jueves, 8 de septiembre de 2011

Lloremos. ¡Ah! Lloremos purificantes lágrimas

Una entrevista a OLIVERIO GIRONDO

Por Laura Navarro

Quería que mi ensayo fuera una entrevista a un escritor argentino. Cuando estaba abocada a la tarea de selección del autor, leí unos poemas que me facilitaron la decisión: sería Oliverio Girondo.
Sentí que necesitaba saber más, que esas poesías solas no alcanzaban; una nueva mirada al mundo llegaba hasta mí y no me era ajena.
Salí a buscar al autor, pero ya no estaba, había llegadotarde a mi vida. Pero permanecía su obra y por ello, superando la desilusión inicial, decidí continuar en el empeño: haría la entrevista. Encontraría las respuestas en las palabras de Oliverio Girondo, es decir, en su propia obra; y he aquí el resultado.

P: Usted ha escrito que las distancias se han acortado tanto que la ausencia y la nostalgia han perdido su sentido. ¿Acaso ha quedado un espacio para la poesía?
R: Segura de saber dónde se hospeda la poesía, existe siempre una multitud impaciente y apresurada que corre en su busca pero, al llegar donde le han dicho que se aloja y preguntar por ella, invariablemente se le contesta: Se ha mudado. La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta.

P: Pero entonces, ¿qué los mueve a escribir?
R: Aunque ellos mismos lo ignoren, ningún creador escribe para los otros, ni para sí mismo, ni mucho menos, para satisfacer un anhelo de creación, sino porque no puede dejar de escribir.
Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos, a ser siempre distintos, a renovarnos en cada poema, pero a medida que se acumulan y forman nuestra escueta o frondosa producción, debemos reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos escrito un solo y único poema.

P: No obstante, al leer su obra nos sorprende la variedad de temas, como si todo le sirviera de materia poética, los grandes temas humanos y la vida cotidiana. Cabe luego la pregunta: ¿cómo surgen sus poemas?
R: A veces los nervios se destemplan… Se pierde el coraje de continuar sin hacer nada… Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda. Lo que sucede entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma en oficio.

P: Y seguramente el oficio lo impulsa a publicar…
R: ¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores publican 1.071% veces más de lo que debieran publicar?
Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y pensar. Hasta que uno contesta a la insinuación de algún amigo apocalíptico e inexorable…

P: ¡Amigo al que sus lectores estamos muy agradecidos! Por otra parte la crítica…
R: No hay crítico comparable al cajón de nuestro escritorio. ¡El Arte es el peor enemigo del arte! Un fetiche ante el que ofician, arrodillados, quienes no son artistas. Los críticos olvidan, con demasiada frecuencia, que una cosa es cacarear; otra, poner el huevo. ¡La opinión que se tendrá de nosotros cuando sólo quede de nosotros lo que perdura de la vieja China o del viejo Egipto!

P: Sin embargo, la dureza de sus palabras no condice con la ternura y la piedad hacia los otros que se ve reflejada en su obra. Esta aparente contradicción me lleva a preguntarle: ¿cómo es en realidad Oliverio Girondo?
R: Yo no tengo una personalidad; yo soy un cóctel, un conglomerado, una manifestación de personalidades. Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona…

P: Una vez más está haciendo alarde de su humor y de su inagotable energía; los mismos que emplea al describir su comunión con la naturaleza. Realmente, ¿siente que somos parte de una totalidad cósmica?
R: La certidumbre del origen común de las especies fortalece tanto nuestra memoria que el límite de los reinos desaparece y nos sentimos tan cerca de los herbívoros como de los cristalizados o de los farináceos. Siete, setenta o setecientas generaciones terminan por parecernos lo mismo, y (aunque las apariencias sean distintas) nos damos cuenta de que tenemos tanto de camello como de zanahoria.

El mármol, los caballos tienen mis propias venas.
Cualquier dolor lastima mi carne, mi esqueleto.
Si diviso una nube debo emprender el vuelo.
Cuántas veces me he dicho: ¿Seré yo esa piedra?
Nunca sigo un cadáver sin quedarme a su lado.
Basta que alguien me piense para ser un recuerdo.

P: Tal vez esa consustanciación con la naturaleza le haya permitido captar el estado actual del mundo: degradado por las miserias humanas; de ser así, ¿qué nos pasó, cómo se llegó a esa degradación?
R: Nos sedujo lo infecto, la opinión clamorosa de las cloacas. Y aquí estamos: exangües, más pálidos que nunca; como tibios pescados corrompidos por tanto mercader y ruido muerto; como mustias acelgas digeridas por la preocupación y la dispepsia.
Desolados engendros del azar y el hastío, con la carne exprimida por los bancos de estuco y tripas de oro… que los llevan al hambre, a empeñar la esperanza, a vender los ovarios, a cortar en pedazos a sus adoradas madres, a ingerir los infundios que pregonan las lámparas, los hilos tartamudos, los babosos escuerzos que tienen la palabra, y hablan, hablan, hablan…

P: Parecen las palabras de un hombre cansado.
R: ¡Sí! Cansado de usar un solo bazo, dos labios, veinte dedos, no sé cuántas palabras, no sé cuántos recuerdos, grisáceos, fragmentados. Y de los replanteos y recontradicciones y reconsentimientos sin o con sentimiento cansado… cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos de tanto errante y queja quena y desatino tísico… simplemente cansado del cansancio del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento y al silencio… como si ya no fuese bastante deprimente saber que sólo somos un pálido excremento del amor, de la muerte.

P: Entonces, frente al dolor existencial y la inexorable finitud, ¿sólo nos queda la muerte para huir de esa realidad? ¿Cuál es su relación con la muerte?
R: No la conozco. No quiero conocerla. Me repugna lo hueco, la afición al misterio, el culto a la ceniza, a cuanto se disgrega. Jamás he mantenido contacto con lo inerte. Si de algo he renegado es de la indiferencia. No aspiro a transmutarme, ni me tienta el reposo. Todavía me intrigan el absurdo, la gracia. No estoy para lo inmóvil, para lo inhabitado. Cuando venga a buscarme, díganle: «Se ha mudado».

P: Pero, maestro, pese al cansancio y el escepticismo, parece que su pasión y ansiedad por el mundo permanecen intactas, que aún tiene esperanzas…
R: Ya sé que todavía pasarán muchos años para que estos crustáceos del asfalto y la mugre se limpien la cabeza y abandonen su costra de opresión, de ceguera, de mezquindad, de bosta. Pero, quizás, un día, antes de que la tierra se canse de atraernos y brindarnos su seno, el cerebro les sirva para sentirse humanos… y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas se encuentran en nosotros y no bajo la tierra. ¡Ah! Ese día… guardaremos silencio para tomar el pulso a todo lo que existe y vivir el milagro de cuanto nos rodea, mientras alguien nos diga, con una voz de roble, lo que desde hace siglos esperamos en vano.

P: ¿Y mientras tanto?
R: Y entretanto lloremos tomados de la mano.
Lloremos. ¡Ah! Lloremos purificantes lágrimas,
hasta ver disolverse el odio, la mentira, y lograr
algún día —sin los ojos lluviosos— volver a sonreírle
a la vida que pasa.
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Tomado de http://balconcillos.com/wp/entrevistas/a-girondo

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char