sábado, 18 de abril de 2009

La mentira de la luz


Algunos poemas de GUILLERMO PIRO
(Buenos Aires, 1960)

Minucioso el trato que el ojo da al medio.
Debe existir otra técnica de ataque, otra manera.
***

Mirada sin lentes, al despertarme. Con ella
observo, por ejemplo, sobre la mesa, a un conejo
gris, inmóvil. Trato, primero haciendo uso de mi
paciencia adormilada, desprotegida, de determinar
qué es eso. Qué. (Ni por medio segundo creo
en la presencia del conejo; recurro entonces
a la memoria: ¿qué dejé anoche, antes de acostarme,
sobre la mesa, de color gris? (además ¿cómo creer
en el conejo, por dónde podría haber entrado?)).
Luego recurro a enumerar objetos al azar y abandono
este intento cuando los objetos que nombro
no me pertenecen ahora (considero, por ejemplo,
un pullóver gris que hace tiempo he perdido)
o no me han pertenecido nunca (el pantalón
gris de mi padre) hasta llegar el momento en que,
bajo la lupa revolucionaria del descontrol,
comienzo el citaje de elementos de delirio.

De allí al conejo hay un solo paso.

Lo doy. Digo: conejo. Momento de abandonar
el cómodo lugar de mi cama y ver de cerca
qué es eso. Es una camisa, gris por la escasa luz
que entra por la ventana, verde por la que refleja
(en realidad, a primera vista cercana, distingo
la camisa no por el color sino por la camisa). La
apariencia de conejo se consigue gracias al fondo
y al adentro: una veta de madera, pintura salida,
una miopía. Luego, de vuelta a mi sitio, me resulta
imposible volver a ver al conejo.

Como se ve, aquí también la atención está dada
por el engaño. La mentira de la luz es lo que atrae
a la mirada. La verdad de la luz es el negro y
cuando lo vemos nos dormimos.

***

Visión del horizonte. Contraste. Terquedad
del ojo.

Mi cabeza inclinada, no me permite observar
la línea horizontal cruzando mi ojo verticalmente.
De mágica manera, como si el globo ocular
estuviera suspendido, el horizonte siempre conserva
su horizontalidad, su plano. Sin embargo,
pasado un punto, la línea horizontal se verticaliza,
se oblicúa. El ojo no lo resiste.

Vencido por las apariencias.

Yo, que me creía portador de una habilidad
envidiable.

De La golosina caníbal
Último Reino, Buenos Aires, 1988
***
En la vida activa
es susceptible de tensarse y endurecerse
del mismo modo que es capaz
de modelar un objeto y animarlo a placer.
Esta inclinación por el trabajo ha dejado
señales en la palma
donde se leen las huellas
de nuestra vida en otros lugares.
***
No son gemelas pasivamente idénticas
pero tampoco se distinguen.
Una es más apta para cualquier habilidad.
La otra es sierva adormecida
por la monótona practica
de los trabajos más duros-
no creo en absoluto en la eminente
dignidad de mi mano izquierda.
Sin la derecha su soledad sería intolerable
la existencia una viña estéril.
Ella señala el lado malo de la vida
es ella la que encuentra al muerto
la que señala el huracán que se avecina
y puede con entrenamiento
cumplir con todos los deberes de la otra-
hecha como ella.
Si renuncia a sus aptitudes
es para ayudarla.

De Estudio de manos
***
Los diez centavos VLADIMIR Nabokov se juzgaba a sí mismo como un "minusválido social", un "pésimo causeur"; aborrecía las entrevistas, las conferencias, las reuniones mundanas. Una vez la revista Selecciones del Reader`s Digest le planteó la siguiente pregunta: "¿Tiene el escritor una responsabilidad social?", y le ofreció 200 dólares por una respuesta de dos mil palabras. Nabokov respondió: "No. Me deben diez centavos".

De Guillermo Hotel (Aurelialibros, 2008).

1 comentario:

staff dijo...

Qué bueno. Estudio de manos me gusta muuucho. Salud Irena, J.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char