sábado, 13 de febrero de 2010

Piedad, no sea yo, sin voces y figura


SALVATORE QUASIMODO
(Italia, 1901–1968)



Un arco abierto

El ocaso se fragmenta en la tierra
con trueno de humo y el pequeño búho
marca el tú, dice sólo
el silencio. Las islas altas, oscuras
aplastan el mar, en la playa
la noche entra en las conchas.
Y tú mides el futuro, el principio
que no queda, divides con lenta
fractura la suma de un tiempo ya ausente.
Como la espuma se ciñe
a las rocas, pierdes el sentido del escurrir
impasible de la destrucción.
No sabe la muerte mientras muere
del canto cerrado del búho, intenta en torno
su caza de amor, continúa
un arco abierto, revela su
soledad. Alguien vendrá.

Un arco aperto. La sera si frantuma nella terra / con tuono di fumo e l’assiolo / batte il tu, dice solo / il silenzio. Le isole alte, scure / schiacciano il mare, sulla spiaggia / la notte entra nelle conchiglie. / E tu misuri il futuro, il principio / che non rimane, dividi con lenta / frattura la somma di un tempo già assente. / Come la schiuma s’avvinghia / ai sassi, perdi il senso dello scorrere / impassibile della distruzione. / Non sa la morte mentre muore / il canto chiuso del chiú, tenta intorno / la sua caccia d’amore, continua / un arco aperto, rivela la sua / solitudine. Qualcuno verrá.
***
Convalecencia

Siento amor convertirse en otra muerte
ignota para mí, pero más lenta,
que a menudo me empuja hacia sus formas.

Abandono de alga:
me busco en los oscuros acordes
de profundos despertares
en orillas densas de cielo.

El viento se injerta
dócil en mi sangre,
y es ya voz y naufragio,
manos que renacen:

manos entrelazadas o palma con palma unidas
en distendida renuncia.

Tiene miedo de ti
el corazón seco y doliente,
infancia imposeída.

Versión de Carlo Fabretti
***
Visible, invisible

Visible, invisible
el carretero en el horizonte
entre los brazos del camino llama
contesta a la voz de las islas.
Tampoco yo voy a la deriva,
en torno gira el mundo, leo
mi historia como guardián nocturno
en las horas de lluvia. El secreto tiene márgenes
felices, estratagemas, atracciones difíciles.
Mi vida, habitantes crueles y sonrientes
de mis caminos, de mis paisajes,
no tiene manijas en las puertas.
No me preparo para la muerte,
conozco el principio de las cosas,
el fin es una superficie por la que viaja
el invasor de mi sombra.
Yo no conozco las sombras.

Versión de Carlo Fabretti
***
Canto de Apolo

Noche terrenal, en tu exiguo fuego
me complací alguna vez
y descendí entre los mortales.

Y vi al hombre
inclinado sobre el regazo de la amada
escuchándose nacer,
y transformarse entregado a la tierra,
las manos juntas,
abrazados los ojos y la mente.

Yo amaba. Frías eran las manos
de la criatura nocturna:
otros terrores acogía en el vasto lecho
donde al alba me despertó
un aleteo de palomas.

Luego el viento depositó hojas
sobre su cuerpo inmóvil;
se alzaron sombrías las aguas en los mares.

Amor mío, yo aquí me aflijo
sin muerte, solo.

Versión de Carlo Fabretti
***
Garza muerta

En el pantano caliente, clavada en el limo,
querida por los insectos, me duele
una garza muerta.

Yo me devoro en luz y sonido;
derrotado, en ecos escuálidos,
de tiempo en tiempo gime un soplo
olvidado.

Piedad, no sea yo,
sin voces y figura,
en la memoria un día.

Airone. Nella palude calda confitto al limo, / caro agli insetti, in me dolora / un airone morto. // Io mi divoro in luce e suono; / battuto in echi squallidi / da tempo a tempo geme un soffio / dimenticato. / Pietá, ch’io non sia / senza voci e figure / nella memoria un giorno.
***

Ríe la urraca, negra sobre los naranjos
Tal vez es un signo verdadero de la vida:
en torno a mí muchachos con ligeros
movimientos de cabeza danzan en un juego
de cadencias y de voces a lo largo del prado
de la iglesia. Piedad del ocaso, sombras,
reencendidas sobre la hierba tan verde,
bellísimas al fuego de la luna.
Memoria os concede breve sueño;
ahora, despertaos. He aquí que cruje el pozo
con la primera marea. Esta es la hora:
no más mía, abrazados, remotos simulacros.
Y tú, viento del sur, fuerte de azahares,
empuja la luna adonde desnudos duermen
muchachos, fuerza al potro sobre los campos
húmedos de pisadas de yeguas, abre
el mar, levanta las nubes de los árboles:
ya la garza se adelanta hacia el agua
y husmea lenta el barro entre las espinas,
ríe la urraca, negra sobre los naranjos.

Ride la gazza, nera sugli aranci. Forse è un segno vero della vita: / intorno a me fanciulli con leggeri / moti del capo danzano in un gioco / di cadenze e di voci lungo il prato / della chiesa. Pietà della sera, ombre / riaccese sopra l’erba cosí verde, / bellisime nel fuoco della luna! / Memoria vi concede breve sonno; / ora, destatevi. Ecco, scroscia il pozzo / per la prima marea. Questa è l’ora: / non più mia, arsi, remoti simulacri. / E tu vento del sud forte di zàgare, / spingi la luna dove nudi dormono / fanciulli, forza il puledro sui campi /umidi d’orme di cavalle, apri / il mare, alza le nuvole dagli alberi: / giá l’airone s’avanza verso l’acqua / e fiuta lento il fango tra le spine, / ride la gazza, nera sugli aranci.
***
Y de repente la noche

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de repente la noche.

Ed è Subito Sera. Ognuno sta solo sul cuor della terra / trafitto da un raggio di sole: / ed è subito sera.
**
Traducción de Teódulo López Meléndez

2 comentarios:

hugo luna dijo...

q bueno Irene!!! maravilloso post... gracias...
un saludo, h

Irene Gruss dijo...

Sí, me hacía falta. Gracias, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char