. Me di cuenta muy claramente de la presencia de algo relacionado conmigo hasta en los parajes y escenas que solemos llamar salvajes y tristes, y también de que mi pariente más próximo y el más humano no era una persona, ni un habitante de la villa; y pensé que a partir de entonces ningún lugar me sería extraño. (...)


Encuentro saludable el hallarme solo la mayor parte del tiempo. Estar en compañía, aunque sea la mejor, se convierte pronto en fuente de cansancio y disipación. Me encanta estar solo. Nunca encontré una compañía tan compañera como la soledad. Casi siempre solemos estar más solos cuando estamos entre los hombres que cuando nos quedamos en nuestras habitaciones. Un hombre que piensa o trabaja está siempre solo, encuéntrese donde se encuentre. La soledad no se mide por las millas espaciales que separan a un hombre de sus semejantes.(...)


Generalmente, la sociedad es demasiado barata. Nos encontramos a intervalos demasiado cortos, sin haber tenido tiempo de adquirir ningún valor nuevo el uno para el otro. Nos encontramos tres veces al día en las comidas y nos damos unos a otros un nuevo bocado de ese queso rancio que somos. (...)


En mi casa tenía tres sillas: una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad. Cuando inesperadamente venía un gran número de visitantes, sólo estaba la tercera silla para todos ellos, pero por lo general economizaban espacio quedándose de pie.
Sorprende saber a cuántos grandes hombres y mujeres puede contener una pequeña casa. He tenido bajo mi techo, en forma simultánea, a veinticinco o treinta almas juntas con sus cuerpos y, sin embargo, a menudo nos hemos separado sin darnos cuenta de que habíamos estado cerca los unos de los otros. Muchas de nuestras casas, tanto públicas como privadas, con sus habitaciones casi innumerables, sus enormes salas y sus sótanos para el almacenamiento de vinos y otras municiones de paz, me parecen extravagantemente grandes en relación con sus habitantes. (...)


Si se quiere conocer el sabor de las grosellas, hay que preguntárselo al resero o la perdiz. Es un vulgar error suponer que uno ha gustado unas grosellas que nunca recogió por sí mismo.


(...)La luz que enceguece nuestros ojos es oscuridad para nosotros. Sólo alborea el día para el cual estamos despiertos. Hay aún muchos días por amanecer. El sol no es sino una estrella de la mañana.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char