Roberto Juarroz
(Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1925-Temperley, Capital Federal, Argentina, 1995)
No siempre la visión y la palabra coinciden hasta la suma del poema. Muchas veces sólo quedan algunos núcleos o gérmenes o imágenes o roces, como si fueran restos o quizá paradójicas ganancias de un naufragio. ¿Pero acaso es otra cosa toda la poesía? Tal vez se debiera entonces hablar aquí de fragmentos caídos, astillas de poemas, gestos de aproximación, trozos de materia poética de textos que no terminaron de nacer. Y consolarse con la idea de que nacer es un proceso que nunca termina.
Llegar con los ojos abiertos a la mirada final, como un estandarte que no se avergüenza. Aunque los ojos abiertos tengan que cerrar muchas cosas.
Lo visible es un adorno de lo invisible.
Apagar una luz me deslumbra más que encenderla.
Una hoja en el árbol, justifica al árbol. Pero un árbol sin hojas lo justifica todo.
Imaginar una lámpara hasta encenderla.
Sólo desnuda da sombra la flor.
Una sola palabra en una casa de espejos.
Allí donde la luz no alumbra, tal vez alumbre la sombra.
Me has enseñado a no cortar las flores. He sospechado que tú eres cómplice de su crecimiento.
Ya que debemos olvidarlo todo, deberíamos por lo menos una vez recordarlo todo.
Aunque pierda mi nombre y yo no responda ya a su llamado, volveré siempre al lugar donde tu lo pronunciabas.
Nadie posee nada. Para poseer algo es preciso desnudarlo, apoderarse de su centro y tener un espacio donde protegerlo. Nadie puede, para poseer una rosa, desvestirla de sus pétalos y retener su fragancia. Las manos del hombre son siempre manos vacías. Tal vez nuestro ejercicio fundamental consista en aprender a amar y escribir con las manos vacías.
***
NOTA INTRODUCTORIA a Poesía vertical, 1958-1975
Es probable que nos falte conciencia para calibrar la
posible realidad o irrealidad de la poesía. Podemos
sospechar que la realidad es una cuestión de conciencia
o visión profunda y que a mayor conciencia corresponde
más realidad: o menos realidad. Y nos es
dado suponer que para una hipotética conciencia o
visión total no habría nada irreal, ni siquiera aquello
que más lo parece.
La poesía, sin embargo, da un paso más allá. Antes
que nada, el poema se nos revela como invención y
nos damos cuenta luego que el poema es también
descubrimiento de la realidad. Comprendemos entonces
la esencia de la poesía: la realidad sólo se descubre
inventándola. La poesía es la visión activa: visión
que crea lo que uno ve.
La visión poética es, además, visión verbal. No nace
con posterioridad a otra visión: ve con palabras.
Primero hay un impulso, un estado de fluidez. La
visión cobra forma mientras brota el poema. No hay,
entonces, como a menudo se ha dicho, correspondencia
o inadecuación de una forma verbal con respecto
a una realidad preexistente, ni puede hablarse por lo
tanto de fidelidad o traición. La realidad nace aquí
con la forma. Todo el resto —sentimientos, ideas, cultura,
tradición, hechos, situación— son factores convergentes,
que colaboran en mayor o menor grado
con el nacimiento de esa unidad de visión verbal y
creadora que es el poema.
Vivo el poema como una explosión de ser por debajo
del lenguaje. Descubro aquí cuatro elementos
básicos: explosión, ser, lenguaje y debajo. Podríamos
acercarnos a ellos diciendo lo anterior de otro modo:
el poema es la expansión abrupta de una realidad
fundamental que se genera a través de las posibilidades
subyacentes de la expresión verbal y no sólo por
medio de su capacidad significativa inmediata.
Partiendo de aquí (o tal vez llegando), he sentido la
flaccidez y la blandura de gran parte de la poesía. He buscado entonces una poesía más concreta en su
esencia, con peso propio, sólida, vertical. Creo que el
problema no consiste en variar los temas, sino en una
cuestión de tono, actitud interior, configuración
simbólica y manejo del lenguaje. Tono: una expresión
decidida, naturalmente de fondo, rotunda y hasta a veces
cortante, aunque se hable de lo más escondido.
Actitud interior: vivir las propias visiones con radical
consistencia, sin cálculos ni temores, prolongando la
vida interior hasta sus últimas consecuencias, hasta
que adentro y afuera no se diferencien, en una contemplación
casi religiosa de la dinámica profunda de
las formas. Configuración simbólica: potencia íntegra
de la imagen, entendiendo por tal no sólo la de raíz
sensible sino también la fundada sobre los giros más
penetrantes y originales del pensamiento, evitando
rigurosamente lo difuso, con confianza plena en la
vigencia de una estructura poética propia de los últimos
alcances de la inteligencia, con la convicción de
que sentir y pensar no son cosas distintas, con una
fidelidad de base al desarrollo particular de cada
núcleo poético y una vivencia o experiencia integral
del poema como un organismo unitario. Manejo del
lenguaje: concisión, desnudez, concentración, renuncia
a lo decorativo y retórico, con una especie de
animismo verbal (reconocimiento de la vibración, el
temple, la conducta y el ánimo de cada palabra) y un
plasticismo figurativo, despierto en los sucesivos esbozos
de algo así como una despojada y tal vez inalcanzable
parábola del espíritu.
Me apasiona la fuerte humanidad de una búsqueda
de esta clase, su desafío a las normas y los estereotipos,
la densidad del nivel donde se gesta la lucha por
la expresión, la intensidad del buceo en las zonas más
olvidadas y sin embargo más vivas de lo real, la simbiosis
profunda de todas las proyecciones simbolizadoras,
la paradójica complementariedad y hasta sincronicidad
de lo espontáneo y lo reflexivo, lo dicho y
lo no dicho, la victoria y el fracaso, lo esperado y lo
inesperado, lo posible y lo imposible, lo uno y lo
otro. Me subyuga el amor que se funda y sustancia en
estos espacios vivos y la libertad radical de ese amor,
que ya no hace distingos entre expresarse y comunicarse,
entre soledad y compañía, entre ausencia y
presencia, entre voz y silencio, entre amar y pensar,
entre todo y algo. La palabra transfigurada de un
hombre solitario puede recoger allí, por abajo, el gesto
misterioso y absurdamente magnífico de la humanidad.
La poesía puede entonces proyectar ese gesto
y abolir en un acto de amor la distancia entre el hombre
y los objetos, entre el hombre y la naturaleza,
entre el hombre y el hombre, entre el hombre y la
muerte. Más que un vacío, esas distancias son el
músculo al que es posible dar vida con el nervio de la
visión creadora, con el tatuaje inusitado de la palabra
en función y explosión de ser, para mover así el
mundo. La realidad está donde queremos que esté,
donde somos capaces de engendrar una forma.
En el corazón de mi poesía está la creencia en que
el pensamiento es más concreto que todo el resto de
la materia del mundo. Por eso, en el corazón de mi
poesía hay también un rostro.
Toda vida es sólo un amago, el anuncio o comienzo
de un gesto. También la poesía es un amago, pero
su ademán permanece, como si fuera algo más. El
hombre y su lenguaje empujando implacablemente
sus límites, desvestidos de todo cuanto no sea límite,
desvistiéndose de aquello que ahora lo es. Suprema
afirmación, es también lo más cercano a la suprema
negación. La grandeza concreta de la poesía, como la
de la vida, consiste en no estar hecha. Un salto siempre
más allá, el salto que nos hace posibles.
Desde dentro, toda obra es un fracaso. Pero creo
haber buscado algo distinto. Y esa búsqueda, desde
adentro o afuera, no es un fracaso.
ROBERTO JUARROZ
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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