jueves, 25 de noviembre de 2010

¡A ti acudan mil ovejas!

Cubierta libro sagrado armenio
Un poema de DANIEL VARUYAN
(Armenia, 1884-1915)


BENDICIÓN

Deja que en tus manos yo derrame
un puñado de trigo, mi valiente hijo,
mi hijo valiente, mi ceñidor.
Que circule la sangre de veinte toros
por tus brazos que empuñan la mancera,
de tu fornidez de pino
se alcen las columnas de veinte casas,
y cuando arrojes la simiente
en número igual a tus dedos,
recojas en número igual al de las estrellas.
Deja que vierta sobre tu testa
un puñado de trigo, mi amado nieto,
mi nieto amado, mi báculo florido.
Sobre tus hombros cargues
el cofre de la sensatez.
Y cuando llegues un día a tu rebaño
con las manos repletas de avena,
¡a ti acudan mil ovejas!
Deja que esparza entre tus cabellos
un puñado de trigo, mi rosada nieta,
mi nieta rosada, guirnalda de mi tumba.
Que cada nueva primavera
luzcan tulipanes en tus mejillas,
un nuevo fulgor a tus pupilas,
y cuando un retoño de sauce plantes,
a su sombra en cada abril te veas
siempre lozana.
Deja que en tu regazo vuelque
un puñado de trigo, mi hermosa nuera,
nuera hermosa, mi amor lejano.
Que en el surco del lecho germine
una espiga entera,
y en la cuna que meces
duerman gloriosas auroras;
y cuando ordeñes cuarenta lecheras,
en las vasijas cámbiense
el calostro en oro y la leche en plata.
¡Ah!, mi esposa, ah, mi Ana,
un puñado de trigo, un puñado de trigo
también se derrame sobre nuestras cabezas,
que no se hiele el sol del otoño,
entre la nieve de nuestros cabellos,
no se apague el cirio de la noche
entre las columnas marmóreas del templo.
y cuando yazgamos mañana en la tumba,
¡Ah!, mi Ana, hagamos más leve la tierra.

Traducción: Esteban Kalaidjian

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char