miércoles, 1 de junio de 2016

Nuestras mentes a la velocidad de las llanuras de matorrales

Ariel Williams

(Trelew, Chubut, Argentina, 1967)

3

En los días larguísimos estaban los silencios. Había muchos.
Estaban las corrientes de silencio y estaban los lugares
de silencio. Y había seres que acababan de silenciarse
y dejaban su hueco en el silencio profundo de toda la estepa.
Yo les había puesto nombre a los silencios que escuchaba,
pero me los olvidé. Solamente me acuerdo del nombre
de un silencio que escuché, y fue la presencia muda de
un hombre sentado en un bajo de matorrales, a doscientos
metros de mí. Ese silencio se llamaba “souí”, y pasó una
sola vez. No me acuerdo de cómo se llamaba el silencio
de mi padre muerto. Si un pájaro se callaba, quedaba
como un punto claro en la noche.
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12

Nuestras mentes a la velocidad de las llanuras de matorrales.
En ese vértigo asesino. Los días parecían luces y sombras
sucesivas. Los terrenos rotaban sobre sí mismos. Escuchábamos
en la distancia la respiración de los animales, sus narinas
buscando aire. Y escuchábamos el nacimiento de la vida
y de los seres. En las jornadas de cacería, los soles paseaban
por el cielo sus rostros delgados, observando. Con las cabezas
como vientos vivos, acorralábamos a las presas y sentíamos
su piel suave y su temblor de muerte. Y a la noche,
junto a los fuegos, yo veía la azotea negra del espacio

y me parecía un gran pensamiento ondulante.


De La risa huérfana, Hilos, Buenos Aires, 2016.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char