jueves, 10 de diciembre de 2009

Llueve porque la ausencia es universal


Pocos poemas de
EUGENIO MONTALE
(Génova, Italia, 1896-Milán, ID., 1981)


Casa en la playa

El viaje termina aquí:
en los afanes mezquinos que dividen el alma
que ya no sabe dar un grito.
Ahora los minutos son iguales y fijos
como las vueltas de rueda de la bomba.
Una vuelta: un subir de agua que retumba.
Otra vuelta, más agua, a veces un chirrido.

El viaje acaba en esta playa
que pulsa asidua y lenta la marea.
Excepto perezosos humos
nada revela la marina
que urden de cuencas las ligeras brisas,
y es raro que aparezca en la bonanza muda,
entre las islas del aire vagabundas,
la jorobada Córcega o Capraia.

Tú me preguntas si todo se reduce
a esta poca niebla de memorias,
si en la hora que aturde o en el desvarío
de la ola se cumplen nuestras vidas.
Quisiera decirte que no, que se aproxima la hora
en que te será dado huir del tiempo;
tal vez sólo quien quiere se eterniza,
y ese es tu caso, a lo mejor, no el mío.
Pienso que para los más no hay salvación
y sólo alguno altera los designios,
cruza el vado, se encuentra como quiso.
Quisiera antes de ceder mostrarte
la senda de esta fuga, frágil
como en los turbulentos campos
del mar crestas o espumas.
También te cedo mi esperanza avara.
Últimamente, exhausto, la descuido.
La ofrezco en prenda a tu destino, que te ampare.

El camino termina en esta orilla
que la marea corroe con movimiento alterno.
Tu corazón cercano que no me oye
tal vez ya zarpa hacia lo eterno.
***
POEMA 5
(DE XENIA II)

Del brazo tuyo he bajado por lo menos un millón de escaleras
y ahora que no estás cada escalón es un vacío.
También así de breve fue nuestro largo viaje.
El mío aún continúa, mas ya no necesito
los trasbordos, los asientos reservados,
las trampas, los oprobios de quien cree
que lo que vemos es la realidad.

He bajado millones de escaleras dándote el brazo
y no porque cuatro ojos puedan ver más que dos.
Contigo las bajé porque sabía que de ambos
las únicas pupilas verdaderas, aunque muy empañadas
eran las tuyas.
***

Disipa tú, si quieres, esta vida débil que se queja,
como la esponja el trazo efímero en la pizarra.
Espero regresar a tu círculo, se cumple mi disperso tránsito.
Mi venida era el testimonio de un orden que olvidé durante el viaje,
estas palabras mías juran fe a un suceso imposible, y lo ignoran.
Pero siempre que escuché tu dulce oleaje sobre las playas
la turbación me asaltó como a alguien débil de memoria
cuando vuelve a acordarse de su tierra.
Aprendida mi lección más que de tu gloria abierta,
del jadear que no emite casi sonido
de un mediodía tuyo desolado,
a ti me rindo humildemente.
No soy más que pavesa de un tirso.
Bien lo sé: arder, este y no otro, es mi significado.
***
Llueve

Llueve. Es un gotear
sin ruidos.
de motonetas o gritos
de niños.

Llueve
desde un cielo que no tiene nubes.
Llueve
sobre la nada que se hace
en estas horas de huelga general.

Llueve
sobre tu tumba
en San Felice
a Ema
y la tierra no tiembla
porque no hay terremoto
ni guerra.

Llueve
no sobre la fábula hermosa
de lejanas estaciones,
sino sobre el aviso
impositivo,
llueve sobre los huesos de Jibia
y sobre el comedero nacional.

Llueve
sobre la Gaceta Oficial
aquí desde el balcón abierto,
llueve sobre el Parlamento,
llueve sobre vía Solferino,
llueve sin que el viento
mueva los papeles.

Llueve en ausencia de Hermión
si dios quiere,
llueve porque la ausencia
es universal
y si la tierra no tiembla
es porque Arcetri a ella
no se lo ordenó.

Llueve sobre los nuevos epistemas
del primate en dos pies,
sobre el hombre endiosado, sobre el cielo
hominizado, sobre la cara
de los teólogos en mono
o en paludamento,
llueve sobre el progreso
de la contestación,
llueve sobre los works in progress,
llueve
sobre los cipreses enfermos
del cementerio, gotea
sobre la opinión pública.

Llueve, mas donde apareces
no hay agua ni atmósfera,
llueve porque si no estás
es sólo la ausencia
y puede ahogar.

2 comentarios:

hugo luna dijo...

q bueno Irene, gracias...

Irene Gruss dijo...

Gracias a usted, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char