lunes, 25 de julio de 2016

A veces le cuesta encontrar una palabra

Poemas inéditos de CLAUDIA PRADO
Tomada de vc-mordiscos.blogspot.com


(Puerto Madryn, Chubut, Argentina, 1972; actualmente reside en Estados Unidos)


Primero
Yo he vivido cerca de otras personas
 y me he guardado en la memoria 
recuerdos que no me pertenecen. 
Felisberto Hernández


la sequía. Isabel

Dice que su hermana se enfurece 
si escucha que a alguien 
le gusta el campo.
¡Le gusta el campo, que se joda!
Que se joda como ese año las vacas 
mugiendo de hambre toda la noche
como la gallina degollada 
antes de tiempo, como nosotras 
como papá, Angel y yo
usando palos de palanca
para levantar los animales
que se joda como esos palos
como los brazos 
doloridos, como la lengua seca 
de las vacas y el pasto muerto
como las mulas llevando el agua 
y esos años de trabajo perdidos.

Dice que entiende 
el enojo de su hermana, 
pero que ella era muy chica.
Le queda, sí, el silencio
de la casa sin adultos, el golpe 
oscuro del propio corazón 
y una queja tan aguda, tan grave
que no podía ser de una garganta.
Se quejaba la noche, todo 
se moría de sed.
***
Justicia. Aidé y Jéssica

2011, en una habitación
en el barrio de Corona, una niña
y todos sus peluches 
acusan al muñeco de la hermana. 
¡Whisper le robó el ojo Gabriella! 
La hermana mayor busca 
arrodillada debajo de la estufa, 
también en el rincón de las arañas. 
Les va a demostrar que Whisper, 
su alce de trapo, no es culpable 
y no quiere 
que llore más esa chiquita.
Pero el ojo no aparece.
Después de tanto rato de buscar
hasta ella misma duda.
Tiene miedo, todos 
en la habitación piden justicia.
¡Él nunca la quiso!, dicen.
Justo a tiempo
encuentra el ojo en un zapato.
Vuelve la paz
entre hermanas y muñecos.
Años más tarde, las dos
cuentan el hecho y la mayor  
ahora sonríe: 
el ojo lo cosieron
pero Gabriella mientras fue tuerta
fue bonita.
***
la ruta. Eduardo

En su casa habla portugués, en la calle
y el trabajo una lengua 
seguro más lejana. Será por eso
que siendo tan distintos
hace horas conversamos.
La infancia de mi primo en un hotel de ruta 
el mismo escenario que la mía.  
A veces le cuesta encontrar una palabra 
y empieza una oración que completo 
con gente, objetos, materiales.  
Me cuenta que estuvo ahí
hace unos meses: 
cuando vi el piso de laja 
sentí que podía arrodillarme 
y pasar el día como entonces. 
Cargar un camioncito, hacerlo rodar 
sobre las piedras desiguales
despacio, que nada se cayera.
Me lo imagino ahí agachado 
un hombre grande, imitando con su juego 
el andar de los camiones 
en la realidad vecina de la ruta.
También hay algo de eso en esta tarde: 
los dos ocupados 
con la carga de recuerdos, hablando rápido, 
cada vez con menos eses, 
usando interjecciones comunes más al sur.
***
el vestido. Isabel

A esta rama, cree  
no llegó ningún hermano, no saben
que desde acá se alcanza a ver
la huerta del vecino, el lomo
de las vacas, un perro 
que tira de una cuerda, le gruñe
a un fantasma.
Desde acá los tomates maduros 
son puntitos salpicados 
debajo de las hojas.
Mientras observa, piensa 
qué van a decir cuando les cuente, 
o mejor sería que la vean.
Puede ir más alto. Pero se estira
y siente el tirón. Había olvidado 
que hoy tenía vestido
nuevo, feo, igual a todos 
de ese algodón 
que elige el padre en el pueblo 
cuando compra 
los tornillos y el azúcar.
Llora y mira la piel
entre las dos partes de tela.
Las junta con las manos 
como si fueran a pegarse.
Esta vez, no va a bajar
rompió el vestido el primer día.

1 comentario:

Ana María Grandoso dijo...

me conmueve leer a Claudia,es todo.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char