sábado, 5 de diciembre de 2009

Yo sólo veía del caballo oscuro


Tres poemas de
CONCEPCIÓN BERTONE
(Rosario, Santa Fe, 1947)


CABALLOS

a mi padre Francisco Antonio Aversa,
en memoria



Yo sólo veía del caballo oscuro
el lucero de blanco pelo
que le dividía la frente, la crin
tusada por la parcial visión, por el hecho
de no tener más ojos
que para ver esa estrella. Él
veía la majestuosa genealogía del pedigree,
el pelaje enjoyado por el “masaje”, el
cuidado amoroso, antes y después
de la carrera, el paso airoso,
la apuesta de la corazonada, la gesta, y
lo que yo puedo ver ahora
en el remedo, la copia
-ex profeso inexacta-
que queda en la memoria: el juego
por el juego, por la lúdica
vida, la vana gloria, la herida
siempre enconada del recuerdo. Mi padre.

Un pura sangre, un quemante resuello
de hazañas y rodadas,
un destello de hielo
en los claros ojos. Siempre será
ese modo lejano de amar. La luna,
en un eclipse total, esta noche
que la tierra no la deja mirarse
en los ojos del sol, es fija

de ese amor que me entenebra.
***
Una piedra en el río

Donde hay poco caudal
hay islas
momentáneas.

Les hace falta mar.
Y no perdura
en un poco de légamo
la vida. Es otra cosa
creo. Una isla
si no es

como Puerto Rico
Un país.

Es tan sólo un coral
en la marisma.

Una piedra en el río.
***
ALBA

A Francisco Madariaga, in memoria


Esa corteza blanca, lisa y hendida, buena
-aunque sea inflexible-. Esos tallos prudentes,
esas ramas serenas porque tienen espinas y
no han herido a nadie con intención, arteras.
Hoy son como mis manos que parecen vacías.
Un pequeño poema traducido del persa.

1 comentario:

Pedro Donangelo dijo...

Caballos
Concepción: También mi padre y Concepción, mi madre. Cómo no conmoverme. "Maldito seas Palermo, me tenés seco y enfermo..". Hermoso. Ya es huésped del templo de mis poemas favoritos.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char