EVARISTO CARRIEGO
(Paraná, Entre Ríos, Argentina, 1833-Buenos Aires, id., 1912)
CUANDO HACE MAL TIEMPO
Mientras dice la lluvia en los cristales
sus largas letanías fastidiosas,
me aduermo en las blanduras deliciosas
de las tibias perezas invernales.
El humo del cigarro en espirales
me finge perspectivas caprichosas,
y en la nube azulada van las cosas
insinuando contornos irreales.
¡Qué bueno es el diván en estas frías
tardes, fatales de monotonías!...
¡Qué bien se siente uno, así, estirado,
con una pesadez sensual!... ¡Quisiera
no moverme de aquí! ¡Si se pudiera
vivir eternamente amodorrado!
**
LA VIEJECITA
Sobre la acera, que el sol escalda,
doblado el cuerpo —la cruz obliga—
lomo imposible, que es una espalda
desprecio y sobra de la fatiga,
pasa la vieja, la inconsolable,
la que es, apenas, un desperdicio
del infortunio, la lamentable
carne cansada de sacrificio.
La viejecita, la que se siente
un sedimento de la materia,
deshecho inútil, salmo doliente
del evangelio de la miseria.
Luz de pesares, propios o ajenos,
sobre la pena de su faz mustia
dejan estigmas, de dolor llenos,
entristeciendo su misma angustia;
su misma angustia que ha compartido,
como el mendrugo que no la sacia,
con esa niña que ha recogido,
retoño de otros, en su desgracia.
Esa pequeña que va a su lado,
la que mañana será su apoyo,
flor de suburbio desconsolado,
lirio de anemia que dió el arroyo.
Vida sin lucha, ya prisionera,
pichón de un nido que no fué eterno.
¡Sonriente rayo de primavera
sobre la nieve de aquel invierno!
Radiación rubia de luz que arde
como un sol nuevo frente a un ocaso,
triste promesa, mujer más tarde
linda y deseada que será, acaso,
la Inés vencida, la dulce monja
de los tenorios de la taberna,
cuando el encanto de la lisonja
le dé su frase nefanda y tierna.
—Ritual vedado de sensaciones
trágicos sueños, fiebres aciagas,
hostias de vicios y tentaciones
de las alegres jóvenes magas...
¡Qué de heroínas, pobres y obscuras,
en esos dramas! ¡Cuántas Ofelias!
Los arrabales tienen sus puras
tísicas Damas de las Camelias.—
Por eso sufre, la mendicante,
como una idea terrible y fija
que no ha empañado su amor radiante
por esa hija que no es su hija.
Mas sus bellezas de renunciada
jamás del crudo dolor la eximen...
¡sin haber sido, siquiera, amada
se siente madre de los que gimen!
Madre haraposa, madre desnuda,
manto de amores de barrio bajo:
¡es una amarga protesta muda
esa devota de San Andrajo,
que conociese sólo los besos
de rudos fríos en los portales;
como descanso para sus huesos
sólo le dieron los hospitales!
Girón humano que siempre flota
sobre sus ansias indefinibles,
bondad enferma que no se agota
ni en las miserias irredimibles,
que la torturan, sin un olvido
para sus lacras, para su suerte:
¡con la certeza de haber vivido
como un despojo para la muerte!
Por eso, a veces, tiene amarguras,
tiene amarguras de derrotada,
que se traducen en frases duras
y dan en llanto de resignada;
pues nunca supo la miserable,
de amor alguno, grande o pequeño,
que la alentara, no le fué dable
sobre la vida soñar un sueño.
La dominaron los sinsabores,
que la flagelan como a inocente:
¡en la vendimia de los amores
fué desgranado racimo ausente!
Fué la azucena sobre el pantano,
flor de desdichas, a libertarla
no vino nadie, no hubo una mano
que se tendiese para arrancarla.
Sin transiciones, siempre vencida,
ni en el principio de su mal mismo
tuvo las glorias de la caída:
su primer cuna ya era el abismo.
Bajo un hastío que no deseara,
pasó su noche sin una aurora
sin que en la vida la conturbara
ni una impaciencia de pecadora.
Y así, ha guardado con sus pesares
como un reproche, que se refleja
en las arrugas, sus azahares
de nunca novia, de virgen vieja.
Los años muertos sólo dejaron
esa agonía que no la mata...
¡Jamás a ella la aprisionaron,
como entre flores, rejas de plata!
Forjó ilusiones, y las más leves
la sepultaron como en escombros;
sobre su testa cayeron nieves
y honras de harapos sobre sus hombros.
Porque fue buena, dio en la locura
de cubrir todas sus cicatrices:
puso los besos de su ternura
en sus hermanos, los infelices.
Por eso, a veces, tiene su duelo
en sus cansados ojos sin brillo,
llantos que caen como un consuelo
sobre las llagas del conventillo.
Carne que azotan todos los males,
burla sangrienta de los muchachos,
dádiva y sobra de los portales,
mancha de vino de los borrachos:
Ahí va la vieja, como una hiriente
fórmula ruda de una ironía:
llena de sombras en la esplendente,
en la serena gloria del día.
Tal vez alguna visión extraña
ha conmovido su indiferencia,
pues ha cruzado triste y huraña
como una imagen de la demencia.
¡Y allá, sombría, y adusto el ceño,
obsesionada por las crueldades,
va taciturna, como un ensueño
que derrotaron las realidades!
**
EL ALMA DEL SUBURBIO
El griego musicante ya desafina
en la suave habanera provocadora,
cuando se anuncia a voces, desde la esquina
“el boletín —famoso— de última hora”.
Entre la algarabía del conventillo,
esquivando empujones pasa ligero,
pues trae noticias uno que otro chiquillo
divulgando las nuevas del pregonero.
En medio de la rueda de los marchantes,
el heraldo gangoso vende sus hojas...
donde sangran los sueltos espeluznantes
de las acostumbradas crónicas rojas.
Las comadres del barrio, juntas, comentan
y hacen filosofía sobre el destino...
mientras los testarudos hombres intentan
defender al amante que fué asesino.
La cantina desborda de parroquianos,
y como las trucadas van a empezarse,
la mugrienta baraja cruje en las manos
que dejaron las copas que han de jugarse.
Contestando a las muchas insinuaciones
de los del grupo, el héroe del homicidio
de que fueron culpables las elecciones,
narra sus aventuras en el presidio.
En la calle, la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango, que es “La Morocha”,
lucen ágiles cortes dos orilleros.
La tísica de enfrente, que salió al ruido,
tiene toda la dulce melancolía
de aquel verso olvidado, pero querido,
que un payador galante le cantó un día.
La mujer del obrero, sucia y cansada,
remendando la ropa de su muchacho,
piensa, como otras veces, desconsolada,
que tal vez el marido vendrá borracho.
...Suenan las diez. No se oye ni un solo grito;
se apagaron las velas en las bohardillas,
y el barrio entero duerme como un bendito
sin negras opresiones de pesadillas.
Devuelven las obscuras calles desiertas
el taconeo tardo de los paseantes;
y dan la sinfonía de las alertas
en su ronda obligada los vigilantes.
Bohemios de rebeldes crías sarnosas,
ladran algunos perros sus serenatas,
que escuchan, intranquilas y desdeñosas,
desde su inaccesible balcón las gatas.
Soñoliento, con cara de taciturno,
cruzando lentamente los arrabales,
allá va el gringo... ¡pobre Chopin nocturno
de las costureritas sentimentales!
¡Allá va el gringo, como bestia paciente
que uncida a un viejo carro de la Harmonía
arrastrase en silencio, pesadamente,
el alma del suburbio, ruda y sombría!
***
POR EL ALMA DE DON QUIJOTE
Con el más reposado y humilde continente
de contrición sincera; suave, discretamente,
por no incurrir en burlas de ingeniosos normales,
sin risueños enojos ni actitudes teatrales
de cómico rebelde, que, cenando en comparsa,
ensaya el llanto trágico que llorará en la farsa,
dedico estos sermones, porque sí, porque quiero,
al Único, al Supremo famoso Caballero,
a quien pido que siempre me tenga de su mano,
al santo de los santos Don Alonso Quijano
que ahora está en la Gloria, y a la diestra del Bueno:
su dulcísimo hermano Jesús el Nazareno,
con las desilusiones de sus caballerías
renegando de todas nuestras bellaquerías.
Pero me estoy temiendo que venga algún chistoso
con sátiras amables de burlador donoso,
o con mordacidades de socarrón hiriente,
y descubra, tan grave como irónicamente,
—a la sandez de Sancho se le llama ironía—
que mi amor al Maestro se convierte en manía.
Porque así van las cosas; la más simple creencia
requiere el visto bueno y el favor de la Ciencia:
si a ella no se acoge no prospera y, acaso,
su propio nombre pierde para tornarse caso.
Y no vale la pena (no es un pretexto fútil
con el cual se pretenda rechazar algo útil)
de que se tome en serio lo vago, lo ilusorio,
los credos que no tengan olor a sanatorio.
Las frases de anfiteatro, son estigmas y motes
propicios a las razas de Cristos y Quijotes
—no son muchos los dignos de sufrir el desprecio,
del aplauso tonante del abdomen del necio—
en estos bravos tiempos en que los hospitales
de la higiénica moda dan sueros doctorales...
Sapientes catedráticos, hasta los sacamuelas
consagran infalibles cenáculos y escuelas,
de graves profesores, en cuyos diccionarios
no han de leer sus sueños los pobres visionarios...
¡De los dos grandes locos se ha cansado la gente:
así, santo Maestro, yo he visto al reluciente
rucio de tu escudero pasar enalbardado,
llevando los despojos que hubiste conquistado,
en tanto que en pelota, y nada rozagante,
anda aún sin jinete tu triste Rocinante!
(Maestro, ¡si supieras!, desde que nos dejaste,
llevándote a la Gloria la adarga que embrazaste,
andan las nuestras cosas a las mil maravillas;
todas tan acertadas que no oso a describillas.
Hoy, prima el buen sentido. La honra de tu lanza
no pesa en las alforjas del grande Sancho Panza.
Tus más fieles devotos se han metido a venteros
y cuidan de que nadie les horade los cueros.
Pero, aguarda, que, cuando se resuelva a decillo,
ya verás qué lindezas te contará Andresillo,
aunque hay alguna mala nueva, desde hace poco:
aquel que también tuvo sus ribetes de loco,
tu primo de estas tierras indianas y bravías,
—¡lástima de lo añejo de tus caballerías!—
tu primo Juan Moreira, finalmente vencido
del vestiglo Telégrafo, para siempre ha caído,
mas sin tornarse cuerdo: tu increíble Pecado...
¡Si supieras, Maestro, como lo hemos pagado!
¡Tu increíble Pecado...! ¡Caer en la demencia
de dar en la cordura por miedo a la Conciencia!)
Para husmear en la cueva pródiga en desperdicios,
no hacen falta conquistas que imponen sacrificios:
sin mayores audacias cualquier tonto con suerte
es en estos concursos el Vencedor y el Fuerte,
pues todo está en ser duros. El camino desviado
malograría el justo premio del esforzado...
Por eso, cuando llega la tan temida hora
del gesto torturado de una reveladora
protesta de emociones, el rostro se reviste
de defensas de hielo para el beso del triste;
y porque ahogarse deben, salvando peores males,
las rudas acechanzas de las sentimentales
voces de rebeldía —quijotismo inconsciente—
también se fortalecen, severa, sabiamente,
los músculos traidores del corazón, lo mismo
que los del brazo, en sanas gimnasias de egoísmo,
donde el dolor rebote sin conmover la dura
unidad necesaria de la férrea armadura:
quien no supere al hierro no es del siglo; no medra.
¡Qué bella es la impasible cualidad de la piedra!
El ensueño es estéril; y las contemplaciones
suelen ser el anuncio de las resignaciones.
El ensueño es la anémica llaga de la energía;
la curva de un abdomen —toda una geometría—
es quizás el principio de un futuro teorema,
cuyas demostraciones no ha entrevisto el poema...
En la época práctica de la lana y del cerdo
—hoy, Maestro, tú mismo te llamarías cuerdo—
se hallan discretamente lejos los ideales
de los perturbadores lirismos anormales.
El vientre es razonable, porque es una cabeza
que no ha querido nunca saber de otra belleza
que la de sus copiosas sensatas digestiones
fruto de sus más lógicas fuertes cerebraciones.
Por eso, honradamente, se pesan las bondades
del genio, en la balanza de las utilidades,
y si a los soñadores profetas se fustiga
hay felicitaciones para el que echa barriga.
Y ésto no tiene vuelta, pues está de por medio
la razón, aceptada, de que ya no hay remedio...
Como que cuando, a veces, en el Libro obligado,
la Biblia del ambiente, de todos manoseado,
hay un gesto de hombría traducido en blasfemia,
por asaz deslenguado lo borra la Academia...
La moral se avergüenza de las imprecaciones,
de los sanos impulsos que violan las nociones
del buen decir. El pecho del mejor maldiciente
que se queme sus llagas filosóficamente,
sin mayor pesar, antes de irrumpir en verdades
que siempre tienen algo de ingenuas necedades,
porque quien viene airado, con gestos de tragedia,
a intentar gemir quejas aguando la comedia,
es cuando más un raro, soñador de utopías
que al oído de muchos suenan a letanías...
Por eso, remordido pecador, yo me acuso
—preciso es confesarlo— de haber sido un iluso
de fórmulas e ideas que me mueven a risa,
ahora que no pienso sino en seguir, aprisa,
la reposada senda, libre de los violentos
peligros que han ungido de mirras de escarmientos
las plantas atrevidas que pisaron las rosas
puestas en el camino de las rutas gloriosas.
Pero ya estoy curado, ya no más tonterías,
que las gentes no quieren comulgar insanías...
¡En el agua tranquila de las renunciaciones
se han deshecho las hostias de las revelaciones!
Ya no forjo intangibles castillos cerebrales,
de románticos símbolos de torres augurales.
Sobre el dolor ajeno ni siquiera medito,
porque sé que una frase no vale lo que un grito;
y, sin ser pesimista, no caigo en la locura
de buscar una página de serena blancura,
donde pueda escribirse la canción inefable
que ha de cantar el Hombre de un futuro probable.
Mostrando entradas con la etiqueta EVARISTO CARRIEGO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta EVARISTO CARRIEGO. Mostrar todas las entradas
domingo, 13 de julio de 2014
lunes, 9 de mayo de 2011
El libro sin abrir y el vaso lleno
Otros poemas de EVARISTO CARRIEGO (Paraná, Entre Ríos, Argentina, 1833-Buenos Aires, 1912)
Conversando
El libro sin abrir y el vaso lleno.
–Con esto, para mí, nada hay ausente–.
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.
Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida..., así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada...
Practico una virtud: la indiferencia.
Me disgusta tener preocupaciones
que hayan de conmoverme. En mis rincones
vivo la vida a la manera eximia
del que es feliz, porque en verdad te digo:
la esposa del señor de la vendimia
se ha fugado conmigo...
***
Tu secreto
¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!...
De todo te olvidas, ¡cabeza de novia!
***
Has vuelto
Has vuelto, organillo. En la acera
hay risas. Has vuelto llorón y cansado
como antes.
El ciego te espera
las más de las noches sentado
a la puerta. Calla y escucha. Borrosas
memorias de cosas lejanas
evoca en silencio, de cosas
de cuando sus ojos tenían mañanas,
de cuando era joven... la novia... ¡quién sabe
alegrías, penas, vividas en horas distantes. ¡Qué suave
se le pone el rostro cada vez que suenas
algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro!
Has vuelto, organillo. La gente
modesta te mira
pasar, melancólicamente.
Pianito que cruzas la calle cansado
moliendo el eterno
familiar motivo que el año pasado
gemía a la luna de invierno:
con tu voz gangosa dirás en la esquina
la canción ingenua, la de siempre, acaso
esa preferida de nuestra vecina
la costurerita que dio aquel mal paso.
Y luego de un valse te irás como una
tristeza que cruza la calle desierta,
y habrá quien se quede mirando la luna
desde alguna puerta.
¡Adiós, alma nuestra! parece
que dicen las gentes en cuanto te alejas.
¡Pianito del dulce motivo que mece
memorias queridas y viejas!
Anoche, después que te fuiste,
cuando todo el barrio volvía al sosiego
–qué triste–
lloraban los ojos del ciego.
Tomada de http://www.juanysilviatango.com/ |
Conversando
El libro sin abrir y el vaso lleno.
–Con esto, para mí, nada hay ausente–.
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.
Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida..., así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada...
Practico una virtud: la indiferencia.
Me disgusta tener preocupaciones
que hayan de conmoverme. En mis rincones
vivo la vida a la manera eximia
del que es feliz, porque en verdad te digo:
la esposa del señor de la vendimia
se ha fugado conmigo...
***
Tu secreto
¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!...
De todo te olvidas, ¡cabeza de novia!
***
Has vuelto
Has vuelto, organillo. En la acera
hay risas. Has vuelto llorón y cansado
como antes.
El ciego te espera
las más de las noches sentado
a la puerta. Calla y escucha. Borrosas
memorias de cosas lejanas
evoca en silencio, de cosas
de cuando sus ojos tenían mañanas,
de cuando era joven... la novia... ¡quién sabe
alegrías, penas, vividas en horas distantes. ¡Qué suave
se le pone el rostro cada vez que suenas
algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro!
Has vuelto, organillo. La gente
modesta te mira
pasar, melancólicamente.
Pianito que cruzas la calle cansado
moliendo el eterno
familiar motivo que el año pasado
gemía a la luna de invierno:
con tu voz gangosa dirás en la esquina
la canción ingenua, la de siempre, acaso
esa preferida de nuestra vecina
la costurerita que dio aquel mal paso.
Y luego de un valse te irás como una
tristeza que cruza la calle desierta,
y habrá quien se quede mirando la luna
desde alguna puerta.
¡Adiós, alma nuestra! parece
que dicen las gentes en cuanto te alejas.
¡Pianito del dulce motivo que mece
memorias queridas y viejas!
Anoche, después que te fuiste,
cuando todo el barrio volvía al sosiego
–qué triste–
lloraban los ojos del ciego.
sábado, 23 de octubre de 2010
Azucena regada con ajenjo
Algo más de EVARISTO CARRIEGO
(Paraná, Entre Ríos, Argentina, 1883-1912)
La costurerita que dio aquel mal paso
La costurerita que dio aquel mal paso...
-y lo peor de todo, sin necesidad-
con el sinvergüenza que no la hizo caso
después... -según dicen en la vecindad-
se fue hace dos días. Ya no era posible
fingir por más tiempo. Daba compasión
verla aguantar esa maldad insufrible
de las compañeras, ¡tan sin corazón!
Aunque a nada llevan las conversaciones,
en el barrio corren mil suposiciones
y hasta en algo grave se llega a creer.
¡Qué cara tenía la costurerita,
qué ojos más extraños, esa tardecita
que dejó la casa para no volver!...
**
Aquella vez que vino tu recuerdo
La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.
***
Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.
Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.
***
La francesita que hoy salió a tomar el sol
Un poco paliducha y adelgazada,
¡Estuvo tan enferma recientemente!
Caminando deprisa por la asoleada
vereda, va la rubia convaleciente
que, con rumbo a Palermo dobló hacia el Norte.
¡Salud, la linda rubia: cara traviesa,
gesto de ¡Viva Francia!, Y airoso el porte:
como que para eso nació francesa!
¿Será el desconocido que va delante
o es la gracia burlona con que camina
que ahuyentó aquel capricho sentimental?
¡Adiós los ojos tristes del estudiante
que vio junto a la cama de su vecina
en la tarde de un jueves del hospital!
***
Tu secreto
¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
...De todo te olvidas, cabeza de novia!
***
Detrás del mostrador
Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua…
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.
Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece como muchas en el vicio
perfumado ese búcaro de miasmas.
¡Canción de esclavitud! Belleza triste,
belleza de hospital ya disecada
quién sabe por qué mano que la empuja
casi siempre hasta el sitio de la infamia…
Y pasa sin dolor así inconsciente
su vida material de carne esclava:
¡copa de invitaciones y de olvido
sobre el hastiado bebedor volcada!
***
A Juan Mas y Pi
En la gran copa negra de la sombra que avanza
quiero probar del vino propicio a la añoranza.
Quiero beber el vino que bebiéramos juntos
y estos ratos, de aquéllos, serán nobles trasuntos.
(No sé por qué a esta hora, sombría y silenciaria,
me ha invadido el cerebro de fiebre visionaria.)
En la acera de enfrente, su clara risa suena
una muchacha alegre como una Nochebuena.
El arrabal, desierto, conmueve un organillo,
y bailan las marquesas del sucio conventillo,
y vienen las memorias, conturbadas e inciertas
como un vago regreso de ensoñaciones muertas
He leído tu libro. Un saludo levanta
la voz del entusiasmo, que perdura y que canta,
la voz alentadora de buenas expansiones
en las largas teorías de nuestras comuniones.
Aquel señor tan loco Unico hijo de Dios,
y Unico caballero nos hermanó a los dos.
(Y eso que tú quisiste, no sé por qué cruel
sospecha inconfesable, serle una vez infiel)
Mas, ya estás perdonado. Pero en verdad te digo
que en otra no te escapas sin sufrir tu castigo
En la calma severa de las meditaciones:
dolor de tus constantes inquietas obsesiones,
ideando el derrotero de los rumbos plausibles
se enfermó tu cabeza de ensueños imposibles
Te veo como antes, duro en el bien y el mal,
pletórico de un ansia de vida ascensional.
De tus actuales fórmulas hiciste las amadas
que en la expansión te ofrendan bellezas flageladas.
Has volcado el consuelo de tu mejor augurio
en el vaso de angustias: el cáliz del tugurio.
Amas el bello gesto que en las horas aciagas
tiene orgullo de púrpura para cubrir las llagas.
Te obsede el clamoreo de enormes muchedumbres,
que van, con su epopeya de siglos, a las cumbres
Compañero: seamos en nuestra misa diaria
tentación, sermón, hostia: todo menos plegaria.
Cantemos en las liras de los credos tonantes
la canción nunciadora de mañanas radiantes.
La vida es dolor siempre, así cambie de nombre:
es dolor hecho carne y es dolor hecho hombre.
Libertémosla, entonces, de los contagios viles
que, en la sangre, empobrecen los glóbulos viriles.
¡En marcha al país nuevo de las brumas ausentes,
que un día vislumbraron los geniales videntes!
Derrotando el silencio pregona la conquista
el salmo combativo de un fuerte Verbo artista.
Pongamos en lo hondo de las frases más sacras
besos consoladores que suavicen las lacras.
En procesión inmensa va el macilento enjambre,
mordidas las entrañas por los lobos del hambre.
Lo custodia el misterio, y lleva en sus arterias
inoculado un virus de sórdidas miserias,
no hay que temer la lepra que roe los abyectos:
quizás es peor la higiene de los limpios perfectos.
Efigien su nobleza también los infelices:
¡Blasón de los harapos, lis de las cicatrices!
¡Lidiemos en la justa de todos los rencores
insignias de los bravos modernos luchadores!
Para esperarte, amigo, después de la contienda,
aunque sea en el yermo yo plantaré mi tienda.
Te envío, pues, mis versos, mis versos torturados,
como flores amargas de jardines violados
¡Y sean mis estrofas los heraldos cordiales
de una lírica tropa de poemas triunfales!
***
Para leer más poemas de Carriego, aquí
(Paraná, Entre Ríos, Argentina, 1883-1912)
La costurerita que dio aquel mal paso
La costurerita que dio aquel mal paso...
-y lo peor de todo, sin necesidad-
con el sinvergüenza que no la hizo caso
después... -según dicen en la vecindad-
se fue hace dos días. Ya no era posible
fingir por más tiempo. Daba compasión
verla aguantar esa maldad insufrible
de las compañeras, ¡tan sin corazón!
Aunque a nada llevan las conversaciones,
en el barrio corren mil suposiciones
y hasta en algo grave se llega a creer.
¡Qué cara tenía la costurerita,
qué ojos más extraños, esa tardecita
que dejó la casa para no volver!...
**
Aquella vez que vino tu recuerdo
La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.
***
Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.
Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.
***
La francesita que hoy salió a tomar el sol
Un poco paliducha y adelgazada,
¡Estuvo tan enferma recientemente!
Caminando deprisa por la asoleada
vereda, va la rubia convaleciente
que, con rumbo a Palermo dobló hacia el Norte.
¡Salud, la linda rubia: cara traviesa,
gesto de ¡Viva Francia!, Y airoso el porte:
como que para eso nació francesa!
¿Será el desconocido que va delante
o es la gracia burlona con que camina
que ahuyentó aquel capricho sentimental?
¡Adiós los ojos tristes del estudiante
que vio junto a la cama de su vecina
en la tarde de un jueves del hospital!
***
Tu secreto
¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
...De todo te olvidas, cabeza de novia!
***
Detrás del mostrador
Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua…
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.
Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece como muchas en el vicio
perfumado ese búcaro de miasmas.
¡Canción de esclavitud! Belleza triste,
belleza de hospital ya disecada
quién sabe por qué mano que la empuja
casi siempre hasta el sitio de la infamia…
Y pasa sin dolor así inconsciente
su vida material de carne esclava:
¡copa de invitaciones y de olvido
sobre el hastiado bebedor volcada!
***
A Juan Mas y Pi
En la gran copa negra de la sombra que avanza
quiero probar del vino propicio a la añoranza.
Quiero beber el vino que bebiéramos juntos
y estos ratos, de aquéllos, serán nobles trasuntos.
(No sé por qué a esta hora, sombría y silenciaria,
me ha invadido el cerebro de fiebre visionaria.)
En la acera de enfrente, su clara risa suena
una muchacha alegre como una Nochebuena.
El arrabal, desierto, conmueve un organillo,
y bailan las marquesas del sucio conventillo,
y vienen las memorias, conturbadas e inciertas
como un vago regreso de ensoñaciones muertas
He leído tu libro. Un saludo levanta
la voz del entusiasmo, que perdura y que canta,
la voz alentadora de buenas expansiones
en las largas teorías de nuestras comuniones.
Aquel señor tan loco Unico hijo de Dios,
y Unico caballero nos hermanó a los dos.
(Y eso que tú quisiste, no sé por qué cruel
sospecha inconfesable, serle una vez infiel)
Mas, ya estás perdonado. Pero en verdad te digo
que en otra no te escapas sin sufrir tu castigo
En la calma severa de las meditaciones:
dolor de tus constantes inquietas obsesiones,
ideando el derrotero de los rumbos plausibles
se enfermó tu cabeza de ensueños imposibles
Te veo como antes, duro en el bien y el mal,
pletórico de un ansia de vida ascensional.
De tus actuales fórmulas hiciste las amadas
que en la expansión te ofrendan bellezas flageladas.
Has volcado el consuelo de tu mejor augurio
en el vaso de angustias: el cáliz del tugurio.
Amas el bello gesto que en las horas aciagas
tiene orgullo de púrpura para cubrir las llagas.
Te obsede el clamoreo de enormes muchedumbres,
que van, con su epopeya de siglos, a las cumbres
Compañero: seamos en nuestra misa diaria
tentación, sermón, hostia: todo menos plegaria.
Cantemos en las liras de los credos tonantes
la canción nunciadora de mañanas radiantes.
La vida es dolor siempre, así cambie de nombre:
es dolor hecho carne y es dolor hecho hombre.
Libertémosla, entonces, de los contagios viles
que, en la sangre, empobrecen los glóbulos viriles.
¡En marcha al país nuevo de las brumas ausentes,
que un día vislumbraron los geniales videntes!
Derrotando el silencio pregona la conquista
el salmo combativo de un fuerte Verbo artista.
Pongamos en lo hondo de las frases más sacras
besos consoladores que suavicen las lacras.
En procesión inmensa va el macilento enjambre,
mordidas las entrañas por los lobos del hambre.
Lo custodia el misterio, y lleva en sus arterias
inoculado un virus de sórdidas miserias,
no hay que temer la lepra que roe los abyectos:
quizás es peor la higiene de los limpios perfectos.
Efigien su nobleza también los infelices:
¡Blasón de los harapos, lis de las cicatrices!
¡Lidiemos en la justa de todos los rencores
insignias de los bravos modernos luchadores!
Para esperarte, amigo, después de la contienda,
aunque sea en el yermo yo plantaré mi tienda.
Te envío, pues, mis versos, mis versos torturados,
como flores amargas de jardines violados
¡Y sean mis estrofas los heraldos cordiales
de una lírica tropa de poemas triunfales!
***
Para leer más poemas de Carriego, aquí
sábado, 26 de septiembre de 2009
La guillotina de tus nobles dedos

Algunos poemas de EVARISTO CARRIEGO
Paraná (Entre Ríos), Argentina, 1833-Buenos Aires, 1912)
LA MUERTE DEL CISNE
En un largo alarido de tristeza
los heraldos, sombríos, la anunciaron,
y las faunas errantes se aprontaron
a dejar el amor de la aspereza.
Con el genio del bosque a la cabeza,
una noche y un día galoparon,
y cual corceles épicos llegaron
en un tropel de bárbara grandeza.
Y ahí están. Ya salvajes emociones,
rugen coros de líricos leones...
cuando allá, en los remansos de lo Inerte,
como surgiendo de una pesadilla,
¡grazna un ganso alejado de la orilla
la bondad provechosa de la Muerte!
De Misas herejes
***
EL CLAVEL
Fue al surgir de una duda insinuativa,
cuando hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.
Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa...
Y, así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos
mereció por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido,
la guillotina de tus nobles dedos.
***
REVELACIÓN
Lujosamente bella y exquisita,
con aire de gitana tentadora
llegaste, adelantándote a la hora,
rodeada de misterios a la cita.
El salón reservado oyó la cuita
de una cálida noche pecadora,
y al amor de tu carne ofrendadora
reventaron las yemas de Afrodita.
Fue en esa breve noche de locuras,
propicia al Floreal de tus ternuras,
que, cual glóbulos de ansias pasionales,
tu sangre delictuosa de bohemia
infiltró en el cansancio de mi anemia
¡el ardor de los fuertes ideales!
***
DE PRIMAVERA
En un carro triunfal hecho de auroras,
y envueltas en flotantes muselinas,
con impudor de audacias femeninas
han llegado las nuevas doce horas.
El viejo de las frígidas doloras,
lloradas en letales sonatinas,
va huyendo, incorruptible en sus neblinas,
de las doce muchachas pecadoras.
¡Una orgía de luz...! Hoy se ha llenado
de músicas el nido fecundado,
y el cantor de selváticos poemas,
-heraldo de los sueños germinales-
¡anuncia en sus pregones orquestales
el reventar glorioso de las yemas!
***
AQUELLA VEZ EN EL LAGO
La góndola volvía. Frente a frente
estábamos, en esa inolvidada
vieja tarde de otoño, purpurada
por la sangre del sol en el poniente.
Y porque te mostrabas displicente
a tu mismo abandono abandonada,
se me antojó decir, sin decir nada,
lo que quiero ocultar inútilmente.
Callaste, y como al agitar el rico
blasonado marfil de tu abanico
hubo una muda negación sencilla
en la leve ironía de tu boca,
yo me quedé pensando en una loca
degollación de cisnes en la orilla.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char