viernes, 8 de julio de 2011

El insomnio que brilla con los grillos

GABRIEL ROEL
(Buenos Aires, Argentina, 1971)


OLIVA
La herencia es un plato de guiso.
El emprolije pueblerino en provincia.
Las gradas que un manojo de manos desbarata.
Y un racimo de uvas.
Limpia el aura de albas, lo regido,
insiste en petición, pasión,
que ninguna escualo borra lisonjero.
Apetito, terraza, sedimento herradura de la noche.
Sed que no mencionó el sur que encabalgó los relojes.
Lectio que antes de unir el nombre con la friega,
fundió lo édito en lo póstumo, el dequeísmo y la zozobra.
Tiempo jamás esclavo de las temporadas, de los frutos.
Puerto de marina. Barra del mar del arte de narrar
que ensilla la sirena y lo libera a su sombra de silencio.
Nadie atará las aguas con los nudos de Abraham.
Tesoro que desaira. Arruina lo solemne en fresca hierba.
Despabila de infatuados e impostores.
Vehemencia que no barre lo incauto es belleza.
Argucia en lo salvaje de las nervaduras; el versos, lo anacrónico.
Absoluto en porfía del plato de lentejas.
***
INCHAUSPE

Pernocta, lo que merodea y, no concibe, otra palabra
para los enigmas y alcanza el hondo búho.
La distancia que dista en lo supuesto.
Orígenes, ombligo y confín de la estrella.
Tanta belleza lo fugaz de lumbre.
El insomnio que brilla con los grillos.
Y no renuncia al musgo ni a su canto.
Arena en las pupilas que enciende el sol de noche.
***
TIENDA SAER

Nada que la ciudad intuya en sed
que soporte papel y que intimide
lo virtual es el texto donde cuerpo
súbito y suyo el insuflar del sino.
El corrugado óxido, destino,
del pasar de las horas -es impura
la involuntad en su borrasca-
supuesto sin su cría de leonas.
Siesta que empuebla polvo la Solapa
luego de los andenes y del yute
silos de retumbar cañaverales
sombra de ceño en viejo de la bolsa.
El río nada cruza gentilicios
marabunta de artículos de ripio
follaje de ladridos: intemperie.
Nada que Serodino nunca rumie.


Del libro inédito Faro de lino, cortesía del autor.
Foto: tomada de cuadernosinitlabor.blogspot.com

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char