lunes, 13 de junio de 2011

La guadaña de la aurora ha enmudecido

POEMAS DE SERGUEI ESENIN
(Rusia, 1895-1925)

El otoño

Hay calma en el enebral espeso.
El otoño, potro taheño, peina su crin;
sobre la orilla del río suena
el retín azul de sus herraduras.
El viento, ermitaño de paso cauteloso,
aplasta la hojarasca en el camino
y en una mata de serbal besa
las llagas rojas de un Cristo invisible.

Trad. de José Fernández Sánchez
***
No todos saben cantar,
no todos pueden ser manzana
y rodar a los pies de los demás.

Esta es la suprema confesión
que puede hacer un granuja.

Ando intencionalmente despeinado
con la cabeza como una lámpara a petróleo.
Me gusta iluminar entre tinieblas
el deshojado otoño de vuestras almas.
Me gusta cuando las piedras de los insultos
vuelan hacia mí, como el granizo de una eructante tempestad.
Entonces sólo oprimo con más fuerzas
la pompa oscilante de mis cabellos.

Con cuánto cariño recuerdo
el estanque invadido por la hierba y el ronco tañido del aliso,
y que en algún lugar viven mi padre y mi madre,
a quienes todos mis versos no les importan un comino,
pero que me aman como al campo y a su propia sangre,
como a la llovizna que en primavera mulle los brotes.
Ellos les clavarían a ustedes sus horquetas
por cada injuria que lanzan sobre mí.

¡Pobres, pobres campesinos!
Seguramente ya están feos y viejos
y aún temen a Dios y las ánimas del pantano.
¡Oh, si pudieran entender
que su hijo
es el mejor poeta de Rusia!
¿Acaso sus corazones no se helaban
cuando sus pies desnudos tocaban los charcos del otoño?
Ahora anda con sombrero de copa
y zapatos de charol.

Pero vive en él, con ímpetus de antaño,
el mismo aldeano travieso.
Desde lejos saluda con reverencias
a las vacas pintadas en los letreros de las carnicerías,
y cuando se cruza con los coches de la plaza
recuerda el olor del estiércol en los campos natales
y está dispuesto a levantar la cola de cada caballo
como la cola de un traje de novia.

Amo mi patria.
¡Amo inmensamente a mi patria!
Aunque exista en ella la tristeza y la herrumbre de los sauces.
Me gustan los hocicos fangosos de los cerdos
y las voces estridentes de los sapos en el silencio nocturno.
Estoy enfermo de recuerdos de infancia.
Sueño con la humedad y la niebla de las tardes de abril.
Como queriendo entibiarse
nuestro arce se encuclilló ante la fogata del ocaso.
¡Cuántos huevos robé de los nidos de las comadrejas
trepando de rama en rama!
¿Será el mismo con su cima verde?
¿Será como antes tan dura su corteza?

¿Y tú, mi querido,
mi fiel perro overo?
La vejez te ha puesto gruñón y ciego
y vagas por el patio arrastrando tu cola caída,
tu olfato ya no distingue el establo de la casa.
Cuán queridas me son aquellas travesuras
cuando hurtaba pan a mi madre
y lo mordíamos por turno
sin sentir asco uno del otro.

Soy el mismo de antes
y mi corazón es el mismo.
Los ojos florecen en el rostro como azulíes en el centeno,
y al extender las esteras doradas de mis versos
quisiera decirles mis palabras más tiernas.

¡Buenas noches!
¡Buenas noches a todos!
La guadaña de la aurora ha enmudecido
sobre la hierba del crepúsculo...
Siento unas ganas enormes
de mear la luna desde la ventana.

¡Luz azul! ¡Es tan azul la luz!
En este azul ni siquiera morir importa.
¡Qué me importa parecer un cínico
con un farol colgando del trasero!
Mi viejo, buen y derrengado Pegaso,
¿acaso necesito de tu trote apacible?
He llegado como un amo severo
a cantar y glorificar las ratas.
Mi cabezota, como agosto,
vierte el vino burbujeante de los cabellos.

Quiero ser el velero amarillo
que va hacia el país adonde todos navegamos.

Traducción directa del ruso de Gabriel Barra
Versión poética de Gabriel Barra y Jorge Teillier
***

Soy el último poeta de la aldea,
mis cantos son humildes como un puente de madera
Asisto a la misa final entre abedules
que inciensan el aire con sus hojas.

Se extinguirá la dorada llama
de este cirio de cera humana
y el remoto reloj de la Luna
gruñirá mi postrer campanada.

Pronto saldrá el huésped de hierro
al sendero del campo azul,
sus negras manos recogerán
la avena derramada por la aurora.

¡Muertas manos, palmas extrañas,
no vivirán entre vosotras mis canciones!
Solo los corceles de las espigas
llorarán por los viejos amos.

El viento acallará sus relinchos
mientras baila la danza del adiós...
Y el remoto reloj de la Luna
gruñirá mi postrer campanada.

Traducción de Jorge Teillier
***
Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto,
querido mío, te llevo en el corazón.
La separación predestinada
promete un nuevo encuentro.
Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras,
no te entristezcas ni frunzas el ceño.
En esta vida el morir no es nuevo
y el vivir, por supuesto, no lo es.

1 comentario:

soylauraO dijo...

Qué inseguridad de pueblo cuando no se reconoce que un hijo puede trascender sin dejar de amar. Cuánto miedo a enfrentarse con alguien que se atreve a crecer sin olvidar y demuestra que es necesario romper lo predispuesto, lo seguro, para superarse; pero, sobre todo demuestra que,en el oficio que ejerza, cualquiera hubiera podido hacerlo.
¿Acaso sus corazones no se helaban cuando sus pies desnudos tocaban los charcos del otoño?
http://enfugayremolino.blogspot.com/

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char