miércoles, 27 de abril de 2011

Tierra de ven, de acata, de déjate llevar

DOLORES CASTRO

(Aguascalientes, México, 1923-)


PARÓ LA MÚSICA


Paró la música.
En el aire los miembros
se detienen buscando posición.

Todo lo llena
un asombro más grande que yo.

Nada, ni aproximarse ni tocar,
consuela.
***
POZO

Este es un pozo que refleja cielo
pero es un pozo.

Caen, caen los días,
caen las noches
hasta el fondo.

Todo se vuelve fondo.

Aun el guijarro que tira la muerte
se vuelve fondo.
***
Y mudos ante el árido paisaje

1

Son rumiantes, son grises,
tropiezan entre piedras sus cuatro patas:
son rumiantes, son grises mis palabras.

Tienen pastoso corte de hierba machacada.
Arrancan del silencio
y se lanzan
desde una noche larga.

Ahora mismo se amontonan,
ruedan por esa cuesta,
tratan de ver el sol
con sus ojos de piedra
pulimentada.

2

Un hato de mansísimos corderos
reverbera en el cobre de un sol viejo:
cobre en la piel
cobre
en el sabor de boca
que tiene el silencio.

No ver, no oír, no hablar,
bajo la palma del sombrero.

Tierra de ven, de acata, de déjate llevar,
mientras la línea dura de la boca
afila su amenaza.

3

Camaleones de raza,
comedores de aire
invisibles,
olvidados entre los maizales

que ladean la cabeza
con alegría de gallo
si el sol sale.

Allí están bien.

Silencien sus estómagos vacíos.

El hambre es necia
necesidad
del cuerpo, no del alma.

¡Siempre habrá pobres, cállense!

4

Es todo poderoso
nuestro gran señor.

Pisadas de musgo,
manos de cieno.

Paraliza sin rumor, sin aliento.

Es peligroso y torpe
nuestro señor,
el miedo.

Es
la cabeza loca
de la gallina que descabezaron
sin que probara el mole.
**
Créd. foto: circulodeestudios-centrohistorico.blogspot.com

1 comentario:

soylauraO dijo...

Deja la esencia en palabras tan suaves como el aroma. Esta selección me impactó como la poesía de Wislawa Szymborska.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char