jueves, 25 de marzo de 2010

¿Cómo actuar, oh corazón robado?


ARTHUR RIMBAUD
(Charleville, Francia, 1854–Marsella, íd., 1891)


Cartas del vidente

PRIMERA CARTA:
De Arthur Rimbaud a Georges Izambard

Charleville, mayo 1871
Estimado señor:

Ya está usted otra vez de profesor. Nos debemos a la sociedad, me tiene usted dicho: forma usted parte del cuerpo docente: anda por el buen carril. También yo me aplico este principio: hago, con todo cinismo, que me mantengan; estoy desenterrando antiguos imbéciles del colegio: les suelto todo lo bobo, sucio, malo, de palabra o de obra, que soy capaz de inventarme: me pagan en cervezas y en vinos. Stat mater dolorosa, dum pendet filius, Me debo a la Sociedad, eso es cierto; y soy yo quien tiene razón. Usted también la tiene, hoy por hoy. En el fondo, usted no ve más que poesía subjetiva en este principio suyo: su obstinación en reincorporarse al establo universitario —¡perdón!— así lo demuestra. Pero no por ella dejará de terminar como uno de esos satisfechos que no han hecho nada, porque nada quisieron hacer. Eso sin tener en cuenta que su poesía subjetiva siempre será horriblemente sosa. Un día, así lo espero —y otros muchos esperan lo mismo—, veré en ese principio suyo la poesía objetiva: ¡la veré más sinceramente de lo que usted sería capaz! Seré un trabajador: tal es la idea que me frena, cuando las cóleras locas me empujan hacia la batalla de París —¡donde, no obstante, tantos trabajadores siguen muriendo mientras yo le escribo a usted! Trabajar ahora, eso nunca jamás; estoy en huelga. Por el momento, lo que hago es encanallarme todo lo posible. ¿Por qué? Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente: ni va usted a comprender nada, ni apenas si yo sabré expresárselo. Ello consiste en alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los padecimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, que haber nacido poeta, y yo me he dado cuenta de que soy poeta. No es en modo alguno culpa mía. Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan. —Perdón por el juego de palabras.

YO es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y mofa contra los inconscientes, que pontifican sobre lo que ignoran por completo!
Usted para mí no es Docente. Le regalo esto: ¿puede calificarse de sátira, como usted diría? ¿Puede calificarse de poesía?
Es fantasía, siempre. —Pero, se lo suplico, no subraye ni con lápiz, ni demasiado con el pensamiento.

El corazón atormentado

Mi triste corazón babea en la popa,
Mi corazón está lleno de tabaco de hebra:
Ellos le arrojan chorros de sopa,
Mi triste corazón babea en la popa:
Ante las chirigotas de la tropa
Que suelta una risotada general,
Mi triste corazón babea en la popa,
¡Mi corazón está lleno de tabaco de hierba!
¡Itifálicos y sorcheros
Sus insultos lo han pervertido!
En el gobernalle pintan frescos
Itifálicos y sorcheros.
Oh olas abracadabrantescas,
Tomad mi cuerpo para que se salve:
¡Itifálicos y sorcheros
sus insultos lo han pervertido!
Cuando, al final, se les seque el tabaco,
¿Cómo actuar, oh corazón robado?
Habrá cantilenas báquicas
Cuando, al final, se les seque el tabaco:
Me darán bascas estomacales
Si el triste corazón me lo reprimen:
Cuando, al final, se les seque el tabaco
¿Cómo actuar, oh corazón robado?

No es que esto no quiera decir nada. Contésteme, a casa del
señor Deverrière, para A.R.
AR. RIMBAUD
***
SEGUNDA CARTA
De Arthur Rimbaud a Paul Demeny

Charleville, 15 mayo 1871
He decidido darle a usted una hora de literatura nueva; empiezo a continuación con un salmo de actualidad:

Canto de guerra parisino

La primavera es evidente, porque
Desde el corazón de las Propiedades verdes,
El vuelo de Thiers y de Picard
Mantiene sus esplendores de par en par.
¡Oh Mayo! ¡Qué delirante culos al aire!
¡Sèvres, Meudon, Bagneux, Asnières,
Escuchad, pues, cómo los bienvenidos
Siembran las cosas primaverales!
Llevan chacó, sable y tam-tam,
No la vieja caja de velas
Y yo las que nunca, nunca…
¡Surcan el lago de aguas enrojecidas!
¡Ahora más que nunca nos juerguearemos
Cuando se vengan encima de nuestros cuchitriles
A derrumbarse los amarillos cabujones
En amaneceres muy especiales!
Thiers y Picard son unos Eros,
Conquistadores de heliotropos,
Con petróleo pintan Corots:
Ahí vienen sus tropas abejorreando…
¡Son familiares del Gran Truco!…
¡Y tumbado en los gladiolos, Favre
Hace de su parpadeo acueducto,
Y sus resoplidos a la pimienta!
La gran ciudad tiene las calles calientes,
A pesar de vuestras duchas de petróleo,
y decididamente tenemos que
Sacudiros en vuestro papel.
¡Y los Rurales que se arrellanan
En prolongados acuclillamientos,
Oirán ramitas crujiendo
Entre los rojos arrugamientos!
A. RIMBAUD

—Ahí va una prosa sobre el porvenir de la poesía. Toda poesía antigua desemboca en la poesía Griega, Vida armoniosa. —Desde Grecia hasta el movimiento romántico, — Edad Media, —hay letrados, versificadores. De Ennio a Turoldus, de Turoldus a Casimir Delavigne, todo es prosa rimada, apoltronamiento y gloria de innumerables generaciones idiotas: Racine es el puro, el fuerte, el grande. —Si alguien le hubiese soplado en las rimas, revuelto los hemistiquios, al Divino Tonto no se le haría más caso hoy que a cualquiera que se descolgara escribiendo unos Orígenes. — Después de Racine, el juego se pone mohoso. Ha durado dos mil años.
No es broma ni paradoja. La razón me inspira más convencimientos sobre el tema que rabietas se agarra el Jeune-France. Por lo demás, los nuevos son muy libres de abominar de los antepasados: estamos en casa y no nos falta el tiempo. Nunca se ha entendido bien el romanticismo. ¿Quién iba a entenderlo? ¡Los críticos! ¿A los románticos, que tan bien demuestran que la canción es muy pocas veces la obra, es decir: el pensamiento contado y comprendido por quien lo canta? Porque Yo es otro. Si el cobre se despierta convertido en corneta, la culpa no es en modo alguno suya. Algo me resulta evidente: estoy asistiendo al parto de mi propio pensamiento: lo miro, lo escucho: aventuro un roce con el arco: la sinfonía se remueve en las profundidades, o aparece de un salto en escena.
Si los viejos imbéciles hubieran descubierto del yo algo más que su significado falso, ahora no tendríamos que andar barriendo tantos millones de esqueletos que, desde tiempo infinito, han venido acumulando los productos de sus tuertas inteligencias, ¡proclamándose autores de ellos!
En Grecia, he dicho, versos y liras ponen ritmo a la acción.
A partir de ahí, música y rima se tornan juegos, entretenimientos.
El estudio de ese pasado encanta a los curiosos: muchos se complacen en renovar semejantes antigüedades —allá ellos. A la inteligencia universal siempre le han crecido las ideas naturalmente; los hombres recogían en parte aquellos frutos del cerebro; se obraba en consecuencia, se escribían libros: de tal modo iban las cosas, porque el hombre no se trabajaba, no se había despertado aún, o no había alcanzado todavía la plenitud de la gran ilusión. Funcionarios, escribanos: autor, creador, poeta, ¡nunca existió tal hombre!
El primer objeto de estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, completo; se busca el alma, la inspecciona, la prueba, la aprende. Cuando ya se la sabe, tiene que cultivarla; lo cual parece fácil: en todo cerebro se produce un desarrollo natural; tantos egoístas se proclaman autores; ¡hay otros muchos que se atribuyen su progreso intelectual! —Pero de lo que se trata es de hacer monstruosa el alma: ¡a la manera de los comprachicos, vaya! Imagínese un hombre que se implanta verrugas en la cara y se las cultiva.

Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para no quedarse sino con sus quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito, —¡y el supremo Sabio!— ¡Porque alcanza lo desconocido! ¡Porque se ha cultivado el alma, ya rica, más que ningún otro! Alcanza lo desconocido y, aunque, enloquecido, acabara perdiendo la inteligencia de sus visiones, ¡no dejaría de haberlas visto! Que reviente saltando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrán otros horribles trabajadores; empezarán a partir de los horizontes en que el otro se haya desplomado.

—Continuará dentro de seis minutos—

Intercalo aquí un segundo salmo fuera de texto: préstele usted benévolo oído, —y todo el mundo se quedará encantado. —Tengo el arco en la mano, empiezo:

Mis pequeñas enamoradas

Un hidrolato lagrimal lava
Los cielos de verde col:
Bajo el árbol retoñero que os babea
Los cauchos,
Blancas de lunas especiales
Con los pialatos redondos,
¡Entrechocad las rótulas,
Monicacos míos!
¡Nos amamos en aquella época,
Monicaco azul!
¡Comíamos huevos pasados por agua
Y pamplinas de agua!
Una tarde, me consagraste como poeta,
Monicaco rubio:
Baja aquí, que te dé unos azotes,
en mi regazo;
Vomité tu bandolina,
Monicaco moreno;
Tú me habrías cortado la mandolina
Con el filo de la frente.
¡Puah! Mis salivas resecas,
Monicaco pelirrojo,
¡Todavía te infectan las zanjas
Del pecho redondo!
¡Oh mis pequeñas enamoradas,
os odio tanto!
¡Sujetaos con trapos dolorosos
Las feas tetas!
¡Prestadme los viejos tarros
De sentimiento en conserva!
¡Hale, venga, sed mis bailarinas
Por un momento!…
¡Los omóplatos se os desencajan,
Oh amores míos!
Con una estrella en los riñones cojos,
¡Dadles la vuelta a vuestras vueltas!
¡Y pensar que por tales brazuelos de cordero
He escrito rimas!
¡Me gustaría romperos las caderas
Por haber amado!
Soso montón de estrellas fallidas,
Id a llenar los rincones!
—¡Reventaréis en Dios, albardeadas
De innobles cuidados!
Bajo las lunas particulares
con los pialatos redondos,
¡Entrechocad las rótulas,
Monicacos míos!
A. RIMBAUD

Ahí lo tiene. Y tenga usted en cuenta que, si no me lo impidiese el temor de hacerle pagar más de 60 céntimos de porte, —¡yo, pobre pasmado que hace siete meses que no veo una monedita de bronce!— ¡aún le mandaría mis Amantes de París, cien hexámetros, señor mío, y mi Muerte de París, doscientos hexámetros!
Vuelvo a tomar el hilo: El poeta es, pues, robador de fuego. Lleva el peso de la humanidad, incluso de los animales; tendrá que conseguir que sus invenciones se sientan, se palpen, se escuchen; si lo que trae de allá abajo tiene forma, él da forma; si es informe, lo que da es informe. Hallar una lengua;
—Por lo demás, como toda palabra es idea, ¡vendrá el momento del lenguaje universal! Hay que ser académico —más muerto que un fósil— para completar un diccionario, sea del idioma que sea. ¡Hay gente débil que si se pusiera a pensar en la primera letra del alfabeto, acabaría muy pronto por sumirse en la locura!
Este lenguaje será del alma para el alma, resumiéndolo todo, perfumes, sonidos, colores, pensamiento que se aferra al pensamiento y tira de él. Si el poeta definiera qué cantidad de lo desconocido se despierta, en su época, dentro del alma universal, ¡daría algo más —la fórmula de su pensamiento—, la notación de su marcha hacia el Progreso! Enormidad que se convierte en norma, absorbida por todos, ¡el poeta sería en verdad un multiplicador de progreso!
Este porvenir será materialista, ya lo ve usted; —Siempre llenos de Números y de Armonía, estos poemas habrán sido hechos para permanecer—. En el fondo, seguirá siento, en parte, Poesía griega.
El arte eterno tendría sus cometidos, del mismo modo en que los poetas son ciudadanos. La poesía dejará de poner ritmo a la acción; irá por delante de ella. ¡Existirán tales poetas! Cuando se rompa la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva por ella y para ella, cuando el hombre —hasta ahora abominabl— le haya dado la remisión, ¡también ella será poeta! ¡La mujer hará sus hallazgos en lo desconocido! ¿Serán sus mundos de ideas distintos de los nuestros? —Descubrirá cosas extrañas, insondables, repulsivas, deliciosas; nosotros las recogeremos, las comprenderemos. Mientras tanto, pidamos a los poetas lo nuevo, ideas y formas. Todos los listos estarán dispuestos a creer que ellos ha han dado satisfacción a tal demanda. ¡No es eso!

Los primeros románticos fueron videntes sin percatarse bien de ello: el cultivo de sus almas se inició en los accidentes: locomotoras abandonadas, pero ardorosas, que durante algún tiempo se acoplan a los carriles. Lamartine es a veces vidente, pero lo estrangula la forma vieja. Hugo, demasiado cabezota, sí que tiene mucha visión en los últimos volúmenes: Los Miserables son un verdadero poema. Tengo Los castigos a mano; Stella da más o menos la medida de la visión de Hugo. Demasiados Belmontet y Lammenais, Jehovás y columnas, viejas enormidades muertas. Musset nos es catorce veces detestable, a nosotros, generaciones dolorosas y presa de visiones, — que nos sentimos insultados por su pereza de ángel. ¡Oh cuentos y proverbios insípidos!
¡Oh noches! ¡Oh Rolla, oh Namouna, oh la Coupe! Todo es francés, es decir: detestable en grado sumo: ¡francés, no parisino! ¡Una obra más del odioso genio que inspiró a Rabelais, a Voltaire, a Jean La Fontaine, comentado por el señor Taine! ¡Primaveral, el espíritu de Musset! ¡Encantador, su amor! ¡Esto sí que es pintura al esmalte, poesía sólida! La poesía francesa se seguirá paladeando durante mucho tiempo, pero en Francia. No hay dependiente de ultramarinos que no sea capaz de descolgarse con un apóstrofe estilo Rolla; no hay seminarista que no lleve sus quinientas rimas en el secreto de su libreta. A los quince años, tales impulsos de pasión ponen a los jóvenes en celo; a los dieciséis empiezan a conformarse con recitarlos con sentimiento; a los dieciocho, incluso a los diecisiete, todo colegial que esté en condiciones hace el Rolla, ¡escribe un Rolla! Incluso puede que quede alguno todavía que pierda la vida en ello. Musset no supo hacer nada: había visiones tras la gasa de las cortinas: él cerró los ojos. Francés, flojo, arrastrado del cafetín al pupitre del colegio, el hermoso cadáver está muerto, y, de ahora en adelante, no nos tomemos siquiera la molestia de despertarlo para nuestras abominaciones.

Los segundos románticos son muy videntes. Th. Gauthier, Leconte de Lisle, Th. de Banville. Pero cómo inspeccionar lo invisible y oír lo inaudito que recuperar el espíritu de las cosas muertas, Baudelaire es el primer vidente, rey de los poetas, un auténtico Dios. Vivió, sin embargo, en un medio demasiado artista; y la forma, que tanto le alaban, es mezquina: las invenciones de lo desconocido requieren de formas nuevas.
Experimentada en las formas viejas, entre los inocentes, A Renaud —ha hecho su Rolla; L. Grandet —ha hecho su Rolla—; los galos y los Musset, G. Lafenestre, Coran, Cl. Popelin, Soulary, L. Salles; Los escolares, Marc, Aicard, Theuriet; los muertos y los imbéciles, Autran, Barbier, L. Pichat, Lemoyne, los Deschamps, los Dessessarts; los periodistas, L. Claudel, Robert Luzarches, X. de Richard; los fantasistas, C. Méndez; los bohemios; las mujeres; los talentos, Léon Dierx y Sully-Prudhomme, Coppée; la nueva escuela, llamada parnasiana, tiene dos videntes: Albert Mérat y Paul Verlaine, un verdadero poeta. Ahí lo tiene. De modo que estoy trabajando en hacerme vidente. —Y terminemos con un canto piadoso.

Acuclillamientos

Bastante tarde, sintiéndose con asco en el estómago,
El hermano Milotus, sin quitar ojo del tragaluz
Desde el cual el sol, claro como un caldero rebruñido,
Le clava una jaqueca y le marea la vista,
Desplaza entre las sábanas su barriga de cura.
Se agita bajo su manta gris
Y baja con las rodillas en la barriga trémula,
Pasmado como un viejo comiéndose su toma
Porque tiene, agarrado del asa un orinal blanco,
Que arremangarse la camisa por encima de los riñones.
Ahora ya está en cuclillas, friolento, con los dedos del pie
Replegados, tiritando al claro sol que contrachapea
Amarillos de bollo en los vidrios de papel;
Y la nariz del hombre, alumbrado de laca,
Husmea en los rayos de sol, como un polipero carnal.
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .

El hombre se cuece a fuego lento, con los brazos retorcidos,
[ con el belfo
Metido en la barriga; siente que se le escurren los muslos en el
[ fuego,
Y que las calzas se le chamuscan, y que la va a diñar;
¡Algo parecido a un pájaro se menea un poquito
En su barriga serena como un montón de mondongo!
En torno a él duerme un batiborrillo de muebles embrutecidos
En andrajos de mugre y sobre panzas sucias;
Hay escabeles, poltronas extrañas, acurrucados
En los rincones negros; aparadores con jeta de chantre
Entreabiertos a un sueño lleno de horribles apetitos.
El asqueroso calor embute la habitación estrecha;
El cerebro del hombre está atiborrado de trapos.
Escucha un crecimiento de pelos en su piel húmeda,
Se descarga, sacudiendo su cojo escabel.
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .

Y por la noche, bajo los rayos de la luna, que le trazan
Alrededor del culo rebabas de luz,
Una sombra con detalles sigue en cuclillas, contra un fondo
De nieve rosa como una malvarrosa.
Una nariz estrafalaria persigue a Venus por el cielo profundo.


Sería usted execrable si no me contestase: rápidamente. Porque
dentro de ocho días puede que esté en París.
Hasta la vista.
A. RIMBAUD
***
***
RIMBAUD: Un volcán de "Música Atonal" en busca de lo desconocido
Por Tomás Barna


Ver lo invisible, oír lo inaudible
Mediante la poesía llegar a lo desconocido

Charles Baudelaire

Estos dos pensamientos clave de Baudelaire se consuman en los poemas de Rimbaud. Sus palabras surgen como lava de un volcán en demoníaca erupción lanzándose fuera de la realidad, transfigurándose en imágenes. Lo "desconocido", en Rimbaud, es un polo de tensión, y su percepción poética penetra en el misterio a través de una realidad conscientemente hecha trizas. El núcleo de su percepción no es el yo empírico, porque en su lugar actúan fuerzas subterráneas capaces de imponerse con violencia. Sólo con ese impulso se puede palpar lo desconocido. Y este movimiento interior del ser, él lo ha expresado así: "Porque yo... es OTRO". Cuando la hojalata se despierta en forma de trompeta, no hay que echarle la culpa. Yo estoy presente al despertar de mi pensamiento; yo lo contemplo, yo lo escucho. Trazo una línea con el arco, y la sinfonía se mueve en la profundidad. Es un error decir: pienso. Habría que decir: "me piensan". Estamos, pues, en el tobogán desde donde la poesía moderna se habrá de zambullir en el caos del subconsciente. Por eso Rimbaud —como Nerval y Lautréamont— será considerado por los surrealistas como uno de sus tres grandes ascendientes. En Rimbaud, impulso poético comienza su actividad mutilándose, afeándose el alma, haciendo cristalizar la crueldad en su obra creadora —como lo hiciera en nuestro siglo Artaud—.

La poesía que nace de semejante operación es un lenguaje nuevo, un "lenguaje universal" —como lo denomina Rimbaud—. Es un tejido desprovisto de forma, compuesto por elementos disímiles: "extrañeza, arbitrariedad, asco y embeleso". La belleza y la fealdad poseen el mismo valor, se hallan al mismo nivel. Todo reside en "la excitación y en la música". En su poesía Rimbaud menciona la música, y lo hace sin cesar: "la música desconocida"; la música que oye "en castillos hechos de huesos"; "en la canción de acero de los postes de telégrafo"; en "el canto claro de la nueva desgracia"; "en la música más intensa donde se aniquiló el sufrimiento meramente armonioso" (aquí se manifiesta su ruptura con el romanticismo). Y esto es evidente pues cuando su poesía hace cantar a los seres y las cosas, suenan gritos y rugidos que se intercalan en la canción y el canto, creando así una música disonante.

En Una temporada en el infierno, bajo el título de "Alquimia del Verbo", Rimbaud escribe: "Yo ajustaba la forma y el movimiento de cada consonante, y —con ritmos instintivos— me enorgullecía de inventar un verbo poético accesible a todos los sentidos". Mediante esa "magia verbal" logra enriquecer de matices las vocales y nos permite captar las afinidades que establece entre las consonantes a lo largo de sus poemas. Y llega al colmo de la audacia cuando su voluntad de crear efectos sonoros domina a tal extremo sus poemas, que la frase surgida de esta búsqueda pierde todo sentido o adquiere una significación absurda, como es el caso de "Un hidrolato lacrimal lava", o "Mi triste corazón babea en la popa". Esto nos remite a la música atonal: la disonancia, creada por la contradicción entre el absurdo del sentido y la potencia de las sonoridades, permanece íntegra. Y un ejemplo aún más claro lo hallamos en esta frase del poema "Metropolitano" de Iluminaciones: "... et les atroces fleurs qu'on appellerait coeurs et soeurs, dames damnant de langueur" ("... y las atroces flores que llamaríamos corazones y hermanas, damas condenando de languidez"). Se advierte que resulta prácticamente intraducible, no sólo por lo absurdo en sí del original sino porque pierde vigencia la elaboración del lenguaje, de neto cuño musical. Esta frase es una sucesión abstracta de asonancias y aliteraciones. Rimbaud margina la coherencia, la lógica, creando sonoridades a fin de destruir la significación de las imágenes surgidas, y es así como nos hace sentir que lo desconocido yace oculto en lo más profundo de la materia. Rimbaud ha descubierto que lo desconocido es inherente a la realidad sensible y que si a esa realidad la desembarazamos del lastre de los hábitos e ideas preconcebidas, encontramos en ella la vibración de lo maravilloso.

Rimbaud ha llegado, así, a "crear forma y materia" —como lo expresó Sartre—. Y poseyendo el poder de un vidente, consumó su desprendimiento de lo sensible al captar la unidad de las cosas, sintiéndolas en él, identificándose con ellas. De tal modo alcanzó —mediante la expresión poética— las regiones del silencio más puro.

Publicado inicialmente en La Máquina del Tiempo
***
Versión de las cartas: Ramón Buenaventura
Imagen: dibujo de Paul Verlaine

2 comentarios:

Gabriela dijo...

Me encantó tu publicación, sólo he leído un poco, volveré..con mas tiempo.
Hay todo un mundo tras estas palabras.
Gracias

Irene Gruss dijo...

Gracias, Gabriela, por pasar; Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char