miércoles, 29 de abril de 2009

¡Ay de la casada seca!



Fragmentos de Yerma
de FEDERICO GARCÍA LORCA
(España, 1898-1936)


LAVANDERA 3. Un niño que gime, un hijo.

LAVANDERA 4.
Y los hombres avanzan
como ciervos heridos.

LAVANDERA 5.
¡Alegría, alegría, alegría
del vientre redondo bajo la camisa!

LAVANDERA 2.
¡Alegría, alegría, alegría,
ombligo, cáliz tierno de maravilla!

LAVANDERA I.
¡Pero ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!
(…)

YERMA. Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo. A veces, cuando ya estoy segura de que jamás, jamás..., me sube como una oleada de fuego por los pies y se me quedan vacías todas las cosas, y los hombres que andan por la calle y los toros y las piedras me parecen como cosas de algodón. Y me pregunto: ¿para qué estarán ahí puestos?
VIEJA 1. Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los tiene, ¿por qué ese ansia de ellos? Lo importante de este mundo es dejarse llevar por los años. No te critico. Ya has visto cómo he ayudado a los rezos. Pero, ¿qué vega esperas dar a tu hijo, ni qué felicidad, ni qué silla de plata?
YERMA. Yo no pienso en el mañana; pienso en el hoy. Tú estás vieja y lo ves ya todo como un libro leído. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila y, óyelo bien y no te espantes de lo que te digo, aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón.
VIEJA 1. Eres demasiado joven para oír consejo. Pero, mientras esperas la gracia de Dios, debes ampararte en el amor de tu marido.
YERMA. ¡Ay! Has puesto el dedo en la llaga más honda que tienen mis carnes.
DOLORES. Tu marido es bueno.
YERMA. (Se levanta) ¡Es bueno! ¡Es bueno! ¿Y qué? Ojalá fuera malo. Pero no. Él va con sus ovejas por sus caminos y cuenta el dinero por las noches. Cuando me cubre, cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto, y yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en aquel instante como una montaña de fuego.
(…)

YERMA
El cielo tiene jardines
con rosales de alegría:
entre rosal y rosal,
la rosa de maravilla.

Rayo de aurora parece
y un arcángel la vigila,
las alas como tormentas,
los ojos como agonías.

Alrededor de sus hojas
arroyos de leche tibia
juegan y mojan la cara
de las estrellas tranquilas.

Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita.

(…)

JUAN. También es hora de que yo hable.
YERMA. ¡Habla!
JUAN. Y que me queje.
YERMA. ¿Con qué motivo?
JUAN. Que tengo el amargor en la garganta.
YERMA. Y yo en los huesos.
JUAN. Ha llegado el último minuto de resistir este continuo lamento por cosas oscuras, fuera de la vida, por cosas que están en el aire.
YERMA. (Con asombro dramático.) ¿Fuera de la vida dices? ¿En el aire dices?
JUAN. Por cosas que no han pasado y ni tú ni yo dirigimos.
YERMA. (Violenta.) ¡Sigue! ¡Sigue!
JUAN. Por cosas que a mí no me importan. ¿Lo oyes? Que a mí no me importan. Ya es necesario que te lo diga. A mí me importa lo que tengo entre las manos. Lo que veo por mis ojos.
YERMA. (Incorporándose de rodillas, desesperada.) Así, así. Eso es lo que yo quería oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos! ¡No le importa! ¡Ya lo he oído!
JUAN. (Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La abraza para incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna.
YERMA. ¿Y qué buscabas en mí?
JUAN. A ti misma.
YERMA. (Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada más. ¿Es verdad lo que digo?
JUAN. Es verdad. Como todos.
(…)
JUAN. Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado. ¡Abrázame! (La abraza.)
YERMA. ¿Qué buscas?
JUAN. A ti te busco. Con la luna estás hermosa.
YERMA. Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.
JUAN. Bésame... así.
YERMA. Eso nunca. Nunca. (Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo. Éste cae hacia atrás. Yerma le aprieta la garganta hasta matarlo. Empieza el Coro de la romería.) Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!

TELÓN

2 comentarios:

Neorrabioso dijo...

No creo que fuera en este extracto, pero Borges dejó escrito que fue a ver Yerma y se tuvo que levantar antes de terminar la función.

A mí Yerma me gusta, pero ni comparación con Bodas de sangre, que es la obra lorquiana que más me va.

Abrazos.

Hasta pronto.

Irene Gruss dijo...

Ah, "con un cuchillito que apenas cabía en la mano...". Gracias por la visita, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char