sábado, 12 de marzo de 2011

Tus poemas todavía me llenan de pesadumbre

Dos poemas de JUAN ANTONIO VASCO

(Argentina, 1924-1984)


CHANSON
Para Lucienne

Ojalá te hubieras llamado Luciana como quien dice luciérnaga o luz de ciénaga
Ojalá te hubieras venido a América
Comeríamos una choucroute au champagne cada lustro
Y entre semana guiso y puchero
cartas de amigos y facturas de electricidad
pero no llegamos a nada mi amor
Tus poemas todavía me llenan de pesadumbre
tus sostenes con las cintas ajadas aparecen en mis maletas
Y no termina de salir el sol en Green Hill con aquel polizonte de la madrugada

Esto ocurrió hace mucho tiempo
antes de que enmudecieras mon petit singe
cuando yo te compraba naranjas en el Soho
curries en Hampstead
y alquilábamos dos sillas bajo los castaños por cuarenta francos
porque tú eras mi mujer
***
Nada de historias

Ninguna solemnidad ningún corcel ningún futuro
ningún mapa ningún congreso de buscadores
de piojos ningún desayuno que no sea mortal
ninguna convalecencia de la opinión pública nin-
gún divorcio que no sea decretado por los
amantes ningún desembarco en tierra de
ladrones
NINGÚN HOMBRE CON EL VIENTRE
ABIERTO DE UN TAJO TIENE INTERÉS EN
LA PERPETUACIÓN DE LA ESPECIE
Así que nada de historias ningún consuelo ningún
símbolo para el asco ningún pacto secreto
ningún receptor de televisión sintonizado en
mi reino no es de este mundo
**
Para leer más de Juan Antonio Vasco, aquí

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char