viernes, 16 de abril de 2010
Salvo las horas en las que escribo
CLARICE LISPECTOR
(Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, Brasil, 1977)
Cuando no estoy escribiendo, simplemente yo no sé como se escribe. Y si no sonara infantil y falta que esta pregunta es de las más sinceras, yo elegiría a un amigo escritor y le preguntaría ¿cómo se escribe?
Porque, realmente, ¿cómo se escribe? ¿Qué se dice? ¿Cómo se dice? Y ¿cómo empieza? Y ¿qué se hace con el papel en blanco que nos enfrenta tranquilo?
Sé que la respuesta, más que por la intriga, es esta única: escribiendo. Soy la persona que más se sorprende al escribir. Y todavía no me habitué a que me llamen escritora. Porque, salvo las horas en las que escribo, no sé en absoluto escribir. ¿Será que escribir no es un oficio? ¿No hay aprendizaje, entonces? ¿Qué es? Sólo me consideraré escritora el día en que yo diga: sé cómo se escribe.
***
Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. ¿El proceso de escribir es difícil? Es como llamar difícil al modo extremadamente prolijo y natural con que es hecha una flor. No puedo escribir mientras estoy ansiosa, porque hago todo lo posible para que las horas pasen. Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible. Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra.
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Última entrevista
(Realizada para TV Cultura, San Pablo, enero de 1977)
Clarice Lispector, ¿de dónde viene ese “Lispector”?
Es un apellido latino, ¿no es cierto? Yo le pregunté a mi padre desde cuándo había Lispector en Ucrania. Él me dijo que desde generaciones y generaciones atrás. Supongo que ese apellido fue rodando, rodando, perdiendo algunas sílabas y formando otra cosa que parece… “lis” y “peito” en latín… Es un apellido del que, cuando escribí mi primer libro, Sergio Milliet (yo era entonces completamente desconocida, por supuesto) dijo: “Esa escritora de apellido desagradable, ciertamente un seudónimo…”. No lo era, era mi verdadero apellido.
¿Usted llegó a conocer a Sergio Milliet personalmente?
Nunca. Porque yo publiqué mi primer libro y me fui del Brasil para viajar, porque me casé con un diplomático brasileño, de modo que no conocí a quienes escribieron sobre mí. Parece que eso sucede… Lo sé porque a veces me telefonean y me preguntan en qué librería pueden encontrar mi libro. Entonces, es que hay personas que van a buscar precisamente mi libro. Porque en el fondo yo escribo de un modo muy simple, ¿sabe?
¿Será que las cosas simples son recibidas hoy de manera complicada?
Tal vez, tal vez… Pero escribo de una manera simple. Yo no adorno…
En su formación como escritora, ¿cuáles son aquellos escritores que usted siente que le influenciaron realmente?
No lo sé porque mezclé todo. Yo leía libros, novelas para adolescentes, libros, color de rosa… mezclados con Dostoievski. Escogía los libros por los títulos y no por los autores, de quienes no tenía conocimiento alguno. Mezclé todo. Leer a los trece años El lobo estepario de Hermann Hesse fue un shock. Entonces comencé a escribir un cuento que no terminaba nunca. Acabé rompiéndolo.
¿Eso sucede todavía, que escriba algo y después lo rompa?
Lo dejo de lado o… No, yo rompo, sí.
¿Es producto de la reflexión o es un acto emocional?
Es rabia, un poco de rabia.
¿Con quién?
Conmigo misma.
¿Por qué, Clarice?
Estoy un poco cansada…
-¿De qué?
De mí misma.
¿Pero usted no renace y se renueva con cada trabajo nuevo?
Bueno, ahora yo morí… Pero vamos a ver si renazco de nuevo. Mientras tanto, yo estoy muerta… Estoy hablando desde mi sepulcro.
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Tomado del blog de Ana Crespo
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
5 comentarios:
Genial la Lispector, siempre. Gracias, Irene.
un lujo, un lujo Irene, gracias...
Gracias, Griselda, Huggh. Un lujazo, sí, Irene
maravillosa, la leo una y otra vez, como si quisiera descubrir cómo lo hace, pero no, como ella nadie puede, es única... gracias, clarice, y gracias, irene!
un fuerte abrazo desde rosario, y toda mi admiración por tu bellísima, magnífica poesía. paula
Gracias, Paula. Mi abrazo a Rosario también, Irene
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