sábado, 7 de agosto de 2010

En este tiempo de paz, débil y aflautado

WILLIAM SHAKESPEARE
Otra versión de Ricardo III
Acto primero
Escena primera
(Londres. Una calle)

//Entra Gloucester//
Gloucester: Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaban sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano. Ahora nuestras frentes están ceñidas por guirnaldas victoriosas; nuestras melladas armas, colgadas e trofeos; nuestras amenazadoras llamadas al arma se han cambiado en alegres reuniones, nuestras temibles músicas de marcha, en danzas deliciosas. La guerra de hosco ceño ha alisado su arrugada frente; y ahora, en vez de cabalgar corceles armados para amedrentar las almas de los miedosos adversarios, hace ágiles cabriolas en el cuarto de una dama a la lasciva invitación de un laúd. Pero yo, que no estoy formado de bromas juguetonas, ni hecho para cortejar a un amoroso espejo; yo, que estoy toscamente acuñado, y carezco de la majestad del amor para pavonearme ante una lasciva ninfa contoneante; yo, que estoy privado de la hermosa proporción, despojado con trampas de la buena presencia por la Naturaleza alevosa; deforme inacabado, enviado antes de tiempo a este mundo que alienta; escasamente hecho a medias, y aun eso, tan tullido y desfigurado que los perros me ladran cuando me paro ante ellos; yo, entonces, en este tiempo de paz, débil y aflautado, no tengo placer con que matar el tiempo, si no es observar mi sombra al sol y entonar variaciones sobre mi propia deformidad. Y por tanto, puesto que no puedo mostrarme amador, para entretenerme en estos días bien hablados, estoy decidido a mostrarme un canalla, y a odiar los ociosos placeres de estos días. He tendido conspiraciones, insinuaciones peligrosas, con ebrias profecías, libelos y sueños, para hacer que mi hermano Clarence y el Rey se tengan un odio mortal el uno al otro: y si el rey Eduardo es tan leal y justo como yo soy sutil, falso y traidor, a estas horas Clarence está estrechamente enjaulado por una profecía que dice que G. será el asesino de los herederos de Eduardo. ¡Sumergíos, pensamientos, en mi alma! Ahí viene Clarence.

//(entra Clarence, entre guardias, con Brakenbury)//

Gloucester: Buenos días, hermano, ¿qué quiere decir esta guardia armada que acompaña a Vuestra Alteza?
Clarence: Su Majestad, cuidadoso de la seguridad de mi persona, ha dispuesto esta escolta para llevarme a la Torre.
Gloucester: ¿Por qué motivo?
Clarence: Porque me llamo George.
Gloucester: Ay, señor, eso no es culpa vuestra; debería aprisionar por ello a vuestros padrinos. Oh, quizá su Majestad tiene intención de que se os vuelva a bautizar en la Torre. Pero ¿qué pasa, Clarence; puedo saberlo?
Clarence: Sí, Ricardo, cuando lo sepa yo; pues aseguro que todavía no lo sé; sino que, por lo que he podido saber, él atiende a profecías y sueños, y arranca del abecedario la letra G, y dice que un hechicero le ha dicho que su progenie será desheredada por G; y como mi nombre, George, empieza por G, a su juicio se sigue que yo soy ése. Tales cosas, según he sabido, y otras niñerías como ésas, han movido a su Majestad a aprisionarme ahora.
Gloucester: Ah, esto pasa cuando los hombres se gobiernan por mujeres; no es el Rey quien os envía a la torre, Clarence: su esposa, lady Grey, es quien le dispone a ese desafuero. ¿No fue ella, y aquel hombre respetable, su hermano Anthony Woodville, quien le hizo enviar a la torre a lord Hastings, que hoy sale libre de ella? No estamos seguros, Clarence, no estamos seguros.
Clarence: Por los cielos, creo que nadie está seguro sino los parientes de la Reina, y los mensajeros nocturnos que caminan entre el Rey y mistress Shore. ¿No has oído decir qué humilde suplicante fue lord Hatings ante ella para quedar libre?
Gloucester: Lamentándose humildemente ante su divinidad obtuvo su libertad el lord Chambelán. Os diré: creo que nuestra salida, si queremos conservar el favor del Rey, es ser siervos de ella, y llevar su librea. Ella, y la consumida y celosa viuda, desde que nuestro hermano las hizo nobles, son comadres de gran poder en este reino.
Brakenbury: Ruego a Vuestras Altezas que me perdonen: Su Majestad me ha ordenado estrictamente que nadie tenga conversación secreta con su hermano, sea del rango que sea.
Gloucester: ¡Ah, muy bien! Si vuestra Señoría lo desea, Brakenbury, podéis tomar parte en todo lo que decimos. No hay traición en lo que decimos, hombre: decimos que el Rey es sabio y virtuoso; y su noble Reina, bien dotada en edad, bella y nada celosa; decimos que la mujer de Shore tiene bonitos pies, labios de cereza, ojos pícaros, y lengua más que agradable; y que los parientes de la Reina han sido ennoblecidos: ¿Qué os parece, señor, podéis negar todo esto?
Brakenbury: En esto, señor, yo no quiero tener nada que ver.
Gloucester: ¡No tener nada que ver con mistress Shore! Te digo, amigo, que quien tenga algo que ver con ella, excepto uno solo, será mejor que tenga que ver en secreto y a solas.
Brakenbury: ¿Quién es ese uno, señor?
Gloucester: Su marido, villano: ¿quieres traicionarme?
Brakenbury: Ruego a Vuestra Alteza que me perdone, y, a la vez, que deje su conversación con el noble Duque.
Clarence: Sabemos tu misión, Brakenbury, y obedeceremos.
Gloucester: Somos súbditos de la Reina, y hemos de obedecer. Hermano, adiós: iré a ver al Rey; y, cualquier cosa que quieras que haga, aunque sea llamar hermana a esa viuda casada con el rey Eduardo, lo cumpliré para liberarte. Mientras tanto, esta profunda ofensa a la fraternidad me toca más profundamente de lo que puedas imaginar.
Clarence: Ya sé que no nos complace mucho a ninguno de los dos.
Gloucester: Bueno, vuestra prisión no será larga: yo te libraré, o si no, te daré el cambio. Mientras tanto, ten paciencia.
Clarence: Debo tenerla, a la fuerza: adiós.

//(Se van Clarence, Brakenbury y guardias)//

Gloucester: ¡Ve, recorre el camino por donde jamás volverás, sencillo y tonto Clarence! Te quiero tanto, que pronto enviaré al cielo tu alma, si el cielo recibe el regalo de mis manos. Pero ¿quién viene aquí? ¿El recién liberado Hastings?

//Entra Hastings//

Hastings: ¡Buen día tenga mi ilustre señor!
Gloucester: ¡Igualmente, mi buen lord Chambelán! Bienvenido al aire libre. ¿Cómo ha soportado la prisión Vuestra Señoría?
Hastings: Con paciencia, noble señor, como deben hacer los prisioneros: pero yo viviré, señor, para darles las gracias a los que fueron la causa de mi prisión.
Gloucester: No lo dudo, no lo dudo; y lo mismo hará Clarence, pues los que fueron enemigos vuestros también lo son suyos, y han triunfado sobre él tanto como sobre vos.
Hastings: ¡Lástima que el águila quede encerrada, mientras los milanos y gallinazos cazan en libertad!
Gloucester: ¿Qué noticias hay por ahí?
Hastings: Por ahí no son tan malas las noticias como por aquí: el Rey está enfermizo, débil y melancólico, y los médicos temen mucho por él.
Gloucester: Vaya, por San Juan, que estas noticias sí que son malas, Ah, mucho tiempo ha seguido un mal régimen, y ha consumido demasiado su real persona: es muy doloroso pensarlo. ¿Qué, está en cama?
Hastings: Está.
Gloucester: Id por delante, y yo os seguiré.

//(Se va Hastings)//

No puede vivir, espero; y no debe morir antes que George Clarence esté enviado por la posta al cielo. Entraré, para azuzar más su odio a Clarence, con mentiras bien aceradas por argumentos de peso; y, si no fracaso en mi profundo intento, Clarence no tiene un día más de vida; hecho lo cual, ¡Dios reciba al rey Eduardo en su misericordia, dejando el mundo para que arme bulla en él! Pues entonces me casaré con la hija menor de Warwick. ¿Qué importa que yo matara a su marido y a su padre? El modo más rápido de enmendarlo con la moza es convertirme en su marido y su padre: lo cual haré, no tanto por amor, cuanto por otra intención secreta y reservada, que conseguiré casándome con ella. Pero ahora corro al mercado por delante de mi caballo: Clarence todavía respira; Eduardo aún vive y reina: cuando se hayan ido, entonces deberé contar mis ganancias.

//(Se va)//

Imagen tomada de http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char