viernes, 27 de agosto de 2010

El infinito no se ha escapado todavía

RAMON PALOMARES

(Escuque, Venezuela, 1935)

PREHISTORIA

El animal rojizo
bañándose con aire nuevo
estrenando su fuerza
va en el fulgor de ondulantes praderas.
Ningún acoso en el resonar de sus patas.
No ayer No mañana Sólo su imagen y bramido
Perseguido de su gran esplendor
sólo espacio para su hambre, pasto salvaje y viento
todavía no se ha inventado la muerte
El infinito no se ha escapado todavía
Tan sólo una gloriosa voluntad
Resplandece.
***
AGUAS LUSTRALES

Cuando se quedó atrás la oscuridad
me encontré desplazándome con fuerza incontenible
en el agua lustral de la primera noche –que atravesaba veloz-
mente –todo rayo de luz mi cuerpo
y miles junto a mí, todos hermanos, fluyendo hasta rabiar
fijos hacia delante, apremiando con furia.
Y el corazón ausente exigía más y más
y así llegamos.
Y ya el umbral,
 apretujados y feroces
aquella impresionante multitud disímil y enconada
ardía en alaridos
Salté!
Y no pude volverme.
Y quedé solo –extraño y asombrado
creciendo fuegos y devorando un cielo ajeno
primero brasa, luego un sol, luego una inmensa estrella
rodando y dando saltos por espacios
que algún sueño ajustará a otro sueño.
***
EL SOL
A Elisa Lerner


Andaba el sol muy alto como un gallo brillando, brillando
y caminando sobre nosotros.
Echaba sus plumas a un lado, mordía con sus espuelas al cielo.
Corrí y estuve con él
allá donde están las cabras, donde está la gran casa. Yo estaba muy alto entre unas telas rojas con el sol que hablaba conmigo y nos estuvimos sobre un río y con el sol tomé agua mientras andábamos
y veíamos campos y montañas y tierras sembradas y flores cantando y riéndonos. Allí andaba el sol entre aquellas casas, entre aquellos naranjos, como una enorme gallina azul, como un gran patio de rosas;
caminando, caminando, saludaba a uno y
a otro lado; hasta que me dijo:
Mi amigo que has venido de tan abajo
vamos a beber
y cayó dulce del cielo, cayó leche hasta la boca del sol.
***
Una forma de ser

Aquí llega el noche
el que tiene las estrellas en las uñas,
con caminar furioso y perros entre las piernas
alzando los brazos como relámpago
abriendo los cedros
echando las ramas sobre sí,
muy lejos.

Entra como si fuera un hombre a caballo
y pasa por el zaguán
sacudiéndose la tormenta.

Y se desmonta y comienza a averiguar
y hace memoria y extiende los ojos.

Mira los pueblos que están
unos en laderas y otros agachados en los barrancos
y entra en las casas
viendo cómo están las mujeres
y repasa las iglesias por las sacristías y los campanarios
espantando cuando pisa en las escaleras.

Y se sienta sobre las piedras
averiguando sin paz.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char