domingo, 17 de octubre de 2010

Pues si alguna vez fui alguien

VERONICA ZONDEK

(Santiago de Chile, Chile, 1953)


EL BESO DE LA MUERTE

Una pequeña torsión de su cuerpo
y ya
está atrapada.
Verdes
lacias
sus escamas relucen
viscosas en el rechoque de dientes.
Una lengua
larga
dividida
penetra
socava hasta infiltrar el vacío
la oquedad oculta entre huesos
el suspiro que sale por el ojo ciego
el inútil deseo cogido entre los pechos
prendida entre el ropaje
el cuello ansioso
la mirada ausente
la trampa ahí
la trampa aquí en la carne tibia
en la mano que acerca el silencio
hasta hacer rendir el pequeño gesto de voluntad.
Miedo
pujo
pasión tremenda
huestes
quejidos
gritos furibundos
satisfacción
y ratonera.

Una vida en manos de la muerte.
***
ELEMENTOS

Un viento en la tembladera del alma
Entró y menguó.
Silencio.
Acaece un silencio
una carpa enorme sobre la mente
una nada sin bruma sobre los pájaros.

Trshhhhhhh………
entra
de cuajo entra
de cuajo arranca
enhebra ojos
ve desalojos
y arrastra al tiempo que abre y cierra.
Clava
clava el cuerpo en alas dementes
afloja lluvias
torrentes enardecidos de costado
truenos que parten el alma denostados
y tú

la danza del vientre en las ramas.
Vuelves
vuelves y te vas
tergiversas
enganchas tu rabia a un ala feroz y grazna el pájaro
grazna
chilla
canta tu rugido
cubre con mantos tibios el pecho con aire ya quedo
como con un ungüento para la cicatriz
en una historia de azoros que arden muy adentro.

Ni fresca ni original.
Un nuevo asomo de ala demente
un torbellino de alma caliente
un misterio de soplo crujiente.
Un ay!

Dizque dulce es la compañía y el ronquido
el cierto despeñadero de cielo o mar adentro
el castigo de fustes o el premio al paso del tiempo
la danza de fuego frío
ufff…. y en algo
encontrar un sentido.

Abismos
acantilados
arenas del desierto
cobijos todos al descubierto alado del viento
de esta ánima que
por no poder darle un nombre
no adueña palabra ni cadencia
mas
encabrita locuras sordas
o descansa en mí
pues si alguna vez fui alguien
ya no soy más que una de nada
en un medio pasto
y en vientoymedio
atrapada.
***
La sombra tras el muro

I.

Todo animal en su piel
……………………….yo en la mía.
Toda piel y su sangre
……………………………yo en la mía.
Toda piel y su sangre
toda sangre y su terrón

todo terrón y su planta
toda planta y su animal

y todo

…….pronto a repartir moléculas en rendija de muro.


Crece pronto el hombre

……………………………..su cuerpo inmenso

………………………………..su mirar sepulto.

Crece la tristeza de su conquista

Crecen trincheras
…………hambre
…………espanto volátil
y hay quien perfora esa bala
que balancea triste un cuello joven.
***
DE CUERPOS ABATIDOS

La vida se carga sobre el propio hombro.
La muerte carga a otros sobre la propia vida.
Si la vida es muerte entre paréntesis
nacer es la única victoria.
Después
todo nos precipita extraños.

La luz nace de la sombra
sólo para hacerla desaparecer.
Escapa el ojo la lectura
y se interna en el húmedo vientre del caos.
Por voluptuosa tiniebla desciende el latido.
Un magnetismo extraño ata la lengua.
Los sentidos mueren sobre la tierra.
Entonces
verde en sus cantos
iluminada entre las hojas
plateada la sombra
mágica
en súbita floración
ella oculta el sudor
encarnece todo soplo
toda pulpa ruborosa
guarda el silencio
sube por la cola
por el dedo al hombro
al ojo
al encanecido cabello
hasta ver la lombriz
muda
sin
misericordia.
**
Foto tomada de 3bp.blogspot.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta, me gusta. Gracias.
Susana.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char