sábado, 12 de febrero de 2011

No era el animal lo que giraba

Tomado de autoresdeconcordia.com

Un poema de MARITA BALLA 
(Paraná, Entre Ríos, Argentina, 1974)

Arcano tejido en curvatura
Eros da hilo al cabestro tejido de años luz,
brioso cuando el tiempo minúsculo corteja
una leve voladura bajo la curva aérea.

Filtra su llaneza en la palabra y de repente
navega al ras del reino etéreo y fugitivo,
tormenta fértil cuando acude instantánea
para encender mística su orilla, designios
que anida todo o nada en su profundo mar.

Quizás el amor los hace indignos de aquella
vertiente pura donde chispean aún acertijos,
felicidad a medias, poniente de sonrisas,
diagonal de sueños, destinos, talismanes
sembrados todos de eléctricos instantes,
pasión que sólo dibuja aquel lenguaje.

Al aire voltaje alto, vestido mineral,
ardiente, regido por una gran legión
de guerreros con una insignia pura,
bebiéndose del cántaro su agua.

No era el movimiento de un caballo
montando bajo el bullicio sombras,
no, no era el animal lo que giraba
desterrado mezclándose en la luz
comiéndose de ella la mitad.

Eran iguales en bifurcación partida,
evocando la eterna lucidez de inmunes
constelaciones bajo los signos de agua.

Destinados a gozar, ser únicos de especie,
era amor del puro y no otra cosa lo que hacía
el milagro de los dioses pararse sólido frente
al tálamo desnudo del origen, regocijarse
acaso, hubiera sido esto en otro ocaso.

Geografía del deseo, albor de saberse
concretos al calor de aquel fuego sujeto
hacia la gloria, eje templado en espiral,
majestuosa danza de flechas arqueadas
que parecían rugir volcánicas al son
del brillo como un costado humedecido
en el galope izquierdo de un timbal.

2 comentarios:

laveron dijo...

Che, ¡pero qué lindo más lindo, esto!

Gracias, Irene!

laura

Irene Gruss dijo...

Gracias a vos por pasar; mi abrazo, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char