domingo, 3 de enero de 2010
La noche es amable
Katharine Tynan Hinkson
(Irlanda, 1861-1931)
La Noche oscurece rápido, y las Sombras crecen,
Las nubes y la lluvia se congregan sobre mi casa,
Sólo se oyen los gemidos de la madera, ¿los escuchas?
Quejidos de dolor cuando el agua penetra sus venas.
¡Soledad y Noche! La Noche es solitaria,
Cubriendo las estrellas en su seno maternal,
Envolviéndolos en su velo oscuro de intimidad;
Protegiendo al afligido, al cansado, al desposeído.
¿Cuándo se iluminará? La Noche es amable,
No todos sus instantes pasan fugaces;
Ahora, en mi hogar las horas caen a ciegas,
Tras el débil escalofrío del amanecer,
Tras la tímida canción de la alondra.
¡Duerme ahora! La Noche vuela en las alas del esplendor,
Ocultando la luz de los ojos bajo su negro mar,
Suave y seguro, bajo su mirada tan tierna,
Deberías despertar, deberías despertar y llorar.
***
El Carruaje de la Muerte
En la noche, cuando los enfermos yacen despiertos,
Escucho pasar al Carruaje de la Muerte;
Lo oí pasar salvaje, por senderos desiertos,
Y supe que mi hora aún no había llegado.
Click-clack, click-clack, los cascos pasaron,
Tirando del Carruaje, viajando en rápidas alas,
Viajando lejos, a través de la lúgubre noche.
Los muertos deben descansar hasta el alba.
Si alguien caminase sigiloso tras sus huellas,
El Carro y los caballos, negros como la medianoche,
Verá viajando a la Sombra de la Perdición,
Que atrae a todos, y a cada uno por venir.
Dios es piadoso con los que aguardan en la noche,
Escuchando al Carruaje de la Muerte en el umbral,
Y aquel que lo oiga, aunque sea débilmente,
El espantoso Carro se detendrá para él.
Él partirá con el rostro lívido,
Subiendo al Carro y tomando su lugar,
La puerta se cerrará, sin nunca vacilar.
Rápido se cabalga en compañía de los muertos.
Click-clack, click-clack, la Hora es fría,
El Carruaje de la Muerte sube la distante colina.
Ahora, Dios, Padre de todos nosotros,
Limpia de tu viuda las lágrimas que caen.
***
El Viento que sacude las Espigas
Hay música en mi corazón todo el día,
La oigo en la aurora y en el crepúsculo,
Proviene de ignotas tierras lejanas,
El viento que sacude las espigas.
Por encima de los montes bañados en rocío
El cielo cuelga suave y perlado,
Un mundo de esmeraldas escucha deseando
Al viento que sacude las espigas.
Sobre las cimas azuladas de las montañas
La alondra esconde su melodía,
Y las rocas continúan la sinfonía
Del viento que sacude las espigas.
Incluso en el verano, atravesada la primavera,
Me convoca tarde y temprano,
Vuelve a Casa, Vuelve al Hogar, así suspira
El viento que agita las espigas.
***
Ninfas
¿Dónde están ahora,
Oh, hermosas doncellas de la montaña,
Dónde las Oréadas, dueñas de la Mañana?
Nada agita el recuerdo reciente,
El goteo limpio de aquella fuente;
Nada responde nuestros clamores,
Sólo el corazón lleno de dolores
En el Valle de los Zorzales;
Que se agita en los confines,
Pero el brillante rocío
Cae suave sobre los oídos,
Haciendo su delicado lecho de juncos,
Entonces escucha, despierto.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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