martes, 17 de enero de 2012

Pero tu guerra termina

WALLACE STEVENS

(Reading, Pennsylvania, EE.UU., 1879-Hartford, Connecticut, EE.UU, 1955)

De Notes Towards a Supreme Fiction*
Versión de Silvia Camerotto



Debe dar placer
I

Cantar la música del jubileo en los tiempos precisos y habituales,
ser coronado y vestir la melena de una multitud
y así, como parte, exultar con su espléndida garganta,
para decir la alegría y cantarla, sostenida por
los hombros de hombres gozosos, sentir el corazón
común —el más arrojado fundamento—,
es un ejercicio sencillo. Jerome
creó las tubas y las cuerdas ardientes,
los dedos de oro escarbando el aire azul cerúleo:
compañías de voces desplazándose allí
para descubrir el son del adusto ancestro,
para encontrar la luz de una música emitiéndose
que por ende suena más que en un tono sensual.
Pero la agotadora rigurosidad es inmediata
en la imagen que de lo que vemos, para captar
la irracionalidad de ese momento irracional,
como cuando sale el sol, cuando el mar se despeja
en profundidad, cuando la luna cuelga de la pared
del refugio del cielo. Estas no son cosas transformadas.
Y aun así nos conmueven como si lo fueran.
Pensamos en ellas con un razonamiento ulterior.
***
VI

Cuando entrada la media noche Canon iba a dormir
y las cosas normales habían bostezado despidiéndose,
la nada era una desnudez, un punto,
más allá de donde el hecho no podía progresar como hecho.
Por lo tanto el aprendizaje del hombre concebía
una vez más las pálidas iluminaciones de la noche, doradas
debajo, bien por debajo, de la superficie de
su mirada y audible en el pabellón de
la oreja, la materia misma de su mente.
Esas fueron las alas ascendentes que vio
y se movió sobre ellas en las órbitas de estrellas lejanas
descendiendo sobre la cama en las que las niñas
descansaban. Paridas entonces con enorme fuerza patética
voló directo a la corona máxima de la noche.
La nada era una desnudez, un punto
más allá de donde el pensamiento no podía progresar como pensamiento.
Tenía que elegir. Pero no fue una elección
entre cosas excluyentes. No fue una elección
entre, sino de. Él optó por incluir las cosas
que están incluidas entre sí, la totalidad,
la complicación, la armonía masiva.
***
VIII

¿En qué debo creer? Si el ángel en su nube,
contemplando sereno el abismo violento,
tañe sus cuerdas para tocar la gloria suprema,
salta hacia abajo a través de revelaciones nocturnas y
con sus alas desplegadas, no necesita sino un espacio profundo,
olvida el centro dorado, el destino dorado,
crece cobijado en la marcha inmóvil de su vuelo,
¿Debo imaginar a este ángel menos satisfecho?
¿Son suyas las alas, el embrujado aire lapislázuli?
¿Es él o soy yo quien experimenta esto?
Seré yo entonces quien continúa diciendo que hay una hora
plena de felicidad expresable, en la que no tengo
necesidad, soy feliz, olvido la mano dorada de la necesidad,
estoy satisfecho, sin la majestuosidad consoladora,
y si hay una hora hay un día,
hay un mes, un año, hay un tiempo
en que la majestuosidad es un espejo del yo:
No tengo pero yo soy y como soy, soy.
¿Con qué llenamos esta regiones externas sino
con reflexiones, las escapadas de la muerte,
Cenicienta realizándose a sí misma bajo el techo?
***
Coda

Soldado, hay una guerra entre la mente
y el cielo, entre el pensamiento y el día y la noche. Es
por eso que el poeta siempre está en el sol,
emparcha la luna a sus cadencias virgilianas
en su habitación, de arriba a abajo,
de arriba a abajo. Es una guerra que nunca termina.
Sin embargo, depende de la tuya. Las dos son una.
Son un plural, una derecha y una izquierda, un par,
dos paralelas que se encuentran solo en
la reunión de sus sombras, o
en un libro en una barraca, una carta de Malasia.
Pero tu guerra termina. Y después de ella regresas
con seis carnes y doce vinos de doce o sin ellos
para caminar otra habitación. . . Señor y camarada,
el soldado es pobre sin los versos del poeta,
sus insignificantes currículos, los sonidos que se pegan,
modulando inevitablemente en la sangre.
Y guerra por guerra, cada una tiene su estilo ardiente.
Con qué facilidad el héroe ficcional se vuelve real;
Con qué alegría muere el soldado —si debe— con las palabras adecuadas,
o vive alimentándose de la palabra fiel.
**
Tomado de http://campodemaniobras.blogspot.com/
Para leer más del autor, aquí

2 comentarios:

sibila dijo...

je! gracias. qué linda sorpresa.
abrazo,
sil

Irene Gruss dijo...

Gracias a vos

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char