sábado, 31 de marzo de 2012

Pintores por poetas

Paul Cézanne:  Les Grandes Baigneuses. Tomada de wikipedia.
LOS PUERTOS DE CEZANNE (de Allen Ginsberg)


En primer plano, vemos Tiempo y Vida
precipitados en su carrera
hacia la izquierda del cuadro,
donde la orilla se encuentra con la orilla.

Pero ese lugar de encuentro
no está pintado;
no figura en el lienzo.

Porque el otro lado de la bahía
es el cielo y la eternidad,
con una lívida bruma blanca sobre sus montañas.

Y el agua inmensa de L'Estaque es un intermediario
para los diminutos botes de remos.
***
VERMEER (de Tomas Tranströmer)

No un mundo protegido… Justo tras la pared comienza el estrépito
comienza la posada
con risas y rabietas, dentaduras, tañido de campanas
y el cuñado demente, donador de la muerte ante el cual todos deben temblar.

La gran explosión y los pasos tardíos del salvamento,
los barcos que se pavonean el la rada. El dinero que se desliza en el bolsillo equivocado,
exigencias que se amontonan sobre exigencias,
rojos cálices abiertos que sudan presentimientos de guerra.

Desde allí y atravesando la pared entra al luminosos estudio
entra en el instante que vivirá siglos.
Cuadros que se llaman “La lección de música”
o “Mujer de azul que lee una carta”:
embarazada, en el octavo mes, dos corazones golpean dentro de ella.
Detrás de la pared, cuelga un mapa arrugado de la “Terra Incógnita”.

Respirar en calma… Una desconocida materia azul está clavada en las sillas.
Los remaches de oro entraron volando a increíble velocidad
y se detuvieron en seco
como si no hubiesen sido nunca más que quietud.

Zumban los oídos, ya sea por la profundidad o por la altura.
Es la presión del otro lado de la pared.
Hace que cada hecho levite
y afirma el pincel.

Duele atravesar paredes, uno se pone enfermo de eso
pero es imprescindible.
El mundo es uno. Pero las paredes…
Y la pared es parte de ti mismo:
uno lo sabe o no lo sabe, pero así es para todos
salvo para los niños. Para ellos no hay pared.

El cielo claro se ha apoyado en la pared.
Es como una oración al vacío.
Y lo vacío vuelve su rostro hacia nosotros
y susurra
“Yo no estoy vacío, sino abierto”.
***
UCELLO (de Gregory Corso)

Ellos nunca morirán en ese campo de batalla
ni las sombras de los lobos reclutarán sus tesoros como
novias del trigo en todos los horizontes esperando allí
para consumir el fin de la batalla
no habrá ningún muerto que ponga tensos sus vientres
flojos ningún montón de tiesos caballos en los que
enrojecer sus ojos brillantes o aumentar su comida de muertos.
Antes vagarían enfurecidos y hambrientos con lenguas
dementes que creer que en ese campo ningún hombre pudo morir.

Nunca morirán aquellos que luchan tan abrazados
aliento con aliento, el ojo reconociendo al ojo, imposible
morir o moverse, ninguna luz se filtra, ningún brazo con maza,
nada más que un caballo resoplando contra otro, escudo
brillante sobre escudo, todos iluminados
por el afilado rayo de un ojo bajo un yelmo.
¡Y aquellos pendones! Lo bastante airados para echar a volar
sus insignias de una parte a otra del cielo que han borrado.
Podría imaginarse que pintó sus ejércitos junto a los ríos
más fríos que tenías filas de calaveras de acero brillando en la oscuridad.
Pensarías que es imposible que un hombre muera
la boca de cada combatiente es un castillo de canción
cada puño de acero un gong soñador, golpe resonante,
golpe como gritos de oro.
¡Cómo desearía participar en tal batalla!
Un hombre plateado en un caballo negro con un estandarte rojo
y una lanza listada, nunca morir sino ser eterno
un príncipe dorado de una guerra pictórica.
**
Fuente: UT PICTURA POESIS
http://poesia-pintura.blogspot.com.ar/

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char