lunes, 19 de diciembre de 2011

¡Perdón, Abelardo!

Por eso que una llama compulsión, y que no es otra cosa que irresponsabilidad, copié del blog blogdepapelesblancos.blogspot.com sin mirar el copete que cito: "'Acerca de El cruce del Aqueronte - Mario Capasso. En el cuento El cruce del Aqueronte, de Abelardo Castillo, el personaje escribe una carta. El texto de la misma no se da a conocer. Una posibilidad es la siguiente'"; y seguí copiando el texto apócrifo, si es ésta la palabra, que publiqué ayer.
Por suerte, entre los lectores de mi blog hay amigos vigías como Susana Tosso, quien se dio cuenta del asunto y le avisó a Abelardo, quien a su vez me puso en caja con toda razón. En el cuento de Abelardo Castillo, incluido hace años en su novela El que tiene sed, el personaje Esteban Espósito no sólo no le pide disculpas a Mara por haberla traicionado sino todo lo contrario, esto es, que no hay carta explícita alguna y, si la hubiera, Esteban Espósito le diría, por lo menos, que él es un reverendo hijo de puta, que no la quiere, etc., como corresponde.
En fin, pido disculpas una vez más al autor y a los lectores. Vaya a modo de enmienda lo que sigue: 
ABELARDO CASTILLO
(San Pedro, Prov. de Buenos Aires, Argentina, 1935)

De Triste Le Ville
(fragmento)


Pensaba en la muerte. Habitualmente pensaba en la muerte. Y no hay nada de contradictorio en que esta idea se tejiera en la trama de mi alegría. Nunca temí morir, me daba miedo estar solo. Morir, el acto de morir no tiene en sí mismo ninguna grandeza, nada de misterioso o terrible. Es la muerte, el estar muerto, lo que aún me parece incalculable. Lo mismo que el sueño, ese fragmento del morir que nos mata cada noche, lo mismo que los sueños durante el sueño, yo pensaba que la muerte podía ser dulce como las imágenes de un pájaro dormido, o espantosa como las formas que se mueven en las pesadillas de un loco. Y así como ningún hombre sueña el sueño de un vecino, cada uno se perpetúa en su propia muerte: en la que se merece. El infierno y el cielo no son otra ilusión.
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Foto: tomada de facebok

2 comentarios:

hugo luna dijo...

lo escuché leer este cuento... en rosario... si

Irene Gruss dijo...

Es parte, hace tiempo, de la novela "El que tiene sed", si no me equivoco. Gracias, Hugo; Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char