viernes, 31 de julio de 2009

Los remotos países del cielo


Unos pocos poemas
de ROBERTO MALATESTA
(Santa Fe, Argentina, 1961)

ESTÉTICA

Trepado al techo de la casa de mi abuela
se podía observar un desparejo
paisaje de techos de oxidado zinc,
algún que otro tejado y árboles surgiendo
del centro de los patios que parecian huir
a los remotos países del cielo.
Pero eran los techos de zinc al atardecer
los que atrapaban el centro de mi atención,
realmente era hermoso observarlos
y cuando un aire fresco golpeaba mi cara
tocaban en mí cuerdas para la música,
o los ruidos, en donde nacerían las palabras.
Eran mi concepción de la belleza,
un cuadro que podía delatarme.
Hoy sin levantar los codos de mi mesa
observo ese paisaje de mi infancia,
lo que está detrás, aquello que
se corresponde con el óxido
no espera respuestas sino del arte
de una escritura áspera de zinc oxidado.

INCONCLUSO

Conozco (entro y salgo de)
un viejo poema
inconcluso,

dice algo así:

“pequeñas
flores naranjas
visitadas
por
abejorro negro.”

No soy su autor
Puesto que,
Como lo he advertido,
Aún no está terminado,
Por lo tanto
Tampoco se ha concluido
su autor,
(aunque en este caso
exista la ventaja
de saber
quien ha de ser).

Entonces
sobresale la idea
de que el autor
también
se edifica en el poema.

Cuando lo termine
se los mostraré
diré:

-he aquí mi poema concluso-

No sé si para entonces
seré más feliz.

No está del todo mal
saberse custodio
de un poema inconcluso.

Pero prosiguiendo
con el cómo
de su resolución
puedo precisar
que
básicamente
ésta se reduce
a un problema
(a todo esto,
acepto ayudas,
la poesía de un autor
también es
la poesía de sus amigos,
entonces:
el poeta es
uno que es plural)
El problema,
en eso estábamos:
¿cómo decir lo que se oye
en aquello que se ve?

La solución propuesta sería:

«Zumbido negro sobre naranja»

Pero no me tiene del todo
satisfecho,
me quita,
me induce
al sueño:

sueño naranja y negro

que se va y viene
como el abejorro.

Otra sección,
agregada a posteriori,
no menos fundamental,
se preguntaría:

¿La poesía –toda-
se compone
de obras inconclusas?

y luego

¿a fuerza de fracasar
qué es el fracaso?

¿Pero por qué esta sección,
qué importancia
tendría
en un poema ya
concluso?

¿O es que acaso
ha desistido
de arribar
a su punto final?

¿Acaso el proyecto
sea
la construcción
de un poema
que permanezca inconcluso?

Quién sabe.

Quién habría de saberlo...
***
Poemas de Por encima de los techos

Y el río crece

Advierto que no tengo tinta ni papel
y el río crece. Para mí y para mi perro
lo único seguro es el techo de la casa.
Quiero gritar, pero mi grito es tinta
y no tengo papel en dónde derramarlo.
Miro al cielo: Llovizna. Detrás de la llovizna
veo la cara húmeda de Dios.
Brilla su oscuridad, su penumbra luminosa.
Me digo: –aún tengo Dios– y me doy bríos.
Descubro que después del papel,
aunque mucho más alto, está Dios,
y sinceramente agradezco.

Dije una plegaria que no recuerdo.
La hubiera escrito, no importa,
todos los hombres la saben,
llegado el momento.

Ver

Desde la ventana del primer piso de mi vecino
veíamos aparecer marcas, señales, en la vereda de enfrente.
Una nueva hilera de ladrillos, asomar un tapial,
la puertezuela del medidor de luz y de ella
el tornillo donde la pinza abre, más abajo
la aparición del cristal, luego, su final
y así todos estos elementos que durante años
estuvieron a nuestra disposición, y no vimos,
ahora sobredimensionados por su efecto esplendoroso:
el río comenzaba a bajar, el río se retiraba de la ciudad.
Al final de aquel día mi vecino dijo: mirá,

la ranura para las cartas de aquella puerta
está a la altura del picaporte de aquel portón.

Cuánto significado encontrábamos a estas cosas,
¡Y eso era mirar!
Todo un día y la mitad de otro estuvimos Viendo.
Los vecinos de enfrente, tres familias en una casa de alto,
hacían lo mismo con nuestra vereda
e intercambiábamos saludos y bromas increíbles, y más, risas.
Quién sabe quién sufriría aquel día, en aquel mismo instante
por una mancha de humedad o por la copa
que se derrama sobre el mantel.

Caverna submarina

Era una particular caverna submarina.
Yo avanzaba y el ruido del agua era algo nunca oído.
Yo que me eché a oír
el agua de los ríos de llanura
y de los ríos de montaña,
a esta agua no la reconocía.
Esta que mis pies movían dentro de la casa
sonaba como de otro mundo,
como proveniente de otra realidad.
Y era una suerte que ya hubiese bajado, mucho.
Esperé todo un día luego de que comenzó a descender,
seguí los consejos de mi vecino: “con el agua en las rodillas sí,
con el agua al culo no”, por lo demás, había que conservar la ropa,
lo más seca posible, y, al fin,
bajé a constatar la presencia del intruso: el río en mi casa,
pero a él, más antiguo que yo, más viejo que una ciudad
de más de cuatrocientos años, todo le era indiferente.
Ahora yo visitaba esa extraña caverna poblada por objetos flotantes
y moles de madera que amenazaban caerse.
Yo era un hombre de cientos de miles de años de antigüedad.
El progreso, ciertamente, nos había llevado muy lejos,
había tomado una gran curva,
se había enrollado
como la serpiente que se muerde la cola.
Yo avanzaba en medio de la confusión,
pero de todo aquel extrañamiento:
el ruido del agua que desplazaban mis pies,
un ruido que nunca había oído
era la nota mayor,
el ruido, un ruido que dudo
jamás pueda olvidar.

**
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2 comentarios:

Silvina dijo...

Empezar un viernes con poesía viva. Qué más se puede pedir? Un placer. Gracias.

Irene Gruss dijo...

¿Vio, vio? ¡Y encima habiendo tanto muerto sentado a esperar pasar! Gracias, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char