domingo, 27 de septiembre de 2009

Con pies y con acento rotos


Unos pocos poemas de
GABRIELA MISTRAL
Seudónimo de Lucilia Godoy
(Vicuña, Chile, 1889-Nueva York, EE.UU., 1957)


DESOLACIÓN

La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola cae salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.

El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir inmensos ocasos dolorosos.

¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos!

Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras donde no están los que son míos;
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos.

Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta.

Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no cuento los instantes,
porque la noche larga ahora tan sólo empieza.

Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales;
¡siempre será su albura bajando de los cielos!

Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiado.
***
EL REPARTO

Si me ponen al costado
la ciega de nacimiento,
le diré, bajo, bajito,
con la voz llena de polvo:
-Hermana, toma mis ojos.

¿Ojos? ¿para qué preciso
arriba y llena de lumbres?
En mi patria he de llevar
todo el cuerpo hecho pupila,
espejo devolvedor
ancha pupila sin párpados.

Iré yo a campo traviesa
con los ojos en las manos
y las dos manos dichosas
deletreando lo no visto
nombrando lo adivinado.

Tome otra mis rodillas
si las suyas se quedaron
trabadas y empedernidas
por las nieves o la escarcha.

Otra tómeme los brazos
si es que se los rebanaron.
Y otras tomen mis sentidos.
Con su sed y con su hambre.

Acabe así, consumada
repartida como hogaza
lanzada a sur o a norte
no seré nunca más una.

Será mi aligeramiento
como un apear de ramas
que me abajan y descargan
de mí misma, como de árbol.

¡Ah, respiro, ay dulce pago,
vertical descendimiento!
***
EL PENSADOR DE RODIN
A Laura Rodig

Con el mentón caído sobre la mano ruda,
el Pensador se acuerda que es carne de la huesa,
carne fatal, delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte, y tembló de belleza.

Y tembló de amor, toda su primavera ardiente,
y ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza.
El "de morir tenemos" pasa sobre su frente,
en todo agudo bronce, cuando la noche empieza.

Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores.
Cada surco en la carne se llena de terrores.
Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte

que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido
de sol en la llanura, ni león de flanco herido,
crispados como este hombre que medita en la muerte.

***
TRES ÁRBOLES

Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan,
apretados de amor, como tres ciegos.

El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!

Uno, torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.

El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas. Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!
***
LA FUGA

Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea
siempre, para alcanzar el otro monte;
y en el que sigue estás tú vagamente,
pero siempre hay otro monte redondo
que circundar, para pagar el paso
al monte de tu gozo y de mi gozo.

Mas, a trechos tú misma vas haciendo
el camino de juegos y de expolios.
Vamos las dos sintiéndonos, sabiéndonos,
mas no podemos vernos en los ojos,
y no podemos trocarnos palabra,
cual la Eurídice y el Orfeo solos,
las dos cumpliendo un voto o un castigo,
ambas con pies y con acento rotos.

Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
y amoroso a la vez, como pobre hijo
galeoto a su padre galeoto,
y hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros.

Y otras veces ni estás cerro adelante,
ni vas conmigo, ni vas en mi soplo:
te has disuelto con niebla en las montañas,
te has cedido al paisaje cardenoso.
Y me das unas voces de sarcasmo
desde tres puntos, y en dolor me rompo,
porque mi cuerpo es uno, el que me diste,
y tú eres un agua de cien ojos,
y eres un paisaje de mil brazos,
nunca más lo que son los amorosos:
un pecho vivo sobre un pecho vivo,
nudo de bronce ablandado en sollozo.

Y nunca estamos, nunca nos quedamos,
como dicen que quedan los gloriosos,
delante de su Dios, en dos anillos
de luz o en dos medallones absortos,
ensartados en un rayo de gloria
o acostados en un cauce de oro.

O te busco, y no sabes que te busco,
o vas conmigo, y no te veo el rostro;
o vas en mí por terrible convenio;
sin responderme con tu cuerpo sordo,
siempre por el rosario de los cerros,
que cobran sangre para entregar gozo,
y hacen danzar en torno a cada uno,
¡hasta el momento de la sien ardiendo,
del cascabel de la antigua demencia
y de la trampa en el vórtice rojo!
****
Una carta

La continúo. Iba una breve, en relación con mi kilométrico escribir.
Le empiezo a mandar los versos de mi librejo. Lo que me diga que elimine, lo eliminaré. Nadie está más desorientada que yo sobre lo que hago.
Parte del libro será de prosa. Me parece la mía muy amanerada, con algo de las muchachas siúticas. En el verso suelo obtener sencillez. Ese Himno Cuotidiano es un balbuceo. Se hizo hace mucho tiempo. Descanso en que me dirá verdad. Querrá Ud. evitarme el ridículo, que arrojado sobre una maestra es más lamentable que en otro caso cualquiera. Observará Ud. por ahí las dos cosas que luchan en mí: el amor a la forma y el amor a la idea. Este me ha vencido y así prefiero mi "Himno al árbol", que es un sermón rimado, la exposición de mi ideal de perfección, a mi "Angel Guardián"y a otras cosas finas. El niño arroja todo el encaje de la frase y coge vigorosamente el pensamiento. Lanzado este libro que ha sido mi razón de vivir con mi madre, en el año que se fue y a medio hacer ya el otro, ¿para qué voy a vivir si mi madre se me va? Yo sé que no sólo nadie me quiere, sino que nadie me querrá jamás. Cristo mío que me ves escribir, Tú me darás una nueva razón de existir porque, Tú lo sabes, hay días en que el llamado de las tumbas es demasiado vigoroso para no oírlo.
Espero su carta certificada. ¿Me traerá calor al corazón? Hoy lo tengo frío y triste, aunque hay sobre mí un cielo como para cobijar seres felices. Que esté muy sano.
¿Se acuerda de mi oración de ayer? Yo pedía querer plácidamente; no pedir nada, no poner carne senadora al colmillo de los celos. ¡Si yo pidiera siempre! He tenido hoy un día único; es un día de los de antes, de los de 1913 y parte de 914. En este estado de ánimo deberían contarme todos sus amores. No me sacarían una gota de sangre. He preparado mis clases, hice cuatro estrofas, contesté siete cartas y dos oficios, me he cansado, pero no de ese cansancio que hace sufrir. El corazón no me ha dolido. En suma: un hechizo, pero un buen hechizo. Cristo mío que me miras escribir, dame muchos días así. Empezaré mis clases sólo el 21. Gustosamente le escribiría todos los días, pero temo mucho cansarlo, Manuel. ¿Va mejorando? ¿Le ha vuelto tos y dolor de espalda? Suelo yo usar una fricción para este dolor y es infalible. Si arreglo sola mi encomienda de libros le pondría un frasco. Si me la arreglan no, porque daría margen a bromas. Me pasa algo curioso con Ud., yo no sé hacer remedios, no los he hecho nunca -a nadie y he aquí que sueño con hacérselos a Ud. Soñé una vez poniéndole unas franelas sobre el pecho. Otra vez,... Pero para qué le cuento niñerías? En una muchacha serían adorables; en mí, no. A propósito: le oí recitar a Lambrina en Concepción la "Cantiga de otoño" de Ric. León: ¡Qué tarde, amor, a mi heredad viniste!, y lloré mucho. ¿Verdad que tenía razón? Voy a rezar y luego me dormiré. ¿Sabe? Mi Angel Guardián está tomando las facciones suyas. Es peligroso... Buenas noches, Manuel.

Su L.
25 de Febr.
**
En: -Cartas de amor de Gabriela Mistral. Sergio Fernández Larraín (comp. y notas). Santiago, Ed. Andrés Bello, 1978.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué lindo Irena; uno de los primeros recuerdos de palabras que tengo son los versos Corderito mío, suavidad callada/mi pecho es tu gruta de musgo afelpada... de Gabriela Mistral que me leía mi mamá cuando era chico, de su libro de papel biblia de Obras completas de Biblioteca Premios Nobel. Qué lindo. Julián.

Irene Gruss dijo...

Con mamis así...; gracias, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char