SIBILLA ALERAMO
(Alessandria, Piamonte, Italia, 1876-Roma, 1960)
La niña que yo fui me mira
A ti sola, entre tantas que yo he sido,
a ti sola no te recuerdo tal como apareces
en esta remota imagen de mí misma.
¿Así era yo? Aún no te mirabas en espejos,
no podía saber si te me asemejabas.
Y ahora se encuentran nuestras miradas.
Qué seria eres, pequeña, qué abstraída,
parece como si verdaderamente vieses
a esa que soy ahora,
y en centelleante presciencia vivieras
íntegros los setenta años que te esperaban,
largos años locos y graves;
hay en el óvalo dulce de tu rostro
como un leve, oh leve, hálito de temor,
tú, criatura sana, amada, armoniosa,
tan recatada en tu actitud,
manecitas anudadas sobre el regazo,
valerosa pequeña que yo he sido
en la remota edad que no recuerdo,
mas dime ahora, ¿durante cuánto tiempo
todavía será necesario tener valor, dímelo,
tú que tan fijamente con la luz de los ojos pensativos
me miras y me miras y me miras?
(Versión sin datos)
De Luci della mia sera, 1956.
Cortesía de Elena Annibali
**
He vuelto a ser bella
y quizá sea éste mi último otoño.
Más bella que cuando le gusté en el sol,
bella, y vana a sus ausentes ojos,
como una hoja de sombra...
Pero algunas noches,
en el silencio que ya no turba el llanto,
invocada me siento
con desesperada sed
por su boca lejana...
(Traducción de Carlos Vitale)
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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