jueves, 11 de agosto de 2011

Y diciendo, por favor, anoche sucedió algo

Foto: Daniel Mordzinski. "Jorge Aulicino"
JORGE AULICINO
(Buenos Aires, Argentina, 1949)

Dolce stagione


El mundo queda por leer.
Como detrás de los vidrios nocturnos las luces
moviéndose donde estuvo la ciudad.
Es una tomenta y danzan los reflejos
que borran todo rastro de los objetos de afuera,
aunque todos permanezcan en la sombra, materiales
o con su sentido abstracto realizado:
por ejemplo, un semáforo, a la vez
una columna de hierro, vidrios, luces
y señales en un diagrama que continúa funcionando.
Pero todo eso parece no estar,
la danza de la tormenta
detrás de los vidrios del bar
provoca un placer que no puede narrarse.
Y no se pierde el pensamiento del día siguiente
cuando caminemos por la avenida desierta,
mirando pedazos de asfalto bajo un sol sin temperatura
y charcos, papeles alrededor de las alcantarillas,
la chapa rota de un cartel reluciente,
tal como si hubiese pasado el mar y eso fuera su resaca.
Y diciendo, por favor, anoche sucedió algo,
un evangelio, una novedad,
que no necesita profetas ni apóstoles,
que habla por sí solo en un lenguaje que encendió en nosotros,
nos concierne y podemos ver su inteligencia
en cualquier cosa que hagas o digas en el próximo segundo,
palabra o gesto que a su vez podrías diferir,
realizar más tarde, dentro de años,
sin mencionar un solo hecho,
sin acudir a ninguna comparación.

De Almas en movimiento, Libros de Tierra Firme, 1995

2 comentarios:

hugo luna dijo...

q buen poema, Irene... q gusto. saludos agradecidos. h

irene gruss dijo...

Gracias, huggh. Un abrazote, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char