Rudyard Kipling
(Bombay, India Británica, 1865-Gran Bretaña, 1936)
El secreto de las máquinas
Extraídas del lecho del mineral y de la mina,
en el horno derretidas y en el pozo—
fundidas y forjadas y golpeadas según diseño,
cortadas y alineadas y labradas y calibradas hasta encajar.
Un poco de agua, carbón y aceite es toda nuestra demanda,
y una milésima de pulgada para podernos mover:
y ahora, si a nuestra labor nos aplicas,
las veintincuatro horas del día te serviremos.
Podemos tirar e izar y empujar, levantar y conducir,
podemos imprimir y arar y tejer, calentar e iluminar,
podemos correr y acelerar y nadar, volar y bucear,
podemos ver y oír y contar y leer y escribir.
¿Llamarías a un amigo desde el otro medio mundo?
Si nos dejas tomar tu nombre, ciudad y estado,
podrás oír y ver tu pregunta reciente lanzada
a través del arco del cielo mientras esperas.
¿Ha respondido? ¿te necesita a su lado?
Esta misma tarde si quieres puedes partir,
y tomar el Océano Occidental al ritmo
de setenta mil caballos y pocas tuercas.
El barco expreso está esperando tus órdenes.
(….)
Mas recuerda la ley que rige nuestras vidas;
No estamos construidos para entender mentiras,
No podemos amar, llorar ni perdonar.
Si nos manejas mal, encontrarás la muerte.
Somos mayores que el Hombre o los Reyes.
Sé humilde cuando te arrastres por debajo de nuestras bielas,
Nuestro toque puede cambiar todas las cosas creadas.
Somos todo en el mundo salvo los dioses.
Aunque nuestro humo oculte los cielos de sus ojos,
Desaparecerá y las estrellas volverán a brillar;
Porque pese a nuestra fuerza, peso y magnitud,
No somos más que el producto de su intelecto.
***
Helen en soledad
Hubo oscuridad bajo el Cielo
Durante una hora.
La oscuridad que conocemos
Nos fue otorgada como una gracia.
El sol y el mediodía y las estrellas se ocultaron,
Dios abandonó su Trono,
Cuando Helen vino hacia mí, lo hizo,
¡Helen en soledad!
Lado a lado (porque el destino
Nos condenó desde el nacimiento)
Arribamos a las puertas del Limbo
Y miramos hacia la tierra.
Mano sobre mano en medio
De un espanto que el sueño no conoce,
Helen corrió junto a mi, lo hizo,
¡Helen en soledad!
Cuando el Horror que pasa
Se lanzó a nuestra caza,
Cada uno se apoyó en el otro,
Y encontramos fortaleza en el otro.
En los dientes de las Cosas Prohibidas
Y la Razón derrocada,
Helen se paró junto a mi, lo hizo,
¡Helen en soledad!
Cuando, por fin, oímos aquellos fuegos,
Quebrados y muriendo lejos,
Cuando, por fin, nuestro deseo encadenado
Nos arrastró hacia el día;
Cuando, por fin, nuestras almas se libraron
De lo que nos había revelado la Noche,
Helen pasó junto a mí, lo hizo,
¡Helen en soledad!
Déjala ir y encontrar a su amado,
Así como yo he de buscar a mi novia,
Sin conocer la Nada detrás del Limbo
Ni a quienes son encerrados dentro.
Hay un conocimiento prohibido por Dios,
Más de lo que podemos soportar,
Entonces Helen se alejó de mí, lo hizo,
¡Oh, mi alma se alegró de ello!
¡Helen en soledad!
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miércoles, 6 de abril de 2016
martes, 1 de julio de 2014
Del leopardo orgullo son sus manchas, honor del búfalo son sus cuernos
RUDYARD KIPLING
(Bombay, India, 1865 - Londres, Inglaterra, 1936)
De El segundo libro de la selva
Canción nocturna en la selva
Los hermanos de Mowgli
Desata a la noche Mang, el murciélago;
en sus alas acarréala Rann, el milano;
duerme en el corral la vacada
y de corderos duerme el atajo;
tras las reforzadas cercas se esconden
pues hasta el amanecer con libertad vagamos.
Orgullo y fuerza, zarpazo pronto,
prudente silencio: es nuestra hora.
¡Resuena el grito! ¡Para el que observa
la ley que amamos, caza abundante!
**
Canción de los galeotes
Remamos para que avanzaras con el viento en contra y las velas bajas.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
Pan y cebolla comíamos cuando tomabas ciudades, o rápido regresábamos a bordo
si te perseguía el enemigo.
Los Capitanes paseaban de proa a popa sobre cubierta con el buen
tiempo, cantando canciones; nosotros estábamos abajo.
Desfallecíamos, la barbilla sobre los remos, y no te dabas cuenta pues
seguíamos meciéndonos hacia adelante y hacia atrás.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
La sal dejaba el palo de los remos como la piel del tiburón; nuestras
rodillas abiertas hasta el hueso con cristales de sal; pegado
el pelo a la frente; y nuestros labios cortados hasta las encías,
y nos dabas con el látigo porque no podíamos remar.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
Pero, pronto escaparemos, a través de los ojos de buey, igual que
corre el agua por los palos de los remos, y, aunque ordenes
a los otros que nos persigan, no podrás nunca prendernos a
menos que empuñes tú los remos y encierres los vientos en la
panza de la vela. ¡Aho!
¿No nos dejarás nunca en libertad?
**
De El segundo libro de la selva
La Caza de Kaa
Del leopardo orgullo son sus manchas, honor del búfalo son sus cuernos.
¡Limpio! Pues del que caza se juzga a fuerza por el color de su piel.
Si acaso el toro te embiste y aterra, o una cornada del sambhur recibes,
por narrarlo el trabajo no abandones, pues cosa es que tenemos ya olvidada.
Nunca del cachorro débil y ajeno abuses; cual a un hermano debes mirarle,
que, aunque débil y torpe, es probable que a una osa –puede ser– tenga por madre.
¡Nadie corno yo! –jáctase el cachorro cuando a sus plantas ve la primera pieza.
Pero él es pequeño, y grande, la Selva: que medite en calma, porque ahora apenas empieza.
Máximas de Baloo
**
Tomados de poemaseningles.blogspot.com.ar
(Bombay, India, 1865 - Londres, Inglaterra, 1936)
De El segundo libro de la selva
Canción nocturna en la selva
Los hermanos de Mowgli
Desata a la noche Mang, el murciélago;
en sus alas acarréala Rann, el milano;
duerme en el corral la vacada
y de corderos duerme el atajo;
tras las reforzadas cercas se esconden
pues hasta el amanecer con libertad vagamos.
Orgullo y fuerza, zarpazo pronto,
prudente silencio: es nuestra hora.
¡Resuena el grito! ¡Para el que observa
la ley que amamos, caza abundante!
**
Canción de los galeotes
Remamos para que avanzaras con el viento en contra y las velas bajas.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
Pan y cebolla comíamos cuando tomabas ciudades, o rápido regresábamos a bordo
si te perseguía el enemigo.
Los Capitanes paseaban de proa a popa sobre cubierta con el buen
tiempo, cantando canciones; nosotros estábamos abajo.
Desfallecíamos, la barbilla sobre los remos, y no te dabas cuenta pues
seguíamos meciéndonos hacia adelante y hacia atrás.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
La sal dejaba el palo de los remos como la piel del tiburón; nuestras
rodillas abiertas hasta el hueso con cristales de sal; pegado
el pelo a la frente; y nuestros labios cortados hasta las encías,
y nos dabas con el látigo porque no podíamos remar.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
Pero, pronto escaparemos, a través de los ojos de buey, igual que
corre el agua por los palos de los remos, y, aunque ordenes
a los otros que nos persigan, no podrás nunca prendernos a
menos que empuñes tú los remos y encierres los vientos en la
panza de la vela. ¡Aho!
¿No nos dejarás nunca en libertad?
**
De El segundo libro de la selva
La Caza de Kaa
Del leopardo orgullo son sus manchas, honor del búfalo son sus cuernos.
¡Limpio! Pues del que caza se juzga a fuerza por el color de su piel.
Si acaso el toro te embiste y aterra, o una cornada del sambhur recibes,
por narrarlo el trabajo no abandones, pues cosa es que tenemos ya olvidada.
Nunca del cachorro débil y ajeno abuses; cual a un hermano debes mirarle,
que, aunque débil y torpe, es probable que a una osa –puede ser– tenga por madre.
¡Nadie corno yo! –jáctase el cachorro cuando a sus plantas ve la primera pieza.
Pero él es pequeño, y grande, la Selva: que medite en calma, porque ahora apenas empieza.
Máximas de Baloo
**
Tomados de poemaseningles.blogspot.com.ar
martes, 7 de febrero de 2012
Sea bienvenida la descortesía del Destino
![]() |
Dibujo: R. Kipling |
RUDYARD KIPLING
(Bombay, India, 1865 - Londres, Inglaterra, 1936)
De Epitafios de la guerra
1914-18
7. Hindú cipayo en Francia
Este hombre en su propia tierra rezaba no sabemos a qué Poderes.
Nosotros le rezamos para pagarle por su bravura en la nuestra.
* * *
16. El hombre refinado
Era de espíritu delicado. Por mis necesidades me aparté
desdeñando los comunes oficios. Fui visto desde lejos y fui muerto...
¿Cómo entiende esto la alegría? Dejad que sea cada hombre juzgado por sus acciones.
He pagado el precio por vivir conmigo en los términos que yo he querido.
* * *
29. Tumba salónica
Mil días los he mirado
empujados hacia la noche y arrastrados
lentamente como tortugas.
Ahora yo, también, los sigo.
Es la fiebre, y no la lucha
–el tiempo, no la batalla– lo que mata.
***
Una canción en la tormenta
1914-18
Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete.
A fuerza de tiempo, no de guerra,
en medio del peligro nos guiamos:
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que aparezca
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestra salvación,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.
De la niebla salen rumbo a la tiniebla
las olas que brillan y se encrespan.
Casi estas aguas sin conciencia se comportan
como si tuviesen alma-
casi como si hubieran pactado sumergir
nuestra bandera debajo de sus aguas verdes:
sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que pueda verse, etc.
Asegúrate bien, a pesar de que las olas y el viento
en reserva guardan ráfagas aún más poderosas,
que los que cumplimos las guardias asignadas
ni por un instante descuidemos la vigilancia.
Y mientras nuestra proa flotando rechaza
cada carrera frustrada de las olas,
canta, sea bienvenida la descortesía del Destino
dondequiera que se desvele, etc.
No importa que sea barrida la cubierta
y se rompan la arboladura, el maderamen-
de cualquier pérdida podremos sacar provecho
salvo de la pérdida del regreso.
Por eso, entre estos Diablos y nuestra astucia
deja que la cortesía de las trompetas suene,
y que sea bienvenida la descortesía del Destino,
dondequiera que se encuentre, etc.
Asegúrate bien, aunque en poder nuestro
nada quede para dar
salvo sitio y fecha para encontrar el fin,
y deja de esforzarte por vivir,
que hasta que éstos se disuelvan, nuestra Orden se mantiene,
nuestro Servicio aquí nos ata.
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino,
dondequiera que aparezca,
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestro triunfo,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.
Versiones de Luis Cremades
* * *
Así fue como se le arrugó la piel al rinoceronte
"Porque, cinco semanas más tarde, hubo una ola de calor en el Mar Rojo y todo el mundo se quitó toda la ropa que llevaba. El parsi se quitó el sombrero, pero el rinoceronte se quitó la piel, y la llevaba al hombro cuando bajó a la playa a bañarse. En aquellos tiempos se la abotonaba por debajo con tres botones y parecía un impermeable. No dijo nada de nada sobre la torta del parsi, porque se la había comido toda, y jamás había tenido modales, ni entonces, ni ahora ni nunca. Se metió directamente en el agua y, dejando la piel en la playa, hacía burbujas soplando por el hocico."
***
La cantinela del viejo canguro
"No fue siempre el canguro como lo vemos ahora, sino un animal diferente con cuatro patas cortas. Era gris, era lanudo, era de un orgullo desmedido: bailó sobre una cresta en medio de Australia y fue a ver al pequeño dios Nqa. Fue a Nqa a las seis, antes del desayuno, y le dijo: –Hazme diferente de todos los demás animales para las cinco de la tarde."
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char