sábado, 17 de octubre de 2009

Ay amor, lo que no pude dar, no supe recibir


DIANA BELLESSI
(Zavalla, provincia de Santa Fe, 1946-)



El Magnificat
cae
sobre tus nalgas

Cabalgo

cubriendo de jugo
la grupa entera

Los pechos duros
y aceitados avasallan

El Magnificat
sale de tu boca

Corre por los canales
de aire líquido
y leche/entre los labios
de la concha
el matorral de pelo azafranado

Magnífica yegua
que me lleva en su salto

Cae

disuelta en mí

me deshace

Magnificat
entre tus brazos

(de INTEMPESTA NOCTE, Eroica)
***
SAN MIGUEL DEL MONTE

Una laguna redonda
como un corazón de plata
¿Podría sentarme aquí,
día tras día en su latir
y esperar palabras nacidas
del rumor al fin?, el suyo, el
propio, acunada yo en sus brazos
y ella en el regazo
acompasado de mi
sentir. Medalla de agua
del verde sin fin. Seguir
sus orillas con el dedo
como quien rodea el borde
de una finísima taza
Fondo inalcanzable salvo
el acompasado latir
donde seré, donde fui
la gloria disuelta del yo
Ay amor, lo que no pude
dar, no supe recibir

(de Sur)
***
SI ASÍ COMO MIRAMOS...

Si así como miramos, fijamente
enlazado el ojo a la belleza
o al espanto, un detalle cualquiera
encanto del afuera. Así también
nos miráramos. No al otro, al propio.
A nosotros mismos. ¿Lo hallaríamos?
El cerrojo del amor, el sentido

El otro como culpable abre el hueco
de la guerra. Ve amenaza donde amparo

Ay de mí, si no hay el sí, sin el otro
(de Sur)
***
I

Algo de aquel fuego quema todavía.
La luz del sol móvil
sobre la copa de los árboles,
y mi corazón desbocado, de deseo.
Afuera, al alcance de mi mano,
la fiesta.
Los tiempos verbales
amarrados, como helechos a una misma piedra.

II

Paso por un pueblo borrado de arena.
Un resplandor fogoso lo detiene.
Entro a un café desierto
con las ventanas levemente entornadas
y una mosca zumbando frente a los espejos.
La cerveza está helada y amarga.
Una mujer vestida de negro cruzó la calle,
la memoria,
como un relámpago oscuro su tarde de verano.

III

La boca en un rictus amargo.
Una mirada de fiera, para colgar
en el escueto retrato de los años.
Me voy con ellas,
a despertar al vivo y al muerto:
Las Locas de Plaza de Mayo.
***
XVII

A la isla San Andrés
llegué sin un peso, ni equipaje, ni poema.
Todo se llevaron
de la casa del loco que decía: El latín
se dividió en tres ramas,
amor, pasión y desesperación.
Pero tuve una gorra blanca de marinero,
y el vestido bordado
que Patricia, la del palomar en la colina,
la que enhebraba collares de mostacillas,
me regalara.
La quise tanto. A ella
y al pintor
que señalaba el mismo
islote,
el cayo redondito sobre las aguas,
en un cielo amarillo, y extenso, y naranja.

(de Crucero ecuatorial)
***

1

Las calas, aros de Etiopía, abren su corola
blanca. Señalan un sol. La forma más simple
y perfecta.

Un aro de música para esta mañana.
Un viento del oeste
y la decisión de sostener la vida
entre los brazos abiertos.


(de "Primavera", Tributo del mudo)
***

Como se entra a un cuerpo. El lento descenso hacia el origen. Una voz nos llama hacia atrás y nos sostiene sobre la orilla fugitiva del presente. Viñetas en el álbum de la Aldea. Alma que abraza los océanos y se queda colgando sobre la nada. Hay agua bajo mis pies. La herrumbre de un arado y el polvo leve que marca el sitio, del pan, la escoba y la leche. Faenas invisibles que ninguna arqueología rescata. Lo que pertenece al cuerpo vuelve al cuerpo: muerte, alimento y rito. Vasija de arcilla americana.

(de "Coda", Danzante de doble máscara)
***

He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar en el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos –dejarse ir- para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.

(de "Estado de derecho", El jardín)
***
Alma salvaje

La tierra como una boca de jaguar se abre
y allí desciende a través del aire lo que muere,
materia delicada, cosas, como ramas,
los últimos pétalos y las hojas doradas
de los grandes robles, rojo por un instante,
siena, y la fragancia de la resaca antes
de volverse polvo, madre, como una boca
de jaguar abriéndose tan gentil y suave
por debajo de las humaredas, los fuegos
otoñales y las nieblas, el olor dulcísimo
y la fiesta de matices que acompaña
su descenso. En el vértice de mayo se parecen
amantes abrazadas la vida y la muerte
Lo que es del fuego, lo que es del agua y del aire
descansa, en los brazos amorosos de la mapu
Salto y sueño hacia el vacío del invierno,
armónico acorde sostenido, vientre y luz
de infinitas mutaciones sucesivas,
invisibles, hacia el esplendor visible
de aquella melodía que vestirá las formas
La edad dorada se roza en la juntura
de lo que cae y lo que nace. Escucha,
tú, alma salvaje, así, trama cerrada

(de La edad dorada)
***
Círculos de mojarras

sobre el espejo oscuro
del arroyito seco
Nítidos primero y
concéntricos, abriéndose
hasta perderse en ondas
mansas de la marea
Un ladrido y luego
hechizos de calandria
Así se mueve, sí,
el universo y vos
ahí, ondas de la frase
en voz tan queda, yerba
buena, no se lava en
los silencios, espuma
que perdura al tranquito
de la charla moviéndose
en círculos concéntricos
por la tarde infinita
Hasta luego, amigo
mío hasta la victoria
siempre

(de Mate cocido)

***
Cebolla


Es noche en la Perla
y los ranchos se iluminan,
la pobreza helada cede
su lugar a la esperanza,
habrá trabajo mañana
algo habrá cuando llega
la filigrana del verde,
tan chiquitas las ventanas
y la luz tan tenue,
rico sin embargo
ese olor a fritanga
picante y el vino
barato el susurro
en la intimidad soñada,
a esta hora un instante
de magia, una pena
constante y difícil
de echar de casa

(de La rebelión del instante)
**
Tomados de POETAS ARGENTINAS (1940-1960), Ediciones Del Dock

4 comentarios:

Alejandro Pinto dijo...

Tanto se complica en este sur conseguir un libro tan maravilloso como alguno de esos. Ya llegará. Gracias por traerla!!

Irene Gruss dijo...

¡De ninguna manera, todo se puede! Vaya a la librería y/o encargue por interneta "Tener lo que se tiene" (obra reunida), Adriana Hidalgo editora, 2009, Irene

Alejandro Pinto dijo...

Sí Irene, intenté ambas. La librería, la única, no alcanza y por internet sigo esperando la respuesta de una virtual. Pero bueno, paciencia supongo.

Irene Gruss dijo...

Mande mail a la editorial, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char