jueves, 8 de octubre de 2009

El pálido matiz del pensamiento



Teatro
de William Shakespeare

(Inglaterra 1564–1616)

HAMLET
Escena I del Acto III.




Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción. -Pero, alto:
la bella Ofelia. Hermosa, en tus plegarias
recuerda mis pecados.
***
RICARDO III

(traducción p.mairal,
tomado del blog el señor de abajo)


Ahora ya el invierno de nuestra mala suerte
Se convirtió en verano por este sol de York;
Y toda la tormenta que amenazó la casa
Se hundió en la entraña oscura del océano.
Estamos coronados de victoria
Mostrando nuestras armas abolladas;
Ahora las alertas son reuniones de risas,
El canto de batalla se hizo dulces compases.
El guerrero sombrío ya relajó la frente
Y -en vez de montar potros espinosos
Para espantarle el alma al enemigo-
Ahora da saltitos con su amada
Al ritmo lujurioso del laúd.
Y sin embargo yo que no fui hecho
Para esas travesuras deportivas
Ni seduzco al espejo del amor;
Yo que he sido estampado así, grosero,
Y sin ninguna gracia para poder lucirme
Ante una fácil ninfa desenvuelta;
Yo que he sido expulsado de toda proporción,
Que he sido traicionado en estos rasgos
Por la naturaleza engañadora,
Deformado, inconcluso, enviado antes de tiempo
Al mundo que respira, y hecho a medias,
Tan defectuoso y lejos de la moda
Que me ladran los perros si me acerco;
Yo ¡entonces!, en este débil tiempo de flautitas,
Con nada me deleito para pasar el rato
Excepto cuando miro mi sombra bajo el sol
Y pienso sobre mi deformidad.
Ya que entonces no puedo
Convertirme en amante
Para alegrar estos amables días,
Elijo convertirme en un villano
Y odiar los perezosos placeres de este tiempo.
Ya puse la conspiración en marcha
Y todos los manejos peligrosos
Con falsas profecías, cartas, sueños,
Para enfrentar al rey contra mi hermano Clarence
En un odio mortal.
***
Fragmento del monólogo previo y escena de la seducción (extracto) – Acto I – Escena II.

Me casaré entonces con Ana
qué importa que de su marido y su padre
haya sido yo el asesino?
La forma más rápida de calmar a la muchacha
Es volverse su padre y su marido:
Cosa que haré, no tanto por amor,
Como por otra intención secreta y reservada
Que sólo alcanzaré casándome con ella”.
***

Ricardo:
Nunca salió veneno de un sitio tan dulce.
Ana:
Nunca cayó veneno en sapo más inmundo. ¡Fuera de mi vista! Me contagias los ojos.
Ricardo:
Vuestros ojos, bella dama, contagiaron los míos.
Ana:
Ojalá fueran basiliscos para matarte.
Ricardo:
Ojalá que lo fueran para morir al punto
Pues ahora me matan con una muerte en vida.
Estos ojos que nunca derramaron lágrimas de piedad
Ni siquiera cuando mi padre York y Eduardo
Echaron a llorar
Al oír el gemido desgarrador de Rutland (mi hermano menor)
Quebrado por la espada de Clifford, el de rostro sombrío,
Ni cuando tu padre valeroso, como un niño
Relató la triste muerte de mi padre
Y veinte veces se detuvo entre sollozos
Al punto de que todos los presentes mojaron
Sus mejillas, como árboles bañados por la lluvia
En ese tiempo de pesares, mis ojos viriles
Despreciaban siquiera una lágrima humilde,
Y lo que el dolor no pudo hacer brotar en ellos
Lo pudo tu belleza, cegándolos de llanto.
Jamás supliqué a amigo o enemigo.
Mi lengua jamás pudo aprender
Las dulces palabras que apaciguan
Pero hoy tu hermosura es el único premio
Suplica mi orgulloso corazón y me conmina a hablar
(Ella lo mira con desprecio)
No enseñes el desprecio a tus labios
Que fueron hechos para besar, señora,
No para el desdén.
Si tu vengativo corazón no puede perdonar
Mira, aquí te entrego una filosa espada
Y si te place hundirla en este pecho fiel,
Echando al vuelo el alma que te adora,
Desnudo lo ofrezco a su golpe mortal
Y humilde, de rodillas, te suplico la muerte
(Se desnuda el pecho, ella se dispone a herirlo)
No, no te detengas, yo maté al rey Enrique....(suegro de Ana)
Pero fue tu belleza la que me provocó
Vamos, acaba ya: yo apuñalé al joven Eduardo....(marido de Ana)
Pero fue tu rostro celestial mi guía
(Ella deja caer la espada)
Toma la espada una vez más, o tómame a mí.
Ana:
De pie, simulador, aunque tu muerte ansío (Él se pone de pie)
no he de ser tu verdugo.
Ricardo:
Pídeme entonces que me mate y lo haré.
Ana:
Ya lo he hecho.
Ricardo:
Pero enfurecida:
Dilo otra vez y a tu sola palabra.
Esta mano, que por tu amor mató a tu amor
Matará por tu amor a un amor más verdadero:
Cómplice serás de las dos muertes.
Ana:
Ojalá conociera tu corazón.
***

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char