viernes, 20 de mayo de 2011

Ella no entiende de música

Mariela Lupi
(Cinco Saltos, Neuquén, Argentina, 1965)




El mar


Piensa que, tal vez, cada línea debajo de la superficie líquida de razón al sonido que arriba a la costa.
Inspire a las manos, que ejecute, inicie la música.
El personaje, una mujer tan cercana a ella que no existe, pero sería
capaz de hacer vibrar las cuerdas, el arco, la horca.
Otra vez se ha embriagado, la sal y la arena, la posibilidad de un tótem para orar porque sí, porque la oración es algo tan cercano al miedo.
Ella podría decir que no existe otro motivo para terminar su cuento que el mar; haber preparado la escritura como olas bajo la superficie de lo escrito, y ahora dejar que se persignen y alcancen una tras otra en una procesión sin fin.
Aún su cuento, tendido en la arena el sonido de las olas, (el violín) y su música inexistente. Los sueños.
El sueño de anoche donde dos hermanas cosían un vestido de encaje transparente para usar en los funerales.
***
Cofre de cenizas


(el violín) aguarda las manos que se enguantan.
Extiende levemente un brazo y con la mano del otro estira la seda blanca como si en ese acto tomase una ola por la cresta y la trajera a la orilla.
Toma el arco.
Acomoda la curvatura de ébano en la curva de su cuello. Se recuesta invisible sobre él.
Apoya el arco sobre las cuerdas y cuando el preludio de la música (el violín) es ahora un instrumento ejecutado dentro del sueño que su personaje tiene en el cuento; ella no entiende de música.
Tiene la sensación de haber estado corriendo detrás de alguien o de que alguien corría tras ella, en un sueño o en un juego infantil, sin ningún sentido.
Volver a escuchar la melodía justo en el privilegio de la vida, ahí, ahí donde el tiempo ha roto su corazón.
Va a ejecutar lo indecible, las cenizas que dejan las palabras.
***
LA OBSESIÓN


Ahora está sola dejando que la alberguen sonidos de lo mudo. El ladrido reconoce la armonía.
Afuera una nieve vegetal se desordena en el aire, tan liviana, se abandona a los caprichos del viento, sube y baja o al revés, vuela hacia los lados, tan nerviosamente, que el aire le destina de modo inevitable su irrealidad.
Nieve irreal bajo el sol de octubre.
(el violín) imagen o foto. A veces lo odia.
Todos estaban ciegos esa noche.
La vigilia era un jarrón de agua del que bebían para despertar. La vigilia que habían roto como a un vidrio arrojándole una piedra, el grito de alguien a quien nunca llegaron a conocer. Una grieta, una luz abriendo el horizonte de esa confusión.
Pronto el alba alzaría el naif del amanecer; como si el sol se arrojara sobre los muertos y eso diera por resultado una ciudad que despierta.
Los primeros movimientos. Luces que se encienden, persianas que se alzan; la sutileza del cotidiano vivir detrás de lienzos y vidrios.
***
EL TIEMPO

Ha perdido, otra vez, la verdad de Cronos, no hay día ni hora que nombrar.
Detrás sigue el rebote que la cerda del arco sostiene sobre la cuerda. La nota vibra y arquea su espalda. Nadie la ve ahora cuando la palabra amor parece remota, escuchada en el suspiro del que va a soplar la flauta. Se ahoga, el aire no le alcanza, la nota cae.
Nada es nada al mismo tiempo.
Es alegre su velocidad. Danza en la "Grotta Gigante" el concierto para flautas, sube,
derrite estalagmitas, derrumba las torres de cristal. Que caiga y el hielo devore la música:
sólo pensamientos, huidas. El silencio de la casa (ruidos del motor de la heladera, una mosca que agoniza.)
Este personaje no está vivo, piensa. No tiene historia, sólo fragmentos dispersos en el juego con los otros. La representación de algo que no hay.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char