miércoles, 23 de septiembre de 2015

La luz no tiene lengua, es toda ojo

JOHN DONNE
(Londres, Inglaterra, c.1572-1631)

Meditación XVII

Nunc Lento Sonitu Dicunt , Morieris (Now this bell, tolling softly for another, says to me, Thou must die.//
Ahora esta campana, que suena suavemente para otro, me dice, has de morir. 

Acaso, que para quien esta campana que suena puede ser tan mala, como que no sabe que suena para él, y tal vez me puedo creer a mí mismo mucho mejor de lo que soy, ya que los que están a mí alrededor y ven mi estado, pueden haber causado que sonara para mí, y yo no lo sabía. La Iglesia es católica, universal, también lo son todas sus acciones, todo lo que ella hace es de todos. Cuando se bautiza a un niño, la acción me preocupa, porque ese niño está así conectado a ese cuerpo que es mi cabeza también, e injertado en ese cuerpo del cual yo soy miembro. Y cuando se entierra a un hombre, la acción me preocupa; la humanidad es de un autor, y es un volumen, cuando un hombre muere, un capítulo no se arranca del libro, pero se tradujo en un mejor lenguaje, y cada capítulo debe ser traducido así: Dios emplea a varios traductores; algunas piezas son traducidas por la edad, otros por enfermedad , otros por la guerra, otros por la justicia, pero la mano de Dios está en todas las traducciones, y su mano vinculará a todas nuestras hojas dispersas de nuevo para esa biblioteca donde todos los libros se encuentran abiertos el uno al otro. Por tanto, la campana que suena a un sermón no exhorta sólo al predicador, pero sobre todo a la congregación que ha de venir, por lo que esta campana nos llama, pero ¿cuánto más yo, que soy llevado tan cerca de la puerta por esta enfermedad?

Hubo una disputa en cuanto a una demanda (en el que se mezclaban tanto la piedad y dignidad, la religión y la estimación), ¿cuál de las órdenes religiosas deben llamar a la oración primera de la mañana? y se determinó, que deben sonar primero las campanas la que se levantó más temprano. Si entendemos correctamente la dignidad de esta campana que suena para nuestra oración de la tarde, se espera que sea nuestro por levantarse temprano, en esa disciplina, que podría ser la nuestra, así como la suya, que de hecho lo es.

La campana sonó para aquel que fue, y aunque intermitente suena de nuevo, sin embargo, a partir de ese momento que esta ocasión obró sobre él, que está unida a Dios. ¿Quién no echa un vistazo al sol cuando se levanta? ¿Quién le quita el ojo a un cometa que aparece? ¿Quién no presta oído a ninguna campana que suena en cualquier ocasión? pero ¿quién puede eliminarlo de la campana que está pasando un pedazo de sí mismo fuera de este mundo? Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, cada hombre es un pedazo del continente, una parte principal. Si un terrón de tierra es arrastrado por el mar, toda Europa queda disminuida, así como si fuera un promontorio, así como casa de tu amigo o la tuya propia: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad, y por lo tanto nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.

Tampoco podemos llamamos una mendicidad de la miseria, o bien una necesidad de la miseria, como si no estábamos lo suficientemente miserables de nosotros mismos, sino que debemos buscar en más de la casa de al lado, al tomar sobre nosotros el sufrimiento de nuestros vecinos. En verdad se trataría de una codicia excusable si lo hiciéramos, porque la aflicción es un tesoro, y escaso alguno tiene bastante de él. Ningún hombre tiene aflicción suficiente que no está maduro y madurado por el mismo, y se ajuste a Dios por esa aflicción. Si un hombre lleva tesoro en lingotes o en un lingote de oro, y no posee ninguno acuñado en dinero actual, su tesoro no le sufraga mientras viaja. La Tribulación es el tesoro de la naturaleza de la misma, pero no es moneda corriente en el uso de la misma, salvo que obtenemos cada vez más cerca nuestra casa, el cielo, por el mismo. Otro hombre puede estar enfermo también, y enfermo de muerte, y esta afección puede estar en sus entrañas, como el oro en una mina, y ser de ninguna utilidad para él, pero esta campana, que me dice de su aflicción, se esfuerza por salir y se aplica ese oro para mí: si por esta consideración del peligro de otro tomo la mía propia en la contemplación, y así asegurar a mí mismo, por lo que recurro a mi Dios, que es nuestra única seguridad.

(Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.)

De Devociones sobre ocasiones emergentes (1623)
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XV

Intereà insomnes noctes Ego duco, Diesque

No duerme ni de día ni de noche

Los hombres corrientes han concebido un doble uso del sueño; que es un alivio del cuerpo en esta vida; que es una preparación del alma para la próxima; que es una fiesta y la gracia de una fiesta; que es nuestro esparcimiento y nos regocija, y es nuestro catecismo y nos instruye; y yacemos en la esperanza de que nos levantaremos más fuertes; y yacemos en la inteligencia de que no hemos de alzarnos más. El sueño es un opio que nos da descanso, acaso, sometido a él, no nos despertaremos más. Pero aunque los hombres corrientes, que han inducido consideraciones secundarias y metafóricas, han hallado este segundo, este emblemático uso del sueño, de que es una representación de la muerte; Dios, quien forjó y perfeccionó su obra, antes de que la naturaleza comenzara (porque la naturaleza no fue sino su aprendiz, que aprendió en los primeros siete días, y ahora es su capataz y trabaja bajo sus órdenes), Dios, decía, destinó el sueño solamente para alivio del hombre mediante su descanso corporal, y no como imagen de la muerte, porque todavía no había pensado en la muerte. Pero habiendo el hombre provocado la muerte sobre sí mismo, Dios ha tomado esa criatura del hombre, la muerte, en sus manos y la ha mejorado; y por cuanto tuvo terrible forma y aspecto, y el hombre su horrorizó de su propia criatura, Dios e la presentó en una familiar, en una asidua, en una agradable y aceptable forma, como sueño, de modo que cuando el hombre despierta, y se dice a sí mismo: "No estaré de otra manera, cuando haya muerto, que como estuve ahora, mientras dormía", puede avergonzarse de sus sueños al despertar, y de su melancólica fantasía de una horrible y espantosa figura de esa muerte que tanto se asemeja al sueño. Así como necesitamos del sueño para vivir nuestros setenta años, también necesitamos de la muerte para vivir esa vida que no podemos sobrevivir. Y así como, siendo la muerte nuestro enemigo, Dios nos permite defendernos en contra de ella (ya que nos avituallamos en contra de la muerte dos veces por día, cuando comemos), también Dios, habiendo dulcificado, como lo ha hecho, nuestra muerte en sueño, nos pone en manos de nuestro enemigo una vez por día; en la medida en que el sueño es muerte; y el sueño es tan muerte como el alimento es vida. Tal es, pues, la miseria de mi enfermedad, que la muerte, conforme es creada por mí mismo, y es mi propia criatura, está ahora ante mis ojos, pero en la forma en que Dios la ha mitigado para nosotros, y la ha hecho aceptable, en sueño, no puedo verla; ¡cuántos prisioneros que han cavado ellos mismos sus tumbas en esta tierra, sobre la que han yacido tanto tiempo bajo fuertes grillos, sin embargo en esta hora están dormidos, aunque todavía trabajen sobre sus propias tumbas con su propio peso! El que ha visto a su amigo morir hoy, o sabe que lo verá morir mañana, se hunde sin embargo en un sueño intermedio. Yo no puedo; y, oh, si ahora estoy entrando en la eternidad, donde ya no habrá diferencias de horas, ¿por qué me ocupo ahora de la marcha de los relojes?; ¿por qué ninguna de las opresiones de mi corazón le son ahorradas a mis párpados, para que puedan caer, como caerá mi corazón? ¿Y por qué, puesto que he perdido mi placer en todas las cosas, no puedo interrumpir la facultad de verlas, cerrando mis ojos en el sueño? Pero, ¿por qué, ya que estoy entrando en esa presencia, donde estaré continuamente despierto y nunca más dormiré, no interpreto mi estar continuamente despierto, aquí, como una parasceve, y mi preparación para aquello?

De Devociones, traducción de Alberto Girri.
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Usura de amor

Por cada hora que ahora me concedas,
                te entregaré,
Dios usurero del Amor, a ti, veinte,
cuando a mis cabellos negros los grises sean iguales.
Hasta entonces, Amor, deja que mi cuerpo reine, y deja 
que viaje, me quede, aproveche, intrigue, posea, olvide;
la del año anterior retorne, y piense que aún
                no nos conocíamos.

Deja que imagine mía la misiva de cualquier rival,
                y nueve horas después cumpla la promesa 
de la media noche. En el camino tome
a doncella por señora, y a ésta le hable del retraso.
Deja que a ninguna ame, ni a la diversión siquiera.
Desde la hierba del campo hasta las confituras de la Corte
o fruslería de la urbe, deja que informes 
                a mi mente la transporten.

Esta oferta es buena. Si, cuando viejo, por ti
                soy inflamado;
si tu honor, mi pudor o mi dolor
codicias, más a esa edad podrás ganar. 
Haz tu voluntad entonces; entonces objeto y grado,
y frutos del amor. Amor, a ti someto.
Déjame hasta entonces. Lo acataré, aunque se trate
                de una que me ame.

Versión de Purificación Ribes
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Alquimia de amor

Algunos que más hondo que yo en la mina del amor han excavado
dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
Yo he amado, y poseído, y relatado,
mas, aunque hasta la ancianidad amara, poseyera y refiriera,
ese misterio escondido no habría de encontrarlo.
Todo, ¡ay!, es impostura.
Y como ningún alquimista obtuvo aún el elixir,
mas su marmita repleta glorifica
si por casualidad
algo odorífero o medicinal le sobreviene,
así un deleite pleno y prolongado sueñan los enamorados,
para obtener una noche de estío, de apariencia invernal.
Por esta vana sombra de burbuja ¿habremos de entregar
nuestro bienestar, esfuerzo, honor y vida?
¿En esto amor termina? ¿puede cualquiera
tan feliz ser como yo si soportar puede
la burla breve de una representación de novio?
Ese infeliz amante que asegura,
no es la médula del cuerpo; es de la mente,
lo que él en ella angelical encuentra,
igual jurar podría que escucha en el rudo,
crudo, griterío de ese día, las esferas.
No esperes hallar inteligencia en la mujer: a lo sumo,
dulzura e ingenio; momias, sólo, poseídas.

Versión de Purificación Ribes
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Al romper el día

Es cierto, es ya de día, ¿y a nosotros
qué nos importa? ¿Piensas levantarte
de nuestra cama? ¿Por qué, porque hay luz?
¿Nos acostamos porque anochecía?
Amor, que aquí nos trajo a pesar de la noche,
debiera mantenernos juntos pese al día.

La luz no tiene lengua, es toda ojo;
si hablar pudiera como puede espiar,
lo peor de que podría ser testigo
es de que, estando bien, querría quedarme
y de que tanto amé a mi corazón y honor
que no acepté alejarme de su dueño.

¿Te debe alejar tu trabajo de mí?
Oh, ése es el más cruel mal del amor:
el pobre, el falso, el flojo aceptan
amar con calma, no el hombre ocupado.
Quien tiene trabajo y seduce a una dama perjura
igual que un hombre casado que corteja a otra.

Versión de Fernando Pérez

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char