sábado, 17 de julio de 2010
Estremecido atardecer espera
IRMA CUÑA
(Neuquén, Argentina, 1932- 2004)
Casi una niña,
el collar de claros corales a la espalda,
huyes vestida de gasa, de lila, de rosa.
Llevas los ojos en los pies que no alcanzo,
los ojos en las manos escondidas,
los ojos en la cara sin huésped.
Dejas una espuma
ahilada
de trigo,
una confusión de lino
en tanto aire,
la copa de amapolas desvaídas,
el mundo de polen en vuelo.
Reclinada en la ausencia del agua,
segura entre rocas invisibles,
la almohada de sílex te espera como una concha áspera.
La niña-flor va por el aire
entre los dedos lisos de las ramas,
sin tocar el hilván de la luz,
separada,
mujer de muro mielado,
olvidada del sol,
mariposa confusa,
caléndula,
uva moscatel que el otoño mueve.
***
CUANDO LA VOZ CAE
I
Nos distraemos
cuando la luz cae desde más lejos que la luna blanca,
desde mucho más lejos que los mundos.
II
Decir era la flor,
el aire entero,
las caracolas altas
y unas palmas.
Cuando venía a sorprender el aire
la arena breve.
Decir eran los ángeles atentos
y dos pájaros blancos
y unas algas
atravesadas por la sal inquieta.
Decir era una vena,
sangre toda
encauzada en auroras y gargantas.
III
Si levanto mi voz es que está sola
y nos sorprende el alba
a nosotras, mi voz y yo,
distantes
en la no prevención de tener alma.
Ignoramos la prisa,
largos vientos,
hemos visto pasar las caravanas.
(Unos iban a pie, otros en alas.)
Pero igual es decir raíz que vuelo,
no hay apuro en verdad detrás del ansia.
Estremecido atardecer espera
la misma soledad acostumbrada.
IV
Noche es ya. Noche entera.
La voz se ha levantado para cortar las ramas.
Precipita dos pájaros nocturnos
y se le olvida un nido.
Noche alzada.
En la actitud desvelo y muchedumbre.
Esta la voz no alberga telarañas
sino las juega al viento, y en él arden,
estrellas celulares, sin galaxias.
1963
***
La duna era una ola adormecida:
una ola de arena blanda y fina.
Caímos en su almohada de rodillas
y jugamos pasar allí la vida.
De rodillas, filtrando entre los dedos
la arena rosa, parda y amarilla;
ocultando en su fuga los pies lentos;
construyendo montañas y colinas.
¡Qué tibia su caricia soleada
por los soles ardientes de cien días!
¡Qué dulce el ahondar de la pisada
que cava los hoyuelos de su risa!
La duna es el recuadro de mi valle:
mil olas no hace mucho removidas
por el viento monótono y salvaje.
La duna es el paisaje de mí misma.
***
EL PRINCIPE
Tú que estás en el filo del aire,
replegado
sólo en ti como un escudo fuerte
templado
magnánimo
oscuro,
resplandeciendo furia y grito.
Tú,
aparecido en las montañas
en un galope amortiguado
y despierto en el río como una piedra-centella.
Tú
que eres mi nombre y mi paciencia
mi letargo de presa y perseguidor:
Yo misma.
***
PRÓDIGA
Volví a la luz extensa del verano
y al viento circular de las esquinas.
Neuquén es un cristal,
un cuarzo sepia.
Pueblo desconocido
donde inventé el espejo de una historia
y la poblé de cascos en el aire.
(en aquel aire ululador y tenso).
Un aire tangible
que más parece un agua, una corriente,
un surtidor horizontal
-un brazo-
que el natural camino de la cara.
Y otra vez ese polvo amarillento
y esas piedras hundidas
Entre pelos de pastos requemados.
Patria de negación: sin
verdes,
rojos,
alas,
concavidades.
Sólo este movimiento del planeta
espiral o de flecha,
bamboleo.
Fui a buscarte quetzales,
mariposas,
enormes colas de serpientes vivas,
venados tímidos,
turquesas,
y me has devuelto el filo del silencio
y el ardor de la arena
para siempre.
***
Un ángel paciente
(De Estar en Ti. Salmos en Neuquén”. Neuquén, Arteletra, ca. 2001)
Gracias por enquiciarme
He vuelto al quicio. Gracias, Señor
Ayer fue pesadilla.
Re-comienzo.
Abro los ojos y salgo de la cama.
Lentamente
me deslizo por la breve casa.
Higiene. Desayuno. Radio.
Como todos los días.
Bendigo este espacio mío.
Pían pájaros pajaritos
y suenan arriba los vecinos.
Es el rumor consabido.
Acepto nuevamente
estar estando.
Me alegro nuevamente
aunque la piel está ardida.
Pretextaré que era fatiga.
El intercambio
ritual, Señor.
La comunicación
consabida.
A Ti te levanto
un corazón
con miedo ayer.
Hoy
con tu medida.
***
Como se arma
un ramo
de flores variadas
este día es múltiple.
Alguien muy amado
y muy humano
te volvió invisible
te cerró la puerta.
Otros
apenas te ven.
Y Tú, mi dios,
nuestro Dios
siempre estás a la luz
y a la penumbra.
Aún en la oscuridad,
estás.
Arrópame de Ti,
que afuera hiela
y las flores del ramo
están dispersas
y la dura pelea
no es posible.
Sólo esta
eternidad
de Tu presencia.
***
No me dejes caer
Y tan profundo
que sólo el aire me rodea.
Y perduro en el aire descendiendo.
Sosténme, mi Señor.
Álzame,
serenamente me protejas
de la terrible ira de mi pánico.
Ciega,
insensata,
amortecida.
***
Cúbreme con Tus alas
Reconfórtame
Restáurame, destruye el desespero.
Sálvame del demonio de este vórtice.
Cércame
con tu paz, apenas cierta.
Aduérmeme
Padre.
Acampe el Ángel de Jehová
en mi casa.
Cubra mi alma.
Óyeme, mi Señor.
No me abandones.
***
Todo por decir
Y callando.
Fatiga
desaliento
aliento
del desastre.
***
Y no querer decir
en el vacío
no urdir nada.
Silencio
del adentro.
Sólo un vaivén
respiratorio
circulatorio
en la piel
del mundo
ilocutorio.
***
Y todo por decir...
Quién lo diría.
***
Ritual
Puse la mesa como un ritual
y almorcé en silencio.
Afuera los rumores
embalsamaban el azul.
Pereza y soledumbre
eran activas
y me dormían los brazos.
Oh, lejana.
¿Dónde están los amores perdidos
en la tristeza de la siesta?
***
Amanece en el frío
Sólo verificamos soledad.
Afuera está la helada y la negrura.
Circula por las piezas
una leve ternura.
Murmura el ronroneo de las letras
dibujando arabescos de neblina
y agradezco a la vida
la riqueza
de jugar sin malicia.
Hubo tiempos de cuerpos
y de presencias tan queridas!
Me duelen en las manos
esas ausencias siempre repetidas.
Son apenas
las seis de la mañana
en el sur nuestro.
***
Encuentro
Vuelvo a mirarme en ti
la presentida,
la que estuvo
callada
tan activa
y desnuda de sí.
Y era mi madre
y era Eugenia
la bien sabida.
Vino del lado de la orilla buena
debajo de una mano
desasida.
Y ya casi soy yo
entre vosotras
una camelia
un rododendro
una cilicia.
Vengan a casa
nos juntemos
a no charlar
a no rememorar
a no ser.
Límpidas.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
1 comentario:
una grande y qué poco difundida. Gracias Irene.
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