martes, 28 de julio de 2009

Decía: azul encendido


Algunos poemas de LILIANA PONCE
(Buenos Aires, 1950-)



Brillo de lo blanco que encandila (nada ha caído).
Debilitamiento que demuestra que el blanco no engendra.
Otro posibilita todo.

Naturaleza –
(escribo bajo el susurro de una voz que no te ha conocido
huyendo del frío,
riesgo del amanecer, aún desde la aguda negación).

Discontinuo, nunca llamado.
Lugar que ha ocultado el lugar ocupante.
Decía: azul encendido
nada sagrado como ella atravesando la palabra con su cuerpo.

(De Trama continua, Corregidor, 1976)

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Una suave línea de hielo detrás de la barca.
Podría vagar como el cuerpo y la mente,
como la distinción de objetos
saciada en pensamientos nocturnos:
¿mi fragilidad? ¿mi debilidad?

Y andar sobre aquella otra tierra negra, también,
entre trampas de agua y un pie sobre huellas
palpables pero desconocidas,
hasta ver en lo muerto el impulso de la luz,
una fuerza fugitiva hacia el sol o la luna,
un instante impasible opuesto al terror de la conciencia
–vagando el la nave,
antes de que pudiera olvidar,
después que me llevara...

(De Composición, Último Reino, 1984)
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ALEGORÍA DE LA MAÑANA

1

Un rayo de luz, Thomas Carew,
Que aún no comience. Ningún rumor,
El silencio de ausentes detalles,
Un aire desgranado.

No hay todavía tiempo –el sueño suspende el cuerpo en sus lazos
Y él se hunde en el resto de la noche.

El beso áspero e indiferente
vendrá con su con su látigo en el galope de la locura
tan imaginaria como la razón que dice regir,
mientras ella, la anunciadora de la fuerza,
aparece bajo pliegues que crujen suavemente.

Cautela en la hora del pájaro.
Entra también el ángel llevando su cuchillo
y corta en el cuerpo sin sangre
–transforma al doble en el doble de sí.
Un rayo de luz, Thomas Carew.

2

¿Y ese resplandor no está también en la ruina
y la ruina de la memoria atravesada por infinitos deseos de olvido y su negación
–hundir la mirada y alimentar otros sentidos en el espejismo del miedo?

Atrás el viajero bordea las orillas de una tierra cercana vista en otro tiempo
–tanto hecho en lasombra y urdido en la sombra donde prueba la exaltación y la duda.
La servidumbre de la mente es una ley amarga.
El cuerpo es un Leteo ávido de tacto.

3

Suena la hora de la adormidera.
¿Vendrá sobre esta única mañana que, como un alba menor,
asesta dardos de neblina?

Y suenan las seis.
Es la hora de la dormidera,
meciéndome –lo fecundo es sereno, está oculto,
la tierra húmeda, silenciosa.

(De Teoría de la voz y el sueño)
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UN sueño difícil de seguir
-la noche turbulenta tiene
eléctrico resplandor,
punzantes rayos caen sobre el vidrio
del ventanal.
Entraba en mi cuerpo
y de mi cuerpo iba a otro
-serpiente de lengua bífida.
Después de abrirme en los ojos abiertos,
en la sed flotante,
entraba en mi cuerpo
como la materia irreal
y otra vez torpe, perezosa,
tener más sed de olvido
y quietud.
Mi día vaga por la noche
como la casa-palacio
de un rey extinto.
Quiero salir, partir de la trampa.
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2

Dicen que su mirada es contagiosa
-simulacro de idea-,
que cambia la herida por la sangre
y en harapos la ropa, al modo
de lo que lejos es efecto, golpe.
Rompe las ramas.
De hojas de nogal, la forma
ondulada cambia,
las de punta de flecha
por la de árboles de azahar
-la humedad de la flor
como aceite fluye
para extenderse al tacto.
Instrumento del dolor,
sobrevive, y entierra por segunda vez
los huesos de sus sombras.
Dicen que sus manos moldean
en semejanza lo distante
conducidas por el recuerdo,
que es persona y quizá
separada del hilo-yo,
invita al hado a rebelarse.
(de Revista Último Reino, 1995)
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A JORGE GARCÍA SABAL,
In Memoriam

1

Uña de gato sobre suaves pétalos,
hojas de oscuro verde blando.
El olor al cuarto en la oscuridad
no es igual al de la mañana.
Cuarto irreal, pared de ángulos
y sin curvas, la armazón
abierta como esqueleto.
La casa ahora se contrae.

2

La uña de gato crecía bajo
el ventanal,
cuidada por su mano atenta.
Le pareció una flor de rizomas
o arácnida sombra prolongándose
más allá de la mesa desnuda.

El tibio jardín abandonado
no duerme –quiere decir lo que sabe
acechando la respiración.

3

Pasan en silencio aletargadas
las voces muertas de los muertos.
Desde el vidrio resbala el agua
de la lluvia. –La toco
fingiendo ser un cuerpo–
me dice, y se alínea en las sombras,
se aleja.

En la retícula pulcra
de la hoja escribe
y su mano se hace tibia,
como una corriente de sangre animal.

(En Rev. tsétsé n° 5, Buenos Aires, verano 98-99)

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STELLA

Al regresar de la búsqueda
saber que era un viaje
como dentro del agua abrir los ojos

(o alguien que yaciera cegado
por el miedo
se dejara cubrir con arena).

Pájaros que vuelan hacia el oeste,
pájaros que no conoce,
que no sabe reconocer,
en homenaje.

Lava sus manos en el cuenco
–preparación inefable, casi burlesca,
para abrazar el oscuro pedregal de la estatua.

Había vuelto de París
y nada podía decir de la memoria.
Encontró más de sí
y no ser la misma:
le pareció dar vuelta una moneda.
Y encontró a la que era, niña,
en las frases citadas por su padre.

En el Pont Neuf el joven de la capa negra
la saludó como si la conociera.
El agua reverberaba la cariátide
en el gris tembloroso de metal.

Extrañada de la curva que sostenía su sueño
miró alrededor
para proteger el reflejo cautivo
–un ciclo en la vida humana
se separó como la cascarilla del girasol
al viento, a la pared lanzada.

Descansa de la quebradiza luz
esa neblina, la verdadera étoile,
Va y la niega otro lenguaje,
sorbe cada aliento como la oscuridad.
Está entre los muertos sin pena,
entrando en el aserrín alisado, el polvo
de sus palabras en redes de aire.
(En Rev. tsétsé n° 5, Buenos Aires, verano 98-99)
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Una voz como una puerta, como el aliento,
tu fuerza como una noche, como otra noche.

La mente se abre hacia ese canto mitad infierno
–un mundo exacto o vago, el tiempo abandonado.

Decía, leía, repetición de lo visible,
sorda al temor, ciega al misterio.

Recomienzo las pausas que habitan el sol
porque ese momento duplica tu tierra secreta.

Qué gracia incompleta –aun como personas
aparecemos en la vestidura de goce de la piel.

Quemamos piedras para tu alabanza
en el ojo vacío del invierno.

Y ese olvido que extiende las palabras
rescata atributos en las veces del dolor.

Nada exterior tiene pies o raíces
–es esa hora que sucede o se aniquila
hacia la saciedad, la certidumbre.

(De Teoría de la voz y el sueño, tsé-tsé, 2002)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char