viernes, 15 de octubre de 2010

Todo vive porque se opone a algo

Un poco más de FERNANDO PESSOA
(Lisboa, Portugal, 1888-1935)

Alexander Search es uno de los heterónimos que muestran el talante inglés del escritor portugués. Su admirable manera de expresarse tan bien en la lengua extranjera como en la propia. Poco conocidos son, estos con un aire Sherlock Holmes, los cuentos de suspenso como El banquero anarquista y Una cena muy peculiar, ya traducido al español, del mismo modo que las novelas policiacas firmadas por el heterónimo Fernando Pessoa y escritas originalmente en inglés.
Pero Alexander Search es también el vínculo entre los poemas ingleses y las novelas que nos están poniendo al alcance los guardianes de la casa número 18 de la rua coelho da rocha: la temática, si es que de esto hay en la obra completa del poeta, que está siempre presente en los cuentos y las novelas es no el misterio, sino el diablo. Fue Alexander Search, un residente del infierno, quien firmó compromisos con Jacob Satanás, señor, aunque no rey, del mismo lugar en los siguientes términos, según la fecha y los firmantes de este documento:

1. Nunca desalentar ni renunciar al propósito de hacer el bien a la humanidad.
2. Nunca escribir cosas sensuales, o malas en cualquier sentido, que puedan ofender y perjudicar a quien las lea.
3. Nunca olvidar, al atacar a la religión en nombre de la verdad, que la religión difícilmente puede ser sustituida y que el pobre ser humano llora en las tinieblas.
4. Nunca olvidar el sufrimiento y el padecimiento de los hombres.

+ La huella de Satanás.

2 de octubre de 1907
Alexander Search
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De este contrato parece haber resultado el poema Primeiro Fausto, compuesto de tres partes: “La hora del mundo”, “El horror de conocer” y “La falta de amor y placer”. Pero también, una novela que los especialistas dicen que escribió entre los catorce y los dieciséis años, proyectada por otra personalidad inglesa de Pessoa, un tal David Merrik: Devil’s hour, La hora del diablo.
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La hora del Diablo
(fragmento)

Y, con un gesto de gran cansancio y olvidándose de un beso, fue a acostarse.
Su hijo, cuando nació, nació normal de figura, pero no demoró en mostrar que era un hombre de genio. Sus poemas tienen una calidad extraña y lunar. Planea en ellos un deseo de grandes cosas, como de alguien que un día hubiera planeado, en una vida antes de ésta, por sobre todas las ciudades de la Tierra. Recorre sus versos una visión de grandes puentes, inexplicable mediante cualquier experiencia que se le conozca. Y una vez, en un poema escrito casi en sueños, dijo que algo en él había sido tentado, como Cristo, en la gran altura desde donde se ve todo el mundo.
Abajo, a una distancia más que imposible, había, como astros diseminados, grandes manchas de luz: ciudades, sin duda, de la Tierra. El Diablo las señaló.
–Son las grandes ciudades del mundo: aquélla es Londres  —Y señaló una a la distancia, abajo—. Aquélla es Berlín  —Y señaló otra—. Y aquélla, allá, es París. Son manchas de luz en las tinieblas, y nosotros, en este puente, pasamos alto por sobre ellas, peregrinos del misterio y del conocimiento.
(...)
Aquello, querida señora, es el mundo. Fue ahí que, por encargo de Dios, tenté a su hijo, Jesús. Pero no dio resultado, tal como lo esperaba, porque el Hijo era más que el Padre, y estaba en contacto directo con los Superiores Incógnitos de la Orden. Fui una provocación, como se dice en el lenguaje iniciático, y el candidato se portó de una manera excepcional.

–No entiendo muy bien. ¿Fue desde aquí, realmente, que tentó a Jesucristo?
–Sí, sí. Claro que donde ahora hay un valle inmenso había entonces una montaña. En el abismo también hay geologías. Aquí, por donde estamos pasando, había un pináculo. ¡Lo recuerdo perfectamente! El hijo del Hombre me repudió más allá de Dios. Seguí, porque era mi deber, el consejo y la orden de Dios: lo provoqué con todo cuanto había. Si hubiera seguido mi propio consejo lo habría tentado con lo que no puede haber. Tal vez la historia del mundo en general, y la de la religión cristianan en particular, habría sido diferente. ¿Pero qué puede contra la fuerza del Destino, supremo arquitecto de todos los mundos, el Dios providencial que creó a este otro, y yo, un Diablo de distrito que, por negarlo lo sustenta?
—¿Pero cómo es que se puede sustentar una cosa por negarla?
—Es la ley de la vida, señora mía. El cuerpo vive porque se desintegra, sin desintegrarse demasiado. Si no se desintegrara segundo a segundo, sería un mineral. El alma vive porque es perpetuamente tentada, aunque resista. Todo vive porque se opone a algo. Yo soy aquello a lo que todo se opone. Pero, si yo no existiera, nada existiría, porque no habría nada a que oponerse, como la paloma de mi discípulo Kant, que, volando al aire libre, juzga que podría volar mejor en el vacío.
—La música, la luz de la luna y los sueños son mis armas mágicas. Mas por música no debe entenderse sólo aquella que se toca, sino también aquella que queda eternamente por tocar. Y por luz de luna no debe suponerse que se habla sólo de lo que viene de la luna y torna los árboles en grandes perfiles; hay otra luz de luna, que ni el propio sol excluye, y oscurece en pleno día lo que las cosas fingen ser. Sólo los sueños son siempre lo que son. Es el lado de nosotros en que nacemos y en que somos siempre naturales y nuestros.
—Pero, si el mundo es acción, ¿cómo es que el sueño forma parte del mundo?
—Es que el sueño, señora mía, es una acción que se tornó idea y que por eso conserva la fuerza del mundo y le repugna la materia, que es el estar en el espacio. ¿No es verdad que somos libres en el sueño?
—Sí, pero es triste despertar...
—El buen soñador no despierta. Yo nunca desperté.
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Traductora: Rosa Corgateli
Fuente e imagen: lahuesuda.com

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char