domingo, 27 de junio de 2010

Estaban conquistados digeridos exclusos

Más poemas de PAUL ÉLUARD
(Francia, 1895-1952)



Mis cumbres eran a mi medida...

Mis cumbres eran a mi medida
Rodé por todos mis barrancos
Y estoy seguro de que mi vida es banal
Mis amores crecieron en un jardín común
Mis verdades y mis errores
Dudé en pesarlos como se pesa
El trigo que el sol duplica
O bien el que falta a las granjas
Di a mi sed la sombra de un pesado abismo
Di a mi alegría comprender la forma
De una jarra perfecta.
***
Sin rencor

Lágrimas de los ojos, los infortunios de los infortunados,
Infortunios sin interés y lágrimas sin color.
Él no pide nada, no es insensible,
Está triste en prisión y triste si está libre.

Hace un muy triste tiempo, hace una noche negra
Sin lugar para un ciego. Los fuertes
Están sentados, los débiles tienen el poder
Y el rey está de pie y la reina sentada.

Sonrisas y suspiros, injurias que se pudren
En bocas de mudos y ojos de cobardes.
No toquéis nada: ¡esto quema, esto arde!
Vuestras manos están hechas
Para vuestros bolsillos y para vuestras frentes.

Una sombra...
Todo el infortunio del mundo
Y encima mi amor
Como un animal desnudo.
***
Desde el fondo del abismo
III. No estaban locos los melancólicos

No estaban locos los melancólicos
Estaban conquistados digeridos exclusos
Por la masa opaca
De los monstruos prácticos

Tenían su edad de razón los melancólicos
La edad de la vida
No estaban allá en el principio
En la creación
Ellos no creían
Y no supieron desde el principio
Conjugar la vida y el tiempo
El tiempo les parecía largo
La vida les parecía corta
Y de las mantas manchadas por el invierno
Sobre corazones sin cuerpo sin nombre
Hacían un tapiz de asco helado
Aún en pleno verano.

***
Foto tomada de constanzacarrazco.blogspot.com

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char