martes, 7 de febrero de 2012

Sea bienvenida la descortesía del Destino

Dibujo: R. Kipling

RUDYARD  KIPLING
(Bombay, India, 1865 - Londres, Inglaterra, 1936)

De Epitafios de la guerra
1914-18

7. Hindú cipayo en Francia

Este hombre en su propia tierra rezaba no sabemos a qué Poderes.
Nosotros le rezamos para pagarle por su bravura en la nuestra.
* * *
16. El hombre refinado

Era de espíritu delicado. Por mis necesidades me aparté
desdeñando los comunes oficios. Fui visto desde lejos y fui muerto...
¿Cómo entiende esto la alegría? Dejad que sea cada hombre juzgado por sus acciones.
He pagado el precio por vivir conmigo en los términos que yo he querido.
* * *
29. Tumba salónica

Mil días los he mirado
empujados hacia la noche y arrastrados
lentamente como tortugas.
Ahora yo, también, los sigo.
Es la fiebre, y no la lucha
–el tiempo, no la batalla– lo que mata.
***
Una canción en la tormenta     
1914-18

Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete.
A fuerza de tiempo, no de guerra,
en medio del peligro nos guiamos:
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que aparezca
            en todo tiempo de angustia y también
            en el de nuestra salvación,
            el juego vence siempre al jugador
            y el barco a su tripulación.

De la niebla salen rumbo a la tiniebla
las olas que brillan y se encrespan.
Casi estas aguas sin conciencia se comportan
como si tuviesen alma-
casi como si hubieran pactado sumergir
nuestra bandera debajo de sus aguas verdes:
sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que pueda verse, etc.

Asegúrate bien, a pesar de que las olas y el viento
en reserva guardan ráfagas aún más poderosas,
que los que cumplimos las guardias asignadas
ni por un instante descuidemos la vigilancia.
Y mientras nuestra proa flotando rechaza
cada carrera frustrada de las olas,
canta, sea bienvenida la descortesía del Destino
dondequiera que se desvele, etc.

No importa que sea barrida la cubierta
y se rompan la arboladura, el maderamen-
de cualquier pérdida podremos sacar provecho
salvo de la pérdida del regreso.
Por eso, entre estos Diablos y nuestra astucia
deja que la cortesía de las trompetas suene,
y que sea bienvenida la descortesía del Destino,
dondequiera que se encuentre, etc.

Asegúrate bien, aunque en poder nuestro
nada quede para dar
salvo sitio y fecha para encontrar el fin,
y deja de esforzarte por vivir,
que hasta que éstos se disuelvan, nuestra Orden se mantiene,
nuestro Servicio aquí nos ata.
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino,
dondequiera que aparezca,
            en todo tiempo de angustia y también
            en el de nuestro triunfo,
            el juego vence siempre al jugador
            y el barco a su tripulación.

Versiones de Luis Cremades
* * *
Así fue como se le arrugó la piel al rinoceronte

"Porque, cinco semanas más tarde, hubo una ola de calor en el Mar Rojo y todo el mundo se quitó toda la ropa que llevaba. El parsi se quitó el sombrero, pero el rinoceronte se quitó la piel, y la llevaba al hombro cuando bajó a la playa a bañarse. En aquellos tiempos se la abotonaba por debajo con tres botones y parecía un impermeable. No dijo nada de nada sobre la torta del parsi, porque se la había comido toda, y jamás había tenido modales, ni entonces, ni ahora ni nunca. Se metió directamente en el agua y, dejando la piel en la playa, hacía burbujas soplando por el hocico."
***
La cantinela del viejo canguro

"No fue siempre el canguro como lo vemos ahora, sino un animal diferente con cuatro patas cortas. Era gris, era lanudo, era de un orgullo desmedido: bailó sobre una cresta en medio de Australia y fue a ver al pequeño dios Nqa. Fue a Nqa a las seis, antes del desayuno, y le dijo: –Hazme diferente de todos los demás animales para las cinco de la tarde."

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char