miércoles, 26 de agosto de 2009
Cartas a un joven poeta IX y X
RAINER MARIA RILKE
(actual República Checa,1875-Suiza,1926)
CARTA IX
Furugorg Jonsered, en Suecia, a 4 de noviembre de 1904
Mi querido señor Kappus:
Durante todo este tiempo que ha transcurrido sin que usted recibiera ninguna carta mía estuve unas veces de viaje, y otras tan atareado, que no pude escribir. También hoy me cuesta hacerlo, porque he tenido que escribir ya varias cartas, y mi mano está cansada. Si yo pudiese dictar, le diría muchas cosas, pero así le ruego que reciba tan sólo unas pocas palabras a cambio de su extensa carta.
En usted, querido señor Kappus, pienso a menudo, y con votos tan densos, que ello habría de ayudarle de algún modo. Con frecuencia dudo que mis cartas puedan ser realmente un auxilio. No diga usted: Sí, lo son". Acójalas con serenidad, sin prodigar su gratitud, y aguardemos lo que quiera venir.
Tal vez no resulte nada provechoso el que ahora me ponga a considerar con toda minucia cuanto usted me refiere. Pues lo que yo pueda decirle acerca de su propensión a la duda, o sobre su impotencia para armonizar la vida externa con la vida interna, o respecto de todas las demás cosas que le agobian..., siempre será lo mismo que ya le tengo dicho : siempre el deseo de que usted halle en sí bastante paciencia para sufrir, bastante sencillez y candor para creer, llegando a intimar y a familiarizarse cada vez más con lo que es difícil. Y también con su soledad en medio de los otros. En cuanto a lo demás deje que la vida obre a su antojo. Créame: tiene razón la vida. Siempre y en cualquier caso.
Con respecto a los sentimientos, esto: son puros todos los sentimientos que le abarquen totalmente y le eleven. Es impuro aquel sentimiento que prenda en un solo lado de su ser, y llegue por ello a torcerlo, a deformarlo. Todo cuanto pueda pensar de cara a su infancia, es bueno. Todo cuanto le eleve aun por encima de lo que hasta aquí haya logrado ser en sus horas mejores, está bien. Cualquier superación es buena si está en toda su sangre, siempre que no sea tan sólo un momento de ebriedad. Ni algún turbio afán, sino alegría clara, gozo diáfano, que se deja calar y trasver hasta el fondo. ¿Comprende usted lo que yo quiero decir?
Su duda puede tornarse una virtud, si usted la educa. Debe convertirse en saber y en crítica. Pregúntele, cada vez que ella quiera echarle algo por tierra, por qué ese algo está mal. Exíjale pruebas. Sométala a un examen. Acaso la encuentre entonces perpleja, confundida. O quizás rebelde, levantisca. Pero no ceda usted. Exija argumentos y obre así, alerta y consecuente, siempre y cada vez que sea preciso. Ya vendrá luego el día en que el dudar deje de ser destructor, para convertirse en uno de sus mejores obreros, el más inteligente, tal vez, entre todos los que van edificando la vida de usted.
Esto, querido señor Kappus, es todo cuanto yo pueda decirle hoy. Pero al mismo tiempo le envío un ejemplar, en tirada aparte, de un pequeño poema que acaba de ser publicado en la revista "Deutsche Arbeit", de Praga. Ahí sigo hablándole a usted de la vida, de la muerte, y de lo grandes y magníficas que ambas son.
Su Rainer Maria Rilke.
CARTA X
París, al día siguiente de Navidad de 1908
Ha de saber usted, querido señor Kappus, cuánto me alegra tener esa hermosa carta suya. Las noticias que me da, reales y francas, como ahora vuelven a serlo, me parecen buenas. Y cuanto más lo pienso, más se afianza en mí la sensación de que son buenas de verdad. Esto, por cierto, quería yo decírselo en ocasión de Nochebuena. Pero por causa del múltiple y continuo trabajo en que vivo envuelto este invierno, me sorprendió la antigua fiesta, llegando tan pronto que apenas tuve tiempo para los recados más urgentes y mucho menos para escribirle. Pero a menudo he pensado en usted durante estos días festivos, imaginando cuán tranquilo debe de estar en su solitario fortín, perdido entre esas montañas desiertas, sobre las que se precipitan los poderosos vientos del sur, como si quisieran engullirlas a grandes trozos.
Debe de ser inmenso el silencio en que hay cabida para tales ruidos y movimientos. Cuando se piensa que por añadidura se agrega a todo eso la presencia del mar lejano, con su propio sonido, constituyendo tal vez el tono más íntimo y entrañable en esa armonía de prehistórica magnitud, entonces ya sólo resta por desearle a usted que, lleno de confianza y de paciencia, deje obrar en su ánimo la grandiosa soledad, que ya nunca podrá ser borrada de su vida, y que en todo cuanto le queda por vivir y hacer, actuará cual anónimo influjo, de un modo continuo y decisivo. Algo así como en nosotros fluye sin cesar la sangre de nuestros antepasados, mezclándose con nuestra propia sangre para formar el ser único, singular e irreproducible que somos, cada cual de nosotros, en cada recodo de nuestra vida.
Sí: me alegro de que usted cuente ahora en su haber esa existencia firme y determinada. Ese título. Ese uniforme. Ese servicio. Todo ese conjunto de cosas tangibles y concretas, que en tales parajes, como los que ahí le rodean, con una guarnición poco numerosa e igualmente aislada, no deja de adquirir un sello de gravedad y urgencia, y que, por encima de cuanto en la carrera militar hay de juego frívolo y pasatiempo, significa servicio siempre alerta, y no sólo admite la observación individual y autónoma, sino que hasta la fomenta y educa precisamente. El hallarnos en circunstancias que nos formen y labren, colocándonos de vez en cuando ante cosas grandes y naturales, es todo cuanto nos hace falta.
También el arte es sólo un modo de vivir. Aun viviendo de cualquier manera, puede uno prepararse para el arte, sin saberlo. En cualquier realidad se está más cerca de él que en las carreras irreales, artísticas a medias, que, aparentando cierto allegamiento al arte, en la práctica niegan y socavan la existencia de todo arte. Como lo hacen, por ejemplo, el periodismo en su totalidad, casi toda la crítica profesional, y las tres cuartas partes de lo que se llama y quiere llamarse literatura.
En pocas palabras: me alegro de que usted se haya salvado del peligro que representa el caer en todo ello y ahora viva, en un lugar cualquiera, solitario y valiente en medio de una ruda— realidad. iOjalá pueda el año que está por llegar, mantener y afirmarlo en ella!
Siempre,
Su Rainer Maria Rilke.
Tomado de http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/rilke.htm
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
No hay comentarios:
Publicar un comentario