martes, 29 de noviembre de 2016

En manos solo de sus manos

María del Carmen Colombo
(Buenos Aires, Argentina, 1950)

 “Ahora, sentada frente al piano y mientras acaricia el teclado, se le ocurre que la música era algo así como una flecha, lanzada por las cuerdas ni bien apretaba las teclas con sus dedos. Una flecha esperanzada –se dice–, como toda flecha, en dar en el blanco, en herir a su presa. Así fue entonces, hasta que descubrió que la música, su música, a nadie iba a encontrar en el camino, que su trayectoria solo iba a conducirla a sí misma. Y es por eso que un círculo ocupa ahora el lugar de la flecha, un círculo de sueño, un círculo mágico.”
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“Magdalena descubrió que cada objeto tenía un sonido propio, solo había que hacer silencio para distinguirlo. Con algunos, como la heladera, era muy fácil. Pero otros, como el caracol, había que llevarlos a la oreja –revela la narradora–. Con el tiempo pasó con los libros, cuando no entendía qué decían, suponía que era por el volumen demasiado bajo de la voz que hablaba en esas páginas. Entonces Magdalena acercaba su oreja a la página para escucharla mejor. Se quedaba dormida en el intento, sentada a la mesa de la cocina.”
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"Lo que empezó como un juego se transformó en una fastidiosa obligación. Y después en un estado de necesidad que la impulsaba a tocar durante horas. Parecía que alguien quería sonar a través de ella. ¿Mozart? ¿Chopin? Sentía en su cuerpo la fuerza de una posesión. Alguien, o Algo, dirigía sus manos, las hacía volar sobre el teclado, muchas veces en contra de su voluntad. De ese estado de trance pasaba al agotamiento. Casi como una médium después de una sesión.”
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"¿Y si su madre no la escucha?, ¿tocar para qué?¿Para acallar el sonido estridente de la sirena de barcos y fábricas?¿Para espantar los ruidos de la casa?¿Para tapar los sonidos de la discordia familiar?¿O acaso para aplacar los rumores de su cuerpo, los latidos de su corazón? Pero ella toca, toca el piano. Hunde sus manos en el teclado, los pies en los pedales. Está en el centro de la música, en manos solo de sus manos."


de El cuaderno de música, de Ediciones Cienvolando, 2016.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char