domingo, 6 de septiembre de 2009

Nos miramos; dejamos de mirarnos


Algunos pocos poemas de
KATHERINE MANSFIELD
(Nueva Zelanda, 1888 - Francia, 1923)


Para L.H.B.
Versión: Cristina Negri

Anoche, por primera vez desde tu muerte
caminamos juntos, hermano mío, en mi sueño.
Estábamos otra vez en casa, junto al arroyo
bordeado de grandes arbustos de bayas blancas y rojas.
"No las toques: son venenosas", te decía.
Pero tu mano lo intentó, y vi un destello
de una risa extraña, luminosa que te sobrevolaba
Y cuando te inclinaste vi las bayas centellear.
"¿No recuerdas? ¡Las llamábamos Pan de Muerto!"
Me desperté y se oía el quejido del viento y el rugido
de las olas oscuras despeñándose allá en la costa.
¿Dónde- dónde está el sendero del sueño para mis pasos
ansiosos?
Junto al arroyo evocado está mi hermano
me espera con bayas en las manos...
"Son mi cuerpo. Hermana, tómalas y come".
***
To L.H.B.

Last night for the first time since you were dead
I walked with you, my brother, in a dream.
We were at home again beside the stream
Fringed with tall berry bushes, white and red.
"Don't touch them: they are poisonous," I said.
But your hand hovered, and I saw a beam
Of strange, bright laughter flying round your head
And as you stooped I saw the berries gleam.
"Don't you remember? We called them Dead Man's
Bread!"
I woke and heard the wind moan and the roar
Of the dark water tumbling on the shore.
Where--where is the path of my dream for my eager
feet?
By the remembered stream my brother stands
Waiting for me with berries in his hands...
"These are my body. Sister, take and eat."

***
EL ENCUENTRO

Empezamos a hablar
Nos miramos; dejamos de mirarnos
Las lágrimas subían a mis ojos
Pero no podía llorar
Deseaba tomar tu mano
Pero mi mano temblaba.
No dejabas de contar los días que faltaban
Para nuestro próximo encuentro
Pero las dos sentíamos en el corazón
Que nos separábamos para siempre.
El tictac del relojito llenaba la habitación en calma¬
Escucha, dije, es tan fuerte
Como el galope de un caballo en un camino solitario
Así de fuerte -un caballo galopando en la noche.
Me hiciste callar en tus brazos–
Pero el sonido del reloj ahogó el latido de nuestros corazones.
Dijiste `No puedo irme: todo lo que vive de mí
Está aquí para siempre'.
Después te fuiste.
El mundo cambió. El ruido del reloj se hizo más débil
Se fue perdiendo –se tornó minúsculo-
Susurré en la oscuridad: “Moriré si se detiene”.
**
Té de manzanilla

Afuera el cielo está encendido de estrellas
Un hueco bramido llega del mar
¡Y qué pena las pequeñas flores del almendro!
El viento estremece el almendro.

Nunca imaginé un año atrás
En aquella horrible casucha en la ladera
Que Bogey y yo estaríamos sentados así
Tomando una taza de té de manzanilla.

Leves como plumas vuelan las brujas
El cuerno de la luna es fácil de ver
Sobre una luciérnaga debajo de un junquillo
Un duende tuesta una abeja.

Podríamos tener cinco o cincuenta años
¡Estamos tan cómodos, juiciosos, cercanos!
Bajo la mesa de la cocina
La rodilla de Jack oprime la mía.

Pero los postigos están cerrados el fuego está bajo
Gotea la canilla con suavidad
Las sombras de la olla en la pared
Son negras y redondas y fáciles de ver.

EL ABISMO

Un abismo de silencio nos separa
Yo estoy de un lado del abismo -tú del otro-
No puedo verte ni oírte -pero sé que estás allí-
Suelo llamarte por un nombre infantil
y fijo que el eco de mi grito es tu voz.
Cómo podemos franquear el abismo -nunca hablándonos, tocándonos-
antes pensaba que podríamos llenarlo con nuestras lágrimas,
ahora quiero destrozarlo con nuestra risa

De KATHERINE MANSFIELD, Té de manzanilla y otros poemas, Selección, traducción y prólogo de Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich, Edit. Bajo la luna, Buenos Aires. 2006

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char