sábado, 17 de abril de 2010
Adiós, Sabino; adiós ya, hermosos
PLUBIO VIRGILIO MARÓN
(Andes, actual Pietole, cerca de Mantua, hoy Lombardía italiana, 70 a.C.-Brindisi, id., 19 a.C.)
Marchaos de aquí, inútiles, largaos, pullas de retores,
Palabras hinchadas por no aqueo rechinar;
Y vosotros, Selio, Tarquitio y Varrón,
Especie empapada por la grasa de los declamadores
Marchaos de aquí, inútil címbalo de la juventud;
Y tú, Sexto, preocupación de mis preocupaciones,
Adiós, Sabino; adiós ya, hermosos.
Soltamos las velas hacia un puerto dichoso
En busca de las doctas palabras del gran Sirón,
Y vamos a librar la vida de toda preocupación.
Marchaos de aquí, Camenas, largaos también, sí,
Dulces Camenas, pues vamos a proclamar la verdad,
Dulces fuisteis, y aunque volváis a mirar mis poemas,
con reserva y de vez en cuando.
**
Ite hinc, inanes, ite, rhetorum ampullae,
inflata rhoezo non Achaico uerba;
et uos, Selique Tarquitique Varroque,
scholasticorum natio madens pingui,
ite hinc, inane cymbalon iuuentutis;
tuque, o mearum cura, Sexte, curarum,
uale, Sabine; iam ualete, formosi.
nos ad beatos uela mittimus portus
magni petentes docta dicta Sironis,
uitamque ab omni uindicabimus cura.
ite hinc, Camenae, uos quoque ite iam sane,
dulces Camenae nam fatebimur uerum,
dulces fuistis, et tamen meas chartas
reuisitote, sed pudenter et raro.
***
Nota: Algunos críticos defienden la real autoría de esta pieza y de las que conforman el canon del llamado Catalepton (Sutilezas podríamos traducir, Piezas ingeniosas) en ritmo yámbico buena parte de ellas. Habla de Sirón, su maestro epicúreo.
***
LIBRO I
Canto las armas y a ese hombre que de las costas de Troya
llegó el primero a Italia prófugo por el hado y a las playas
lavinias, sacudido por mar y por tierra por la violencia
de los dioses a causa de la ira obstinada de la cruel Juno,
tras mucho sufrir también en la guerra, hasta que fundó la ciudad
y trajo sus dioses al Lacio; de ahí el pueblo latino
y los padres albanos y de la alta Roma las murallas.
Cuéntame, Musa, las causas; ofendido qué numen
o dolida por qué la reina de los dioses a sufrir tantas penas
empujó a un hombre de insigne piedad, a hacer frente
a tanta fatiga. ¿Tan grande es la ira del corazón de los dioses?
Hubo una antigua ciudad que habitaron colonos de Tiro,
Cartago, frente a Italia y lejos de las bocas
del Tiber, rica en recursos y violenta de afición a la guerra;
de ella se dice que Juno la cuidó por encima de todas las tierras,
más incluso que a Samos. Aquí estuvieron sus armas,
aquí su carro; que ella sea la reina de los pueblos,
si los hados consienten, la diosa pretende e intenta.
Pero había oído que venía una rama de la sangre troyana
que un día habría de destruir las fortalezas tirias;
para ruina de Libia vendría un pueblo poderoso
y orgulloso en la guerra; así lo hilaban las Parcas.
Eso temiendo y recordando la hija de Saturno otra guerra
que ante Troya emprendiera en favor de su Argos querida,
que aún no habían salido de su corazón las causas del enojo
ni el agudo dolor; en el fondo de su alma
clavado sigue el juicio de Paris y la ofensa de despreciar
su belleza y el odiado pueblo y los honores a Ganimedes raptado.
Más y más encendida por todo esto, agitaba a los de Troya
por todo el mar, resto de los dánaos y del cruel Aquiles,
y los retenía lejos del Lacio. Sacudidos por los hados
vagaban ya muchos años dando vueltas a todos los mares.
Empresa tan grande era fundar el pueblo de Roma.
Apenas daban velas, alegres, a la mar alejándose de las tierras
de Sicilia y surcaban con sus quillas la espuma de sal
cuando Juno, que guarda en su pecho una herida ya eterna,
pensó: «¿Desistiré, vencida, de mi intento
y no podré mantener apartado de Italia al rey de los teucros?
En verdad se me enfrentan los hados. ¿No pudo quemar Palas
la flota de los griegos y hundirlos a ellos mismos en el mar,
por la culpa y la locura de uno solo, de Áyax Oileo?
Ella fue quien lanzó de las nubes el rápido fuego de Jove
y dispersó las naves y dio la vuelta al mar con los vientos;
y a él mientras moría con el pecho atravesado de llamas
se lo llevó en un remolino y lo clavó en escollo puntiagudo.
Y yo, reina que soy de los dioses y de Júpiter
hermana y esposa, contra un solo pueblo tantos años ya
hago la guerra. ¿Acaso alguien querrá adorar
el numen de Juno o suplicante rendirá honor a sus altares?»
En su pecho encendido estas cuitas agitando la diosa
a la patria llegó de los nimbos, lugares preñados de Austros furiosos,
a Eolia. Aquí en vasta caverna el rey Éolo
sujeta con su mando a los vientos que luchan y a las tempestades
sonoras y los frena con cadenas y cárcel.
Ellos enfurecidos hacen sonar su encierro del monte
con gran ruido; Éolo se sienta en lo alto de su fortaleza
empuñando su cetro y suaviza los ánimos y atempera su enojo.
Si así no hiciera, en su arrebato se llevarían los mares sin duda
y las tierras y el cielo profundo y los arrastrarían por los aires.
Pero el padre todopoderoso los escondió en negros antros,
eso temiendo, y la mole de un monte elevado
puso encima y les dio un rey que con criterio cierto
supiera sujetar o aflojar sus riendas según se le ordenase.
Y a él entonces Juno se dirigió suplicante con estas palabras:
«Éolo (pues a ti el padre de los dioses y rey de los hombres
te confió calmar las olas y alzarlas con el viento),
un pueblo enemigo mío navega ahora por el mar Tirreno,
y se lleva a Italia Ilión y los Penates vencidos.
Insufla fuerza a tus vientos y cae sobre sus naves, húndelas,
o haz que se enfrenten y arroja sus cuerpos al mar.
Tengo catorce Ninfas de hermoso cuerpo,
de las que Deyopea es quien tiene más bonita figura;
la uniré a ti en matrimonio estable y haré que sea tuya,
para que por tus méritos pase todos los años
contigo y te haga padre de hermosa descendencia.»
A lo que Éolo repuso: «Cosa tuya, oh reina, saber
lo que deseas; a mí aceptar tus órdenes me corresponde.
Tú pones en mis manos este reino y me ganas el cetro y a Jove,
tú me concedes asistir a los banquetes de los dioses
y me haces señor de los nimbos y las tempestades.»
Luego que dijo estas cosas, golpeó con su lanza el costado
del hueco monte y los vientos, como ejército en formación de combate,
por donde se les abren las puertas se lanzan y soplan las tierras con su torbellino.
Cayeron sobre el mar y lo revuelven desde lo más hondo,
a una el Euro y el Noto y el Ábrego lleno
de tempestades, y lanzan vastas olas a las playas.
Se oye a la vez el grito de los hombres y el crujir de las jarcias;
las nubes ocultan de pronto el cielo y el día
de los ojos de los teucros, una negra noche se acuesta sobre el ponto,
tronaron los polos y el éter reluce con frecuentes relámpagos
y todo se conjura para llevar la muerte a los hombres.
***
IX, 1-6
Lícidas. ¿A dónde, Meris, te llevan los pies? ¿A la
ciudad? Hacia allí lleva el camino.
Meris. ¡Ay, Lícidas! hemos llegado con vida a ver
lo que nunca habíamos temido: que un extraño se
adueñara de nuestro pequeño campito y dijera: "Mío
es esto, marchaos vosotros, antiguos colonos". Ahora
derrotado y triste, porque el destino todo lo va cambiando,
le llevo la renta de estos cabritillos (y ¡ojalá
que la suerte para bien no se le cambie!).
De La Eneida
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
1 comentario:
¿Qué significa la expresión “así lo hilaban las Parcas”?
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